Olga Raggio
Historiadora del Arte
Ya se ha firmado el convenio de reproducción del patio del castillo de Vélez-Blanco. Para calibrar la importancia de esta monumental obra se reproduce de forma parcial el artículo escrito por Olga Raggio (Roma 1926-Nueva York 2009) en el año 1964 en el Boletín del Metropolitan de Nueva York, a cuya versión original la autora hizo algunas modificaciones.
El pueblo de Vélez Blanco está en un área montañosa hacia el interior, pero a poca distancia del puerto de Almería. Situado entre la fértil vega de Murcia y lo que fue el reino de Granada durante la dominación musulmana, Vélez Blanco fue en tiempos la sede de los señores feudales de la región: la poderosa familia de los Fajardo, cuyo castillo, edificado en el siglo XVI, todavía domina la población. En él vivieron los Fajardo hasta finales del siglo XVII en que se extinguió la familia.
En los años que siguieron, el castillo estuvo habitado con irregularidad hasta que, en el siglo XIX, después de la invasión francesa y de los cambios sociales que como consecuencia tuvieron lugar en el país, el castillo fue abandonado casi por completo. A principios de 1904, como ocurre con tantas mansiones que fueron de gran importancia y dejaron de estar en uso, los propietarios del castillo decidieron sacar el poco mobiliario que todavía quedaba en las habitaciones y vender los elementos arquitectónicos del área más preciada del edificio: el patio del Renacimiento, decorado con ricos relieves y una verdadera joya de la arquitectura española e italiana de principios del siglo XVI.
En el mes de mayo de dicho año, este magnífico conjunto de arcos, columnas y marcos de puertas y ventanas esculpidos en mármol, fue sacado del castillo por un decorador francés, llamado J. Goldberg, que habitaba en la calle de La Boéite de París, y transportado por vía marítima hasta Marsella y después a París. Juntamente con los elementos que pertenecían al patio, fueron otras tallas del Renacimiento, también procedentes del castillo de Vélez, entre ellas el artesonado de uno de los salones y dos puertas.
El momento para vender este conjunto no pudo haber sido más propicio. La moda de la arquitectura renacentista estaba en pleno auge en los Estados Unidos y había sido iniciada por arquitectos eminentes, tales como Stanford White y Charles F. Mc. Kim. Sin perder un minuto les mostraron las piezas de mármol a varios coleccionistas americanos de importancia. El primero fue Archer M. Huntington, cuyo interés de muchos años por lo español había de culminar en la fundación de la Hispanic Society of Ainerica en ese mismo año.
Estado actual del patio en el Metropolitan de Nueva York |
Unos años más tarde, poco después de 1913, George Blumenthal adquirió los mármoles para la casa que estaba construyendo en Park Avenue, en Nueva York. En ella fueron combinados con otras piezas para formar un salón suntuoso, en el cual la serie de arcos de la segunda planta abarcaban tres de los lados, y el conjunto fue cubierto con un artesonado procedente del mismo castillo. Después de la muerte de Mr. Blumenthal, su casa fue derribada en 1915 y todos los elementos del patio, aproximadamente dos mil bloques de mármol, fueron cuidadosamente numerados y almacenados en el Museo Metropolitano.
Tuvieron que pasar casi veinte años hasta que, debido a nuevas ampliaciones en el edificio, se pudo disponer del suficiente espacio para una reconstrucción tan complicada. Así, exactamente sesenta años desde que los elementos de mármol fueron sacados del castillo, uno de los primeros monumentos del renacimiento en España, ha vuelto a recobrar vida a este lado del Atlántico.
El Museo ha tratado de reproducir, con la mayor fidelidad posible, su aspecto primitivo. Los problemas que esto ha planteado no han sido pequeños. Casi todos los libros sobre arquitectura española describen el Castillo de Vélez como uno de los hitos más importantes de los comienzos del Renacimiento en España, pero aparte de esto, es muy poca la información detallada que nos dan sobre cómo era el castillo antes de la venta del patio.
Por estar construido en un rincón remoto de España, siempre escapó a la atención de viajeros e historiadores. Solamente al hacerse públicas las nuevas de que las piezas de mármol habían sido vendidas y exportadas en la primavera de 1904 varios periódicos y revistas publicaron artículos deplorando la pérdida de un monumento tan importante y tratando de describir, de una manera más o menos fidedigna, el aspecto que presentaba el interior del castillo.
