Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
Sentada
sobre las rodillas de su madre y en medio del sopor de las palabras
desconocidas, la niña se distraía mirando las miradas que llenaban las ventanas
superiores del Patio. Cuando bajaba los ojos apenas prestaba atención a una
ceremonia que quizá le recordaba a una misa, porque delante de ella se sentaban
dos señores vestidos de negro en los que destacaba un cuello corrido
inmaculadamente blanco.
Me detuve entonces en su quietud inquieta
y regresé a aquel tiempo ya perdido de limoneros y cerezas. Aquel tiempo en que
Almería era un territorio salpicado de pueblos separados por caminos limitados
por rastrojeras; donde las calles sólo estaban perfiladas por el blanco de las
casas y el ocre de un suelo que se convertía en terral cuando llegaba el
poniente; en las que el alcantarillado era una inexistente realidad y en las
mañanas se oía el “agua va” de las mujeres cuando limpiaban los dormitorios;
donde el tráfico de burros acarreando cantaros en sus aguaeras era una imagen tan cercana que los niños conocíamos al
animal por su nombre y al dueño por su apodo. Una geografía en la que la luna
iluminaba más que aquellas bombillas que tintineaban perdidas en medio de la
soledad y de la noche.
Estampas a las que siempre vuelvo
sabiendo que quien provoca la nostalgia no es el paisaje: el paisaje no se ama;
se ama el momento en que nos sentimos felices en él. En todos esos recuadros
acumulados del recuerdo andaba cuando volví al presente. La diferencia entre el
antes y el ahora es que el hoy está poblado de municipios unidos por autovías o
carreteras secundarias cuidadas. En sus calles ya solo corre el agua cuando cae
del cielo; la tierra acoge en su seno las redes de fibra óptica, gas, agua y
residuos y el negro del asfalto o el gris de los adoquines ha sustituido al
ocre tierra que tanto tracoma trajo a nuestros ojos.
Aquellas peticiones de agua, luz y
alcantarillado se nos antojan -aunque tan cercanas en la memoria- prehistóricas;
como de otro tiempo. Ahora las demandas se escriben en las guirnaldas
modernizadoras de las redes Wifi y en las piscinas cubiertas y en los espacios
saludables de las rutas verdes.
Las clases en las que aprendimos la regla
de multiplicar cantando en la monotonía machadiana “el uno por una, uno;
uno por dos, dos; uno por tres, tres…” han sustituido la Enciclopedia Alvarez
por el Ipad y la pizarra electrónica. Y los pupitres que los niños abandonan a
la hora de comer son ocupados al atardecer por centenares de vecinos ingleses,
franceses, alemanes o belgas que quieren aprender castellano.
Pensaba yo en todo eso mientras en la
liturgia del Patio de Luces de la
Diputación transcurría la ceremonia y no pude evitar el gesto
irónico al pensar en la bancarrota ideológica de aquellos políticos postulantes
de la filosofía adanista que proclaman desde sus púlpitos que el mundo empieza
cada mañana.
Fue entonces cuando miré a los diputados,
alcaldes y concejales que allí estaban y recordé a los que les habían
precedido y me pregunté sobre cuántas horas, cuántos soles y cuántas lunas(a
cambio de casi nada en la inmensa mayoría de los casos) han dedicado quienes
nos han gobernado para que aquella provincia de sal y desierto sea hoy un
espacio amable en el que vivir es una extraordinaria oportunidad y no el
castigo de una maldición bíblica.
La memoria es efímera y la convicción débil,
pero la realidad no la borra ningún dios ni ningún profeta. El hoy es
consecuencia del ayer y será el prólogo del mañana. Y en el ayer y en el hoy
hay mucho trabajo, mucho esfuerzo y mucho talento acumulado, También excesos,
errores y corrupción. Pero si los aciertos no pueden justificar los errores, la
violación de las leyes para enriquecerse de algunos no puede ocultar la buena y
honesta gestión de tantos.
El presente y el pretérito han sido
imperfectos, pero sólo los soberbios de espíritu y los coléricos de corazón
pueden negar el cambio modernizador que supuso la Constitución del 78
en la vida de los españoles. La ignorancia es atrevida. ¿Que ha habido errores?
Pues claro, ¿Que hay aspectos que corregir? Muchos. ¿Que los culpables deben
pagar sus corruptelas? A la cárcel con ellos.
Pero pretender anegar el texto
constitucional que más progreso, libertad e igualdad ha procurado a este
país en toda su historia es una agresión a la inteligencia y un insulto a la
razón que, quienes lucharon por esa Constitución, no van -no vamos- a
contemplar desde la indiferencia. Por mil razones, pero, sobre todo, porque a
esa niña que miraba sin entender cómo su abuelo la besaba emocionado tras la
ceremonia nadie tiene derecho a romperle el futuro con el delirio iluminado de
quimeras.