¿Con faldas y a lo loco? Sobre el daño que han hecho las malas traducciones a nuestro acervo cultural

Ángel Palenzuela
Docente y escritor

Un fugaz vistazo a cualquier plataforma contenedora de cultura nos recuerda que las últimas generaciones hemos vivido bajo una clara cultura dominante como, por supuesto, ha ocurrido en cualquier otra época. Soñamos una versión castiza de los mitos estadounidenses y, mientras renegamos de su modo de vida, nos parecemos cada vez más a ellos, sobre todo en lo negativo; aunque gran parte de lo que vemos, escuchamos y leemos no es de allí, la estética, la mentalidad, el modo de vida y el estilo de comercialización norteamericanos impregnan casi todo lo que hemos vivido y hoy, a pesar de la capacidad de acceder a gran parte del planeta desde casa, la preponderancia cultural es, si cabe, aún mayor. Aunque la primacía ya se está diversificando, el imaginario colectivo está ya conformado por mucho tiempo y las pautas seguirán de momento en manos de los actuales líderes, que nos seguirán aleccionando diariamente a través de los nuevos medios.

Marilyn Monroe
Ejemplos de impostura lingüística son preguntarle a alguien que se está retorciendo de dolor: «¿estás bien?» (por un ¿qué te pasa?), o decir «no a los privilegios» en lugar del más nuestro “privilegios, no”; son solo detalles, inercias irrelevantes, pero que nos van distanciando de nuestros matices culturales, de nuestro modo de identificarnos con el entorno, una acumulación de indulgencias que empapan las alas de nuestra expresión cotidiana y cohíben nuestra capacidad de desarrollar un lenguaje expresivo y artístico genuinos, que es precisamente la forma de trascender lo particular.

Del mismo modo que deberíamos ser más cuidadosos con las propias formas de expresarnos, deberíamos también ser más cautos, ya que están tan presentes, con las versiones que hacemos de aquello que nos llega desde afuera.

Música y letra
Algunos nombres propios como Julio (Verne) o Alejandro (Dumas) quedarán en la memoria colectiva mucho tiempo y está bien que así sea; pero, en general, no es razonable pretender nombrar a personas «en español», como si en España tuvieran que cambiarse de nombre (por lo menos en el cine se quitó el vicio hace tiempo y no tenemos que decir Ana y sus hermanas o La decisión de Sofía). Eso sí, como recomienda la RAE para no soliviantar nuestra naturaleza tan poco cosmopolita, las reinas de Inglaterra y Dinamarca se llaman, cómo no, Isabel y Margarita, pero nuestro monarca se llama, por supuesto, Felipe en todas partes.

En la literatura, la música y, sobre todo, en el cine, arrastramos un molesto lastre de títulos mal traducidos por ignorancia y a menudo también por las circunstancias político-sociales (aunque la una y las otra van de la mano), del momento en que se estrenaron. Forman parte de nuestras vidas y ya nos resulta muy difícil cambiar un título, lo que hace más meritorio el esfuerzo de algunas editoriales con casos como La señora Bovary (Madame Bovary) o Juicio y sentimiento (Sense and sensibility, más conocido y peor traducido como Sentido y sensibilidad), ambas de Alba Editorial. Un caso mucho más reciente: traducir la novela Disgrace de Coetzee por Desgracia es un falseamiento del título y, por tanto, de toda la novela, que debería titularse Deshonra; se supone que el error será corregido en próximas ediciones, pero ¿por qué se sigue reseñando sin hacer referencia a algo tan determinante para la lectura del libro: desconocimiento, negligencia, corporativismo...?

Si nos cuesta cambiar el nombre de las obras literarias, a veces aun a sabiendas de que no están bien traducidas, todavía se nos hace más difícil con el cine y la música, que tienen mucha más presencia en la vida de la mayoría. Dos ejemplos clásicos de musicales: Die Drei Grösschen Oper viene a ser La ópera de tres al cuarto, o de cuatro perras, en ningún caso la literal y anodina La ópera de tres peniques, o de los tres centavos que no quiere decir absolutamente nada: se sigue interpretando en España y Latinoamérica, ¿nadie ha caído en la cuenta, o es que temen que con el cambio el público ya no identifique la obra?; o Sonrisas y lágrimas, título comodín y cursi, conocido musical y celebérrima película por The sound of music, que no es que sea un prodigio de imaginación pero, conociendo la historia, es de lo que va y quiere decir más de lo que parece.