También salieron a la luz algunas fotografías de dos de los lados del patio tomadas antes del despojo. Estas fotografías son las únicas pruebas documentales de su apariencia original de que hemos podido valernos, aparte de un bosquejo a la acuarela, mostrando una reconstrucción ideal del patio, del cual Goldberg había entregado sendas fotografías a Mr. Huntington y a Mr. Blumenthal.
Después de reunir y revisar toda la información a nuestro alcance, nos encontramos con que nos faltaban datos indispensables tales como el número de arcos que había en el lado mis largo del patio. Problemas como éste sólo se podían resolver mediante una inspección de lo queda "in situ" en lo que fue el patio. Con este propósito el Museo me envió a España en la primavera de 1959 para sacar fotografías del Castillo, tomar y levantar planos de la parte que nos interesaba y que necesitábamos para la reconstrucción.
El viajero que, después de admirar las bellezas de Granada, se arriesga a tomar la tortuosa y polvorienta carretera que va en dirección Este, a través de las desoladas cadenas montañosas de Sierra María, al llegar al pueblo de Vélez Blanco, descubre la esbelta silueta del castillo de los Fajardo que se alza sobre un promontorio rocoso dominando una vasta llanura.
El cálido tollo dorado de sus muros, que se yerguen en altivo contraste con el gris de las montañas, el azul brillante del cielo de Andalucía, las casas blanqueadas, apiñadas a sus pies, y la llanura poblada de olivos y viñedos, constituyen un panorama inolvidable. La imponente mole de muros y torres del castillo, extraordinariamente bien conservados en su forma primitiva, forman un polígono irregular.
Justamente frente a la entrada principal se levanta una fortificación militar unida a las paredes del castillo por medio de dos arcos. Originalmente, había una rampa que conducía desde esta estructura a la puerta del castillo, que se abría a unos nueve metros y medio sobre el nivel del terreno. Esta entrada estaba defendida por un puente levadizo, que desapareció hace mucho tiempo, y por una pesada puerta de bronce fechada en 1515, vendida también en 1904.
La silueta del conjunto del recinto amurallado, con sus impresionantes series de parapetos almenados, evoca las fortalezas típicas de Andalucía, las alcazabas de Almería y Guadix o el castillo de Jaén, edificadas por los moros durante los s. XIV y XV. Sin embargo, al aproximarse, se perciben detalles de un carácter mucho menos bélico. Vemos las ventanas, considerablemente amplias, que se abren aquí y allá; escudos de armas adosados a los bien tallados sillares; dos espaciosos miradores con arcos de medio punto sobre la entrada principal y, especialmente, un airoso paseador situado en lo alto y abierto al exterior, como en muchos castillos y palacios españoles de finales del XV y principios del XVI.
Al entrar en el castillo, se da uno cuenta inmediatamente de que sus muros no forman un patio de armas, sino que son más bien el cascarón de lo que podríamos llamar con más propiedad un palacio fortificado. Hoy en día el interior es una estampa de desolación y abandono. Las habitaciones han sido despojadas de toda decoración y mobiliario y los techos y los suelos se han hundido, como también algunas paredes medianeras.
Sin embargo, el plano general se puede seguir aún: tres alas principales de planta irregular, que fueron en tiempos vivienda y dependencias, y la torre del homenaje, todas mirando hacia el patio central. Este era el patio de que estamos tratando, un espacio rectangular, ligeramente asimétrico que mide aproximadamente 16 por 13'50 metros. Las fotografías antiguas y el bosquejo que perteneció a Goldberg, juntamente con un estudio detallado de las paredes que subsisten del patio, nos dieron una información amplia y, en general incontrovertible, de la posición original de los distintos elementos de mármol.
A lo largo de la pared más corta corría una doble galería de cinco arcos y en ese mismo lado estaba la entrada principal del patio. Cerca de ella había una escalera de mármol sencilla, que conducía al piso segundo en el cual una suntuosa portada, también de mármol, daba entrada a los espaciosos salones del Castillo: el salón del Triunfo y el salón de la Mitología.
Todavía se puede distinguir, en la pared, la silueta de la puerta, en el sitio en que el mármol estaba empotrado en el muro, así como los agujeros donde iban las vigas de los techos. La pared este, sin arcos ni puertas, terminaba en la segunda planta en una galería de seis arcos que coincidían con los arcos de la fachada. De esta forma constituían no un simple paseador abierto únicamente al exterior, sino una galería cubierta desde la cual se podía ver el patio por un lado y por el otro la vega de Vélez Blanco, que se pierde a lo lejos.
