Emilio
Ruiz
En
los comienzos de esta década, coincidiendo con la sentencia del Tribunal
Constitucional sobre el Estatuto catalán, se produjo un aparente despertar del
sentimiento nacionalista español que desembocó en la colocación de miles
de banderas de España por todas las rotondas del solar patrio. La medida era
disparatada y carente de sentido. Nadie sabe por qué se eligieron las rotondas
y no las pistas polideportivas o las terrazas de los edificios municipales, por
ejemplo. Y nadie quiso explicar, aunque lo suponíamos, por qué ese despliegue
de cariño hacia el territorio común estatal, y no hacia el regional o el continental.
O el local.
Mástil sin bandera en Vera |
Aquel
despliegue rojo y gualda fue acogido sin rechistar por la mayoría de los
ciudadanos. También por quienes consideraban que era una decisión desmedida. Porque
hubiera bastado una pequeña observación para ser acusados de antipatriotas por
quienes creen en la uniformidad del pensamiento. Una acusación a la que
inevitablemente se iban a enfrentar posteriores regidores municipales que
osaran arriar las dichosas banderas.
Vera
y Garrucha se vieron inmersos en aquella fiebre bicolor. En Vera se colocaron
tres enseñas en glorietas de acceso al núcleo urbano. En Garrucha, una en la
glorieta de acceso al pueblo por la carretera de Turre. En estas elecciones,
ambos gobiernos municipales han cambiado de color. De estar regidos por el PP
han pasado a estar regidos por el PA y el PSOE, respectivamente.
Como
si de una medida sincronizada se tratara –aunque no hay razones para pensar
así-, una de las primeras decisiones que han tomado los nuevos alcaldes, Félix
López y María López, ha sido arriar las banderas. Era justamente el gesto que esperaban
sus adversarios políticos para acusarles de traidores a la patria.
Izar
una bandera es un acto tan anodino como arriarla. Convertir ese acto en un sentimiento
arrojadizo es una temeridad. Después viene lo del buen o mal gusto. Mucha gente
cree que colocar una bandera en una glorieta no es precisamente un acto de buen
gusto. Otros piensan lo contrario. Es igual de patriota el que la iza que el
que la arría.
Se
compartan o no, las decisiones de los entonces alcaldes de Vera y Garrucha,
José Carmelo Jorge y Juan Francisco Fernández, de colocar unas banderas en las
glorietas de sus pueblos merecen el mismo respeto que las decisiones de
quitarlas que han adoptado los ahora alcaldes, Félix López y María López.
Mezclar esas decisiones con sentimientos patrios es imprudente. Porque el
cariño a un lugar no se mide por besos al escudo, golpes de pecho o metros de
bandera o rotonda. Pensar así es banalizar los sentimientos.