Susana Díaz, anoche |
Emilio
Ruiz
Las
elecciones de 2012 dieron al PP en Almería una estruendosa victoria: siete
diputados, por sólo cuatro al PSOE. Se afianzaba la tendencia almeriense de
inclinar su voto hacia el centro-derecha, en consonancia con el voto en el
Levante español y en disonancia con el resto de Andalucía.
Las encuestas publicadas sobre las elecciones de ayer no confirmaban una tendencia clara. Mientras la del CIS volvía al PSOE a
la mayoría, las de Sigma-Dos y Metroscopia, por citar solo dos de las de mayor prestigio, seguían
concediendo al PP la mayoría de votos en la provincia. ¿Se produciría, pues,
finalmente el vuelco o el PP seguiría manteniendo su fortín de Almería? Esa era
la incógnita que anoche había que despejar.
Y no,
finalmente no ha habido vuelco. Cuatro puntos le han faltado al PSOE para ser lo
que fue hace una década. Andalucía entera se viste de rojo mientras Almería se
viste de azul. En medio de tanta euforia tal vez Susana Díaz (que,
efectivamente, ha demostrado que no estaba mala, estaba preñá) debería pensar si el caso de Almería
no merece un minuto de reflexión.