Vida de cine
Las desafortunadas versiones de muchos títulos de películas son todo un mundo, ya que han distorsionado en gran medida aspectos de nuestra memoria colectiva y nuestra ligazón a la cultura popular. Estas son, en «categorías», algunas de las ocurrencias de los distribuidores que, como alguno de ellos ha confesado, a menudo tienen que decidir el título sin haber visionado el producto:

- Chapuzas: There's something about Mary (¿Qué tendrá Mary?) es la comedia Algo pasa con Mary: de ser una chica con «un algo especial», pasa a ser problemática. Ausencia de malicia (Absence of malice) por Falta de malicia es otra mala traducción y es error frecuente en los medios. Eva al desnudo (All about Eve) es atrevido para la época, pero el sentido de «al descubierto» no tiene mucho que ver con «todo sobre Eva». Las películas catastrofistas utilizan a veces para sus títulos palabras muy cotidianas, precisamente para que contraste con la hecatombe: The day after, The day after tomorrow; nuestros distribuidores procuran dar todo el sentido en los títulos, aunque los conviertan en acertijos: en vez de El día siguiente prefieren El día después y para el claro título de Pasado mañana se decantan por El día de mañana en España (que no es lo que dice el título) y El día después de mañana en Latinoamérica. Un ejemplo de candidez y cursilería (justo lo contrario de lo que transmite el filme) que refleja la época en que se estrenó en España: Some like it hot («Hay a quien le gusta marchosa, subida de tono», refiriéndose a la música, al estilo hot jazz, con evidente connotación sexual) por... Con faldas y a lo loco.

- Pseudopoesía: pretender dar un toque poético y profundo, aunque no pinte nada en la historia: Departures («Partidas», «Despedidas») se convierte en Violines en el cielo; Butch Cassidy and Sundance Kid: hay reticencia a titular películas con nombres propios, es cuestión de gustos, pero Dos hombres y un destino es más plano e insustancial que cualquier nombre propio; Sunset Boulevard es una calle, El crepúsculo de los dioses un cambio sugerente, aunque también un plagio de la saga wagneriana y más adecuado para una película de romanos.

- Antipoesía: Eternal sunshine of the spotless mind, película que toma un verso de Alexander Pope («Eterno resplandor de la mente impoluta»), se torna en un chabacano ¡Olvídate de mí!

- Destripamientos: obviar toda intención expresiva y toda capacidad de sugerencia para explicarnos bien clarito «de qué va la peli», no sea que no la entendamos por nosotros mismos o, tal vez, por si solo nos interesa cómo acaba: On the waterfront («En los muelles») por La ley del silencio que sí, suena bien, pero mejor que lo vayamos descubriendo según avanza la trama; Child's Play («Juego de niños») pierde la ironía y la gracia con El muñeco diabólico; Groundhog Day («El día de la Marmota») es Atrapado en el tiempo, ¡gracias!;  Rosemary's Baby («El bebé de Rosemary») es La semilla del diablo, el ejemplo clásico de cómo desentrañar la intriga de una película de idem.

- Infantilismo: ¡Jo, qué noche! (After Hours), Granujas a todo ritmo (The Blues Brothers), Resacón en Las Vegas (The Hangover), A todo gas (The Fast & The Furious), Viaje de pirados (Road Trip); quien sepa un poquito, muy poquito de inglés alucinará con las diferencias.

- Comodines: al margen del título original (que tampoco suele ser, eso,  muy original), escribir los sustantivos sombra, furia, carretera, arma, muerte, jungla, asfalto, desafío, destino,... en un lado y los adjetivos salvaje, letal, infernal, final, inminente, fatal, colosal... en el otro, más algunos sinónimos, y combinarlos al azar; así se ha titulado más de la mitad de la cartelera comercial de todos los tiempos.