Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
En
la tarde del viernes y cuando terminé de escribir mi crónica sobre lo que había
sucedido desde que Cazorla recibió desde Barcelona el respaldo a su voluntad de
apoyar a Pérez Navas para la alcaldía (¿o sería mejor decir matar políticamente
a Luis Rogelio y a sus concejales?) y el momento en que los llamó para
decírselo, regresé a la frase que uno de estos días de vodevil de revista
provinciana con Miguel Cazorla como cabeza de cártel me dijo Gabriel Amat: "Pedro, en política hasta que no pasas el cortijo no sabes si el perro tira
bocaos".
Por eso volví a encender el ordenador y añadí a mi relato dos párrafos
en los que escribí que, por la animadversión de Cazorla, “la historia política de la capital cambiaba inesperadamente de rumbo. El definitivo comenzará
hoy (por ayer) a partir del mediodía. Y ya sí que no habrá vuelta atrás. La
duda de veinte días de teatralización se alejará del escenario y dejará su
espacio a la certeza”.
La Voz de hoy |
Podría haber conjugado los tres verbos en presente, pero
el paso por el cortijo era doce horas después y en política una llamada de un
minuto -en el caso concreto de Almería dos llamadas de Rajoy a Rivera- cambia el
destinatario de los bocaos. Por eso opté por el futuro simple.
Desde el 24 de
mayo hasta ayer la incertidumbre ha marcado la política almeriense. La salida a
escena de Miguel Cazorla, exhibiendo con destreza su capacidad de intriga, y la
vocación asamblearia de las posiciones situadas al fondo a la izquierda, han
cultivado un clima de dudas en el que todos se han visto desbordados.
El 24 M no derrotó el
bipartidismo. PP y PSOE gobiernan desde ayer (como antes y como siempre) los
intereses municipales de más del 95 por ciento de los almerienses. La novedad
estaba centrada en el desfiladero que la pérdida de las mayorías absolutas del
PP en los principales municipios de la provincia abría a pactos que
convirtieran las victorias minoritarias de los populares en derrotas.
La
aritmética electoral posibilitaba que los socialistas pudieran arrebatar al PP
las alcaldías de Almería, Roquetas y Cuevas del Almanzora, pero la razón
ideológica lo impedía. ¿Por qué Rivera iba a dar su aprobación a la aspiración
de Cazorla? Solo él sabe por qué lo aprobó el jueves para arrepentirse el
viernes y aunque a Cospedal se lo justificara por el empecinamiento de su
representante en Almería y por el pronóstico de salida a escena de presuntos casos
de corrupción, una intuición no puede ser, nunca, causa bastante para una
decisión preventiva que adelanta la condena.
El motivo habría que encontrarlo
en la capacidad de interpretación dramática de Cazorla. Si durante tres semanas
ha protagonizado la cartelera, ninguneando intencionada y premeditadamente a
los candidatos de Almería, Roquetas y Cuevas de PP y PSOE, tratándolos de
secundarios, ¿por qué no voy a ser capaz -pensaría Cazorla mientras se vestía
de primer actor- de convencer a Rivera de la excelencia de mis razones?
Muy pocos
dudan -y menos que nadie en el PP- que en el rincón más oculto del alma de
Miguel Cazorla se mantenía vivo el sentimiento de desalojar a sus antiguos
compañeros de gobierno del poder en la capital. Una aspiración que Albert Rivera
se mostró propicio a satisfacer la noche del jueves, aunque fuese de
entendimiento imposible. Quien deja gobernar, aunque con condiciones, a la
lista más votada en toda España, ¿por qué se mostró dispuesto a hacer una
excepción en una provincia como Almería en la que nada se juegan y, en el peor
de los casos y dada la posición de Gabriel Amat, como presidente del PP, y de
Luis Rogelio, el segundo alcalde popular más votado en una capital, después de
Santander, todos iban a interpretar poco menos que como una declaración de
guerra a la que el adversario acudía armado con los votos que,
democráticamente, le habían arrebatado al PP?
Quizá nunca sabremos si Rajoy en
sus llamadas a Rivera o en los numerosos contactos entre dirigentes del PP y de
Ciudadanos buscando la destrucción masiva de la postura inicial de Cazorla se
utilizó munición oculta. Tal vez cuando el caso prescriba lo sabremos. Lo que
sí es evidente es que dos conversaciones terminaron con un teatro de veinte
días.
La lógica política ha acabado imponiéndose a la matemática electoral -el
votante de Ciudadanos viene, en su inmensa mayoría, del PP- y lo que se antojaba
quimérico no ha acabado siendo real. En el PP piensan que Cazorla se ha reído
de ellos interpretando un argumento diseñado por él y para él desde el
principio. No es así; o no sólo es así. Cazorla no quería reírse del PP: se ha
querido vengar, que es cruelmente distinto.
En cuanto al PSOE, se encontró
durante veinticuatro horas con un “regalo” que no esperaba y en el que, hasta
el viernes, nunca creyó. Almería y Roquetas eran alcaldías inaccesibles desde
la geometría pactista diseñada por Ciudadanos y los socialistas lo sabían, pero
en la quimera estratégica de Cazorla, Pérez Navas era un colaborador necesario.
El candidato socialista aceptó el juego; al cabo, él no perdía nada y podía
ganarlo todo.
Al final solo ha cosechado el sonrojo de haber confiado durante
unas horas en un actor de opereta. Los amigos de las emociones fuertes habrán
disfrutado del espectáculo, pero el telón ya ha caído. Lo lógico es que una vez
apagados los focos Miguel Cazorla hiciera mutis por el foro. Pretendió
protagonizar un drama y ha acabado abucheado por el público en medio de un mal
sainete.
Como canta Serrat “la fiesta ya llegó al final” y quien se revistió
presuntuosamente de héroe ha acabado la función como un juguete roto y
abandonado en el almacén oscuro de la guardarropía.