Los ingleses y el Almanzora

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Sostiene Azaña en uno de sus discursos que si los españoles hablaran de lo que saben, y solo de lo que saben, se produciría un gran silencio que sería aprovechado para progresar. La frase regresó hace unos días a mi memoria mientras escuchaba a Cristóbal García, alcalde de Arboleas, analizar la importancia socioeconómica que la llegada de ciudadanos europeos -preferentemente ingleses, pero también franceses y belgas- está teniendo en el presente del Almanzora, pero, sobre todo, la que puede tener en el futuro si las cosas se hacen y, además, se hacen bien.

No sé si fue la lejanía sevillana, la indiferencia almeriense, la estructura burocratizada de la legalidad, el ensimismamiento ecologista o el hablar todos de todo y sin saber (casi) de nada, pero lo cierto es que, a pesar de tantas torpezas juntas y sus consecuencias, todavía no han sido capaces de acabar con aquella iniciativa de atraer ciudadanos ingleses levantada sobre la imaginación comercial de algunos pioneros que alzaron la vista y vieron que en aquel territorio de sol, olvido y sequía salpicado de cortijos con paredes derruidas, boqueras sedientas de agua y cigarras tostadas de sol, había una posibilidad de negocio y una oportunidad para que miles de vecinos ateridos por el frío inglés pasaran su años de jubilación con la calidez del sol y la compañía de higueras y naranjos como testigos de su felicidad.

Edición de hoy de La Voz de Almería
Desde que alguien comenzó a vender cortijos ruinosos en Liverpool, ha sido tan estruendoso el ruido que ha rodeado la llegada de ciudadanos europeos que, en el colmo de la idiotez, no han sido pocos los vecinos que han asistido complacidos a que una de las primeras casas que se han derribado en el litoral andaluz-murciano-valenciano fuera la de los Prior en Vera. Desde Barcelona hasta Málaga se han levantado estos años decenas de miles de casas ilegales; pues bien, tuvo ser Almería la que tuviera el privilegio de subir al pódium de los derribos. Igual pasará con El Algarrobico. La imagen de su derribo seguro que satisface la conciencia ecologista de quienes la contemplen en el telediario de las tres desde la comodidad de su apartamento comprado en cualquier urbanización construida fuera de la ley de las muchas que salpican las costas españolas.

Desde el conservacionismo snobs de sus despachos sevillanos, los técnicos sólo han sido capaces de encontrar ilegalidad urbanística sin ver que tras la Norma podría encontrarse la inadecuación de la misma al territorio y a las posibilidades de desarrollo que esa obstaculización reglamentada cercenaba.

Sé de lo que hablo porque me los he recorrido. Los montes que rodean Zurgena, Arboleas, Albox, Cantoria, Partaloa o Taberno no encierran ninguna riqueza paisajista, sólo desolación, silencio y miseria. “campos azotaos de sol y de viento”, como cantó Alvarez de Sotomayor.

Cuando se construye una casa en Arboleas, me decía su alcalde, no solo se beneficia el propietario o el contratista; también el albañil; y el fontanero; y el electricista; y el carpintero; y el pintor; y  la tienda donde irá a comprar esa familia; y el bar en disfrutará de su ocio…y a todos los vecinos, todos, porque esa casa pagará el IBI y las tasas y los impuestos. Y otra cosa muy importante -añadía-: la cultura.

En Arboleas hay censados más de tres mil residentes europeos no españoles y a las clases de castellano asisten más de ciento cincuenta cada día. Para trabajar en el Ayuntamiento hay que saber inglés. Esa interrelación genera un ambiente de aprovechamiento cultural que se traduce en conocimiento mutuo y, por tanto, en enriquecimiento compartido.

Esta es la realidad. No la que ha diseñado un equipo de técnicos sevillanos sobre un mapa topográfico. En esa geografía de papel están contemplados los barrancos, los montes y las vaguadas, pero no la vida. Está dibujado el pasado, pero no el futuro. Está la tierra, pero no la mujer ni el hombre que la habita. Y el futuro hay que diseñarlo  acompasando la preservación de los valores medioambientales con las necesidades de desarrollo sostenible de una comarca, de un valle, que no quiere ser de lágrimas, sino de progreso.

La desolación de un monte o la soledad de un lagarto puede satisfacer la ansiedad estética de un pintor, pero no aporta ninguna riqueza a quien dese hace un millón de años los mira desde la soledad de un páramo que solo ha producido emigración y pobreza.

La llegada de ciudadanos europeos al Almanzora debe fomentarse y continuar. Con estructuras urbanas y sociales sostenibles, sin duda. Pero con la convicción de que “los ingleses” no son invasores, son aliados y contribuyen y contribuirán al progreso de la comarca convirtiéndose, más pronto que tarde y si la torpeza no acaba impidiéndolo, en un pilar económico de la comarca. A ver si nos damos cuenta.