Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
Toda
la historia de Almería hasta casi antesdeayer ha sido siempre una lucha constante
entre una vocación ensimismada y paralizadora y una voluntad transformadora y
de futuro. Incluso cuando los hechos han demostrado que era posible hacer
mañana lo que no supimos (o no quisimos, o nos impidieron) hacer ayer, todavía
hay entre nosotros tipos a los que los invernaderos les suponen una agresión a
la imagen ocre a la que desearían permanentemente regresar, la Universidad un centro
de segunda división comparado con Murcia o Granada y la Rambla un mamotreto que destruyó
aquellas últimas tardes de escombros y moreras.
Nostalgia
y melancolía por un tiempo acabado. Afortunadamente acabado. Y no es así, nunca
ha sido así. El PITA -como antes la Universidad , y antes la Rambla , y antes el Paseo
Marítimo y ahora los parques y jardines y las aceras y el carribici y tantas
cosas- siempre han supuesto avances sin vuelta atrás. Me contaba un día Luis
Rogelio cómo había llegado a acostumbrarse al chaparrón de críticas cada vez
que el gobierno municipal ponía en marcha una obra. “Yo lo tengo claro -decía
con tino el alcalde-, cada vez que empezamos una obra los vecinos se acuerdan
de mi madre con ninguna buena intención y, cuando la terminamos, vuelven a
acordarse de ella en un sentimiento totalmente contrario”.
Así
es la historia de esta capital que algunos quieren encerrar en un poblachón y
otros, cada vez más, muchos más, ya saben que viven en una ciudad. El PITA
viene, ha venido ya a demostrar que hay vida más allá del Cañarete, que las
industrias no terminan en la Cuesta
de los Callejones, que tenemos una geografía por explotar que puede
convertirnos en un centro agroalimentario formidable a nivel mundial. Y no
estoy pensando sólo en la tecnópolis a la que en los próximos días Cajamar le
dará alma, corazón y vida, sino en el bolero de progreso interminable que puede
suponer que las miles de hectáreas de barrancos y rastrojeras que existen entre
el Parque y El Alquián -y que quedarán situadas entre la actual autovía y la futura
línea del AVE- se conviertan en un polígono de producción y transformación agroalimentario.
Es
posible que en esta mañana de domingo algunos lectores lleguen a pensar que esta
idea es una delirante quimera. No pasa nada. Como escribía hace unas líneas también
calificaron otros de quimera delirante los primeros invernaderos, la Universidad , la Rambla , el Paseo Marítimo
hasta la UAL …y tantas
cosas. El tiempo siempre acaba alcanzándonos y no estaría demás que, por una
vez y para que sirva de precedente, nos adelantáramos nosotros a un futuro que
nos adentre en la modernidad. Los pobres de espíritu pueden conquistar el reino
de los cielos, pero los mansos nunca poseerán la tierra. Los bienaventurados de
hoy serán los que, convencidos de que sí se puede, sean capaces de conquistar
el mañana.