Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
La
irresistible ascensión de Ciudadanos es la prueba más evidente de cómo la
geoestrategia puede modificar el mapa político. Hasta hace apenas unas semanas
Ciudadanos era la respuesta organizada de un destacado militante del PP de
Barcelona a la incapacidad de ese partido para abordar el problema del
independentismo catalán. El PP nunca ha entendido Cataluña y los catalanes nunca
han entendido al PP. Un desencuentro que también se da en Euskadi y, en menor
medida y por circunstancias opuestas, en Andalucía.
La
estructura de los populares convierte
a su organización en un entramado radial en el que el centro de la organización
y del pensamiento está en Madrid y todo lo demás es periferia; coincidente o discrepante
políticamente, pero siempre periferia. Ciudadanos era, por tanto, un partido
vertebrado en Cataluña y diseñado para ocupar en aquella geografía el espacio
electoral al que no sabía o no dejaban llegar el PP. Hasta ahí todo estaba controlado.
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Pero
las elecciones europeas provocaron un tsunami más de plató televisivo que real
con la salida a escena de Podemos y a la fascinación de entusiasmo mediático infantil
seducido por la “nueva izquierda” había que contraponerle la otra cara de la
moneda con una “nueva derecha” que superara la imagen de un PP en aparente
decadencia cuando la realidad lo que constata es que los populares continúan siendo el partido mayoritario, abrumadoramente mayoritario,
en la estructura de poder española; es una obviedad, pero conviene no olvidarlo
ahora que algunos intencionadamente lo presentan como una banda de políticos en
retirada.
La
hoja de ruta diseñada en Madrid contemplaba a UPYD como la opción más solvente. Con
lo que no contaron fue con la obstinada soberbia de Rosa Díez y su empeño en creer
que Dios hizo todas las cosas perfectas, pero con ella se excedió en exceso.
Por eso cuando quien le alentó y le dio alas le sugirió que el vuelo habría de
hacerlo en compañía de Albert Ribera, la líder de apariencia socialdemócrata y
españolismo de aldea cayó en el pecado de considerar que su incipiente éxito era
consecuencia de su valía y no de una estrategia decidida extramuros de su
dudosa capacidad.
No
tengo pruebas, pero apuesto diez contra uno a que en no más de media docena de
cenas en restaurantes del Barrio de Salamanca se alcanzó el acuerdo de que la vasca
era pasado y el futuro lo encarnaba el catalán que había plantado cara al
secesionismo en territorio enemigo.
Del
relato anterior es fácil deducir que una de las características de la ascensión
de Ciudadanos es su inevitable apresuramiento. Podemos y Ciudadanos servirán un
día de ejemplo de como construir un partido en nueve semanas y media. Todo ha
sido pasión desenfrenada. El problema surge cuando hay que pasar de las musas
al teatro. La contradicción irresoluble del planteamiento de Ribera sobre el AVE
es la primera (y no será la última, al tiempo) contradicción que acaba
demostrando que la nueva política está aquejada también por la enfermedad de la
ambigüedad, el oportunismo y la imprevisión de la vieja.
Después
de oír al economista Garitano, al político Ribera y al almeriense Miguel Cazorla,
su hombre en la provincia, me declaro incapaz de saber qué piensa hacer
Ciudadanos con las líneas pendientes del AVE. No lo sé.
Como
tampoco sé cómo un partido que pretende renovar la política irá a las
elecciones liderado por antiguos militantes del PP en casi la mitad de los
municipios almerienses en que se presenta. Y me quedo sólo con los líderes, que
ya veremos qué carné han tenido los que les seguirán en las listas.
Un
hombre tan de Iglesia como Miguel Cazorla no debía haber olvidado al construir el
partido en Almería la certera apreciación bíblica de San Mateo cuando advierte
a sus queridos hermanos que “nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque
entonces el vino rompe el odre y se pierde el vino y también los odres; sino
que se echa vino nuevo en odres nuevos”.
Claro
que quizá la razón de tanto odre viejo sea la propia biografía del cantinero. Y
es que cada uno es consecuencia de lo que fue, no el resultado de lo que quiere
aparentar ser.