Jacinto Castillo
Periodista
La
brecha sociológica generada por las posturas a favor y en contra de las
corridas de toros está ganando terreno. Más allá de esa evidencia, es de
destacar que constituye un asunto genuinamente español, y como tal, parece
condenado a desenvolverse. El asunto está favoreciendo la descarga de
apasionadas diatribas y gestos extremos para contento del amarillismo
mediático, siempre bajo el denominador de la ya citada “españolidad”: los
antitaurinos, a las puertas de las plazas; los taurinos en las redes y sociales
y en sus propios foros con todo el público a favor.
Esta
polémica es tan española que se está fundamentando en el cainismo tan arraigado
en este país, según el cual no basta con llevar razón, sino que es necesario
ver como el adversario muerde el polvo. De momento, son los antitaurinos los
que están haciendo gala de una “españolidad” más acusada y están optando por la
provocación y el insulto. Los defensores de la Tauromaquia
probablemente entrarán en liza, ante el recrudecimiento de las provocaciones.
Unas provocaciones antitaurinas posiblemente inflamadas por la reciente
manipulación política de estas inquietudes y por incidentes como el de
Marbella.
Plaza de toros de Almería |
Ha
sido siempre muy española la hipocresía moral. Si hace unas décadas, la
religión era excusa en determinadas capas sociales para presumir de virtudes
morales que no tenían, ahora estamos asistiendo a un fenómeno parecido. Ciertos
sectores que dicen defender el bienestar animal utilizan está opinión como una
suerte de máscara moral que pretende dejar claro que “los malos son los otros”,
como si tuviese algún sentido dividir arbitrariamente la sociedad respecto a la
postura de cada respecto a las corridas de toros. Pero la realidad es otra:
varios millones de personas van a los toros, pero no son una secta al margen de
la sociedad, ni se corresponden con ningún rasgo social, político o económico
que permita sacar conclusiones ni sancionar sus puntos de vista.
Ahora llega, a costa del toro, el enésimo ejemplo de este cainismo tan nuestro,
en el que los tópicos vacíos de contenido y las posiciones extremas encuentran
tanto acomodo. Esto de rasgarse las vestiduras para que resulte ofendido el
adversario viene como anillo al dedo a un desencuentro de opinión que merece
reflexión y debate en ambas esquinas del cuadrilátero. Un debate sustentado por
infinidad de preguntas que nunca se contestan.
¿Por
qué los antitaurinos identifican su postura con la sensibilidad ecologista
cuando la cría del toro bravo ha generado una inconmensurable riqueza ecológica
en la Península ?
¿Por qué no plantean la celebración de las corridas de toros sin sangre y
optan por el prohibicionismo inmediato? Estas
y otras preguntas invitan a pensar que, lo de menos en este asunto es el daño
infringido a unos animales que, de prosperar las prohibiciones, dejarían de
existir y, con ellos, el maravilloso medio natural en el que viven.
Pero
también los defensores de la
Tauromaquia -entre los que me cuento- no estamos dispuestos a
plantearnos que estamos viviendo en un mundo globalizado en el que es preciso
introducir otros puntos de vista y elementos a la hora de plantear el futuro
del hecho taurino. Se nos olvida que la Fiesta de Toros ha evolucionado a lo largo del
tiempo y que ahora las cosas suceden mucho más deprisa de como ha venido
ocurriendo a lo largo de toda la historia taurina.
¿Por
qué el mundo del toro no se plantea de una vez por todas comenzar a estudiar
cómo va a ser la corrida del siglo XXI? ¿Por qué consideran -consideramos- que
lo que conocemos hoy como Tauromaquia no se puede cambiar?
Puede
que resulte chocante que la muerte de un león en Zimbabwe haya generado más
indignación en el mundo que la despiadada dictadura que gobierna ese país
africano. Puede que nos cueste digerir que haya cada vez más personas que
dediquen esfuerzos considerables a defender los supuestos derechos de los
animales, en un mundo en el que la mayoría de las personas no tienen asegurados
sus derechos básicos, incluido el de la vida.
Pero,
todos estos argumentos que podrían sembrar dudas sobre los animalistas, no
sirven de excusa para que todos los estamentos del mundo taurino se planteen de
una vez por todas como encarar el futuro de la Tauromaquia en el
mundo actual.
¿La
corrida sin sangre? No sé. Algo habrá que empezar a plantearse antes de que el
legado taurino se convierta en una mera arma arrojadiza entre animalistas y
taurinistas y, como consecuencia, quienes menos amen la Fiesta acaben decidiendo su
futuro.