Kayros
Periodista
En
otras épocas España se dividía entre admiradores de Joselito y de Belmonte.
Luego el duetto se entregó a Manolete y Arruza. Y, por último, vinieron como
aglutinadores de masas Paco Camino y El Cordobés. Mientras esto sucedía, la
fiesta delo toros, lejos de perder su antiguo esplendor, lo aumentó.
"Dentro de dos o tres siglos..." |
Estamos viviendo ahora un fenómeno mucho más grave que atenta
directamente contra el principal protagonista del ruedo: el toro. Los
colaboradores de la Guía ,
publicada por este periódico, expertos y largo tiempo enamorados de la fiesta
con todo lo que la rodea, lo pone bien de relieve. Qué duda cabe que la
sociedad se mueve, aunque no nos demos cuenta como nos pasa con el planeta. La
gente viaja, las culturas se reinfluyen unas a otras, los nuevos conocimientos
nos descubren que los animales también son seres sufrientes y una nueva
sensibilidad se abre entre las nuevas generaciones.
El “todo cambia” del
filósofo griego no parece hacer mella demasiado en los toros. De haberlo tenido
en cuenta a tiempo no tendríamos ahora tanta polémica en los Ayuntamientos y en
las costumbres populares de tantas aldeas de España. Basta ver la clase de
público que todavía llena las plazas. Entre un japonés y un chino algo
despistados verán un ustedes un señor canoso, con cara de saber mucho de toros.
Que no le mienten las nuevas teorías de los animalistas porque el gurú dirá que
son chiquilladas de gente sustancia.
Sin embargo algo hay que merece más
detenimiento. Los toros se fundamentan en la tradición. La fiesta debió
evolucionar al ritmo de la sociedad y no quedar fosilizada como si fuera un
tesoro a guardar del pensamiento reaccionario. Así como la fiesta incorporó la
música, la presencia dela mujer, el decoro y las relaciones humanas, también
debió abolir la brutalidad de la faena. Hay quien se extasía con una gaonera,
pero también quien no puede ver la sangre del animal luego de mil pinchazos
sobre todo cuando el artista no anda acertado.
Yo sé que la fiesta no se va
acabar por eso. Dentro de dos o tres siglos, los que vivan entonces verán que
allí están todavía los dinosaurios. Pero algo hay que hacer para contentar al
pensamiento.