Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
Desde
que Goytisolo recorrió a pie La
Chanca y en un autobús desvencijado los Campos de Níjar, los
almerienses hemos desarrollado una sensibilidad que roza la patología cuando
nos miran desde fuera. Da igual que este o aquel Gobierno nos margine; que
aquel o este partido solo se acuerde de los ciudadanos cuando se acercan las
elecciones; que la Administración ,
cualquier Administración, haya gestionado la provincia desde el olvido o (lo
que es peor) desde la obstaculización burocrática de sus planes de desarrollo.
Aquí todo da igual: cuatro años sin que el AVE avance un solo metro y sólo los
presidentes de la Cámara
y Asempal protestan. Los demás, silencio. Un silencio que insulta.
La
resignación y el consuelo fatalista -siempre ha sido así, qué le vamos a hacer-
ha propiciado que hayamos pasado por todo. Salvo para pedir el ajusticiamiento
público para un presidente de la
Federación de Futbol -“Porta a la horca”, ¿recuerdan?- por
impedir el ascenso del Almería a Segunda, aquí no se ha movido ni Dios. Sólo
cuando alguien ha mirado hacia nuestros adentros y ha narrado la noche oscura
de la derrota hemos puesto el grito en las calles. El ascenso frustrado al
¿cielo? futbolístico de segunda movilizó en el Paseo a miles de aficionados; el
descenso narrativo de Goytisolo a la miseria puso en pie de guerra a una banda
de concejales estremecidos en su falangismo de guardarropía pero insensible
ante las condiciones de desamparo extremo en el que sobrevivían miles de sus
vecinos. Lo importante no era la miseria narrada, sino la insolencia de quien
se atrevió a retratarla a través de las palabras.
Ahora
nos aprestamos a vivir una situación en la que la hojalata del patriotismo va a
volver a sonar de forma estridente. El rodaje de Mar de Plástico, una serie para televisión que cuenta una
truculenta historia en la que se investiga la autoría de un crimen en medio de
invernaderos salpicada por amores imposibles, racismo, xenofobia y conflictos
laborales va a despertar, no lo duden, esa extremada sensibilidad que hace
confundir la parte con el todo. La serie- ya lo verán- será una más de las
infinitas que se han rodado y se emiten en cualquier canal de televisión del
mundo en la que la tipificación de los personajes es tan maniquea que el relato
sólo tiene el atractivo de la contradicción de lo inesperado. De una parte
estarán la bondad y de otra la malicia.
Desde
aquellas noches de jazmines y geranios en que comenzamos a ir a las terrazas de
verano, en la pantalla siempre se han enfrentado dos bandos irreconciliables.
Daba igual que fueran esclavos o romanos, granjeros o cuatreros, ayudantes del
chérif o asaltadores de diligencias, asesinos sin piedad o víctimas en
desamparo: la simplicidad de cinematógrafo apresurado complace siempre la
teoría de las dos orillas. Con Mar de
Plástico sucederá igual. No hay que alarmarse. Hay que pensar. Pensar que
cuando vemos algunas de las series policíacas que tienen como escenario Nueva
York y en las que en todas hay crímenes abyectos y maldades obscenas, nadie ha
dejado de ir a la gran manzana por que
en sus calles transcurra la sordidez de la trama. Manhattan es un barrio al que
cada día acuden centenares de miles de ciudadanos del mundo atraídos por su
singularidad arquitectónica y por la forma de vida, liberal, desenfadada,
frenética… contradictoria siempre, que transcurre a pie de calle. ¿Alguien ha
demonizado la ciudad por los crímenes de ficción rodados en sus esquinas?
¿Quién piensa que tomar el metro allí entraña más riesgos que hacerlo en
Londres o París? ¿La peligrosidad real que inunda al anochecer el Bronxse hace
extensiva a todas las avenidas de la
ciudad que nunca duerme?
Vamos
a ser ponderados. Almería ha sido maravillosamente reflejada en La mitad de Oscar, de Martín Cuenca, o
en Vivir es fácil…, de David Trueba;
o en El reportero, de Antonioni o en Martin Hache, de Adolfo Aristarain.
Todas transcurren en Almería y nadie ha pensado que sus historias reflejan
nuestra forma de ser. Son historias que ocurren en un marco almeriense que
ayuda a dibujar el entorno de los personajes, pero no el alma colectiva de
quienes lo habitan, sólo de quienes lo protagonizan.
Los
almerienses no mantienen relaciones incestuosas con sus hermanas; ni todos son
profesores en busca de Lennon; ni periodistas en fuga desde Barcelona; ni
familias con hijos con problemas de droga, historias que cuentan esas películas.
Sus fotogramas recogen la tipificación de personajes individuales, singulares.
Nada más. No hay que confundir el reportaje periodístico con la ficción
cinematográfica. A aquel hay que exigirle rigor y objetividad, atributos ajenos
a un relato de ficción cuya base es solo la imaginación; a veces delirante,
pero ficción al cabo. Tropezar varias veces en la misma piedra no sólo es un
error, sino que, casi siempre, tras el tropiezo se cae en el despropósito de
echar gasolina al fuego que se pretende apagar. Seamos inteligentes. Eludamos
la piedra y no cojamos la gasolina.