Antonio Felipe Rubio
Periodista
Entre los múltiples apelativos aplicados a la
provincia de Almería en su eclosión agrícola figura el de La California de
Europa. Ciertamente, la riqueza de las grandes extensiones agrícolas del Oeste
americano observaron un enorme crecimiento que pudimos seguir en las diferentes
escenificaciones de seriales, desde la etapa bucólica y humilde de los Ingalls
en La Casa de la Pradera hasta la malvada Ángela Channing en la fastuosa
Falcon Crest. Y ni que decir sobre uno de los escenarios más recurrentes de la
filmografía americana que se complace en mostrar el vergel del desierto
devenido en Las Vegas.
Invernaderos en El Ejido |
En la consecución de grandes logros puede
existir un aporte de casualidad, pero las iniciativas realizadas con proyectos
meditados y ejecutados con determinación son las que obtienen resultados
positivos y duraderos. California y Nevada no podrían asombrar al mundo sin la
iniciativa de reconducir el cauce del Río Colorado y embalsar sus aguas en la
Presa Hoover, obra determinante para abastecer de agua a la sedienta Las Vegas
y regar los campos de California, así como abastecer a Los Ángeles con 2.000
megavatios.
Almería no pudo ser la California de Europa
porque jamás existió convicción sobre la importancia del sector agrícola, y me
remito a las pruebas. La primera fase de “industrialización” del campo
almeriense vino de la mano del Instituto Nacional de Colonización Agraria,
después IRYDA (tiempos de Franco), y se centró en la adecuación de los modelos
tradicionales aportando lo esencial: agua, conducciones e infraestructuras
incipientes.
Posteriormente, se insistió en el modelo primigenio; es decir,
lejos de buscar alternativas más rentables y duraderas se perseveró en
aforamientos cada vez más profundos hasta dar con la salinización; se construyó
un embalse que resultó ser un colador (Benínar); se mantuvieron conducciones
obsoletas al aire libre y permeables; se crearon comunidades de regantes en
permanente belicosidad (Sol y Arena)… y se mantuvo el Puente Rioja, el
Cañarete, la N-340, diez años de retraso en la A-92… y, aún, otras
infraestructuras determinantes para el desarrollo provincial como el Plan
Hidrológico Nacional que, entre otras muchas soluciones, preveía el trasvase
del Ebro como argumento estable, duradero y económico para garantizar el vital
abastecimiento de agua.
Almería no es California, ni España es los Estados Unidos de América. Allí, el impulsor de la Presa Hoover llegó a ser
presidente de EEUU. Aquí, Zapatero fue presidente por anunciar cepillarse el
PHN y el trasvase del Ebro. He ahí la diferencia, España es un país en el que
triunfan secesionistas, traidores, revanchistas y zafios contrasistema.
Pero no todo hay que imputarlo al desatino o inutilidad
de nuestros gobernantes. Desde las primeras ExpoAgro -ya liquidada- se viene
clamando por la “concentración de la oferta”, una iniciativa que cumple tres
decenios en el estigio de la melancolía. Eso sí, como le ocurría al impulsor
del IRYDA, siempre tendremos enemigos ajenos: veto ruso, mala prensa
internacional, Marruecos… y la sequía.
Hemos sido incapaces de generar un lobby
agrícola que evite ataques injustificados y gratuitos hacia una agricultura que
ha logrado florecer muy a pesar de la poca ayuda que se nos dispensa. Y aún nos
sobreviene el soponcio por ficciones y seriales televisivos que sitúan a
Almería en el foco de un thriller (Mar de plástico) que se ceba en el
contraste entre miseria y opulencia: trabajos cuasi forzados y yates en
Almerimar o un Maserati en la puerta de Joyería Regente. Todo muy previsible.
Tan previsible como que nunca se agitarán las “aguas” en un mar de plástico.