La pared de enfrente, o sea al oeste del patio, tenía tres pares de ventanas con ricos marcos de mármol, que también han dejado marcas de su existencia en el muro. Cerca de esta pared había un brocal de pozo de mármol, de forma exagonal, por el que se subía el agua de un aljibe excavado a la manera árabe, debajo del patio. La cuarta pared, al norte, estaba constituída por la torre del homenaje, cuya severidad se rompía únicamente por una pequeña ventana situada a una altura considerable. Debajo de esta ventana, y ligeramente hacia un lado, había un gran escudo rodeado por una guirnalda frutas con las armas de D. Pedro Fajardo, el poderoso Marqués de los Vélez y fundador del castillo.
En la reconstrucción actual ha habido que hacer algunas modificaciones para adaptar el patio al espacio con que se contaba en el Museo. El cuadrilátero, ligeramente irregular, ha sido transformado en un rectángulo perfecto y los elementos arquitectónicos de los dos lados más largos se han intercambiado para que las tres series de ventanas pudieran instalase en la pared lisa donde terminaba la parte antigua del Museo.
Por razones semejantes se cambió la orientación de la escalera y una puerta pasó del segundo piso al primero. En el lado donde estaba la torre ahora aparecen en la planta principal una portada italiana y en la segunda planta una puerta, que vino también de Vélez Blanco, y adosado a ella un balcón también italiano. Tanto este balcón como la portada italiana son del mismo estilo y período que el patio cambios han sido necesarios a causa de los requerimientos de la construcción moderna. Uno de éstos es la adición de una hilada de sillares de mármol entre los dos pisos, para darle mayor espesor y resistencia a los suelos requeridos en un museo, en lugar de los suelos y cubiertas de madera que había en el castillo.
Otra pérdida más lamentable es la de la balaustrada que debió coronar tres de las paredes del patio y que iba sobre el pesado entablamento de mármol, que consiste en un friso con una inscripción. Sobre él va una cornisa decorada con ovos y flechas de la que emergen varias gárgolas góticas de un tamaño considerable. Según el bosquejo que estuvo en posesión del vendedor, antes de desmontar el patio existía una balaustrada de mármol con pilastras labradas, semejante a la de la galería del segundo piso, que se elevaba sobre dicha cornisa.
Hacia la segunda mitad del siglo XIX, cuando el castillo servía de alojamiento para algunos de los vecinos del pueblo, tanto la balaustrada como la comisa se habían ya derrumbado, según muestran algunas fotografías antiguas del patio "in situ", una de ellas fechada en 1881, en las que aparece un tejado provisional directamente sobre la inscripción.
El testimonio proporcionado por la acuarela de Goldberg es corroborado por Federico de Motos, historiador de la localidad, que describe el patio teniendo un parapeto sobre la cornisa de azulejos sevillanos del siglo XVI. Los únicos elementos de este parapeto que existen todavía son cuatro postes labrados, que en la casa de Blumenthal fueron empleados como pilastras decorativas en la escalera y que se han vuelto a usar de esta forma en la instalación actual.
Una de las características más prominentes del patio es la inscripción, que grabada en bellas letras mayúsculas corre a lo largo de la cornisa. Afortunadamente, el texto está completo. En lengua latina proclama el nombre y los títulos del fundador del castillo y nos da, así mismo, la fecha exacta de la construcción del edificio:
PETRUS FAGIARDUS, MARCHIO DE VELIZ PRIMUS: AC REGNI MURCIE QUINTUS PREFECTUS SUE PROSAPIE HANC ARCEM IN ARCE TITULI EREXIT: CEPTUM OPUS ANO AB ORTU CRISTI MILLESSIMO QUINGENTESSIMO PERFECTUM ANNO QUINTODECIMO SUPRA MILLESIMUN AC QUINGENTESSIMO. ("Pedro Fajardo, primer Marqués de Vélez y quinto Gobernador del Reino de Murcia de su linaje, erigió este castillo como castillo de su título. Esta obra fue comenzada el año 1506 después de Cristo y terminada en el año 1515".).
PETRUS FAGIARDUS, MARCHIO DE VELIZ PRIMUS: AC REGNI MURCIE QUINTUS PREFECTUS SUE PROSAPIE HANC ARCEM IN ARCE TITULI EREXIT: CEPTUM OPUS ANO AB ORTU CRISTI MILLESSIMO QUINGENTESSIMO PERFECTUM ANNO QUINTODECIMO SUPRA MILLESIMUN AC QUINGENTESSIMO. ("Pedro Fajardo, primer Marqués de Vélez y quinto Gobernador del Reino de Murcia de su linaje, erigió este castillo como castillo de su título. Esta obra fue comenzada el año 1506 después de Cristo y terminada en el año 1515".).