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El rábano, las hojas y los romanos

José Fernández
josehome@hotmail.com

Recuerdo de pequeño haber participado en el ceremonial posterior a una matanza cortijera, con barreños llenos de carne fresca, risas de mujeres y olor a mañana temprano. Ha sido la única vez que he tomado parte activa en el entresijo de ese tipo de celebraciones y créanme que al leer la prensa y las redes sociales en las últimas horas he vuelto a sentir esa misma sensación de amasar tripas, sangre y vísceras tibias.

"...ante un desaire menor, sale
 corriendo fingiendo un soponcio
 emocional"
Otra cosa no, pero despellejarnos vivos es algo que hacemos muy bien en España, como concepto discutido y discutible, y en Almería como concepto geográfico y emocional.

La anécdota de la sala de prensa de la UD Almería con unos informadores impacientes y un entrenador aún más impaciente por terminar el trance de comentar que había perdido un partido es lo de menos. La hoja del rábano son los personajes de dicha escena y el reparto de malos y buenos que hagamos en función de las ideas de cada uno.

Lo que debería merecer más atención no es la anécdota, sino la categoría que supone el protocolo establecido en las ruedas de prensa de los equipos de la Liga Profesional. Si el fútbol fuera una invención romana estoy seguro de que las preguntas y las respuestas se formularían antes en latín, por un simple criterio económico. ¿Cuántos romanos nos entienden si hablamos en latín y cuántos si hablamos en otra lengua?

Citius, altius, fortius. Pero estamos en España, que es el país de las paradojas y a pesar de estar hablando en un deporte de interés global, de una Liga que presume de ser la primera del mundo y de disponer de un idioma que es el segundo más hablado en todo el planeta, cedemos la prioridad y el interés a idiomas tan perfectamente oficiales como perfectamente minoritarios.

Poca economía veo yo en eso y mucho postureo de ceder ante nacionalismos empeñados en barrer cualquier rastro del concepto España. En todo caso, la censura de un mal gesto no debe acarrar pena de descuartizamiento, ni tampoco debe elevarse a categoría de héroe de la libertad de expresión a quien, ante un desaire menor, sale corriendo fingiendo un soponcio emocional. No nos volvamos locos.