María José Arias
Periodista / Público
Una buena serie no es solo un buen reparto o un buen guión, tiene que ir un
poco más allá. Es los actores, la historia, el desarrollo de la misma y la
ambientación. Cuatro ingredientes que por separado pueden funcionar, pero que
cuando se reúnen en una misma ficción televisiva dan como resultado lo que
anoche se pudo ver en el estreno simultáneo de Mar de
plástico en Antena 3, Neox, Nova, Mega y Atresplayer.
Las expectativas, siempre malas consejeras, eran altas y la serie de Atresmedia no defraudó aunque cometió errores como dejarse llevar al campo de los clichés en más de una ocasión. A pesar de sus peros, aprueba con nota tras un primer episodio bien rodado, con una acción sobresaliente, una fotografía maravillosa, una atmósfera única, un ritmo trepidante y un reparto con más aciertos que fallos. Las cartas, sobre la mesa. Ahora toda descubrir ¿quién mató a Ainhoa? Sí, como ¿quién mató a Laura Palmer? A todo el mundo le suena.
Las expectativas, siempre malas consejeras, eran altas y la serie de Atresmedia no defraudó aunque cometió errores como dejarse llevar al campo de los clichés en más de una ocasión. A pesar de sus peros, aprueba con nota tras un primer episodio bien rodado, con una acción sobresaliente, una fotografía maravillosa, una atmósfera única, un ritmo trepidante y un reparto con más aciertos que fallos. Las cartas, sobre la mesa. Ahora toda descubrir ¿quién mató a Ainhoa? Sí, como ¿quién mató a Laura Palmer? A todo el mundo le suena.
Mar de plástico |
La acción transcurre en un pueblo ficticio del sur español de nombre Campoamargo –no se podía ser más explícito al
respecto– en el que la heterogeneidad de quienes habitan en él es parte de su
idiosincrasia. Un pueblo tan reducido como su padrón pero que, parafraseando a
uno de sus personajes, tiene de todo: "Gitanos, marroquíes, morenos,
rusas". Una comunidad variopinta donde los conflictos racistas y de clase
están a la orden del día.
Como principal modo de ganarse la vida, los invernaderos. Esos en los que en los días de mayor calor la temperatura bajo el plástico que los recubre se hace tan insoportable que traspasa la pantalla contribuyendo a crear esa atmósfera asfixiante que caracteriza una serie cuya cabeza más visible es Rodolfo Sancho, un actor en perpetuo estado de gracia desde hace años. Esos mismos invernaderos que vistos desde el aire simulan un mar de plástico y en los que el sistema de riego expulsa sangre humana en una de las escenas más impactantes del piloto.
Héctor, el personaje de Rodolfo Sancho, es un sargento de la guardia civil sin uniforme y con un pasado afgano traumático que acaba de llegar por voluntad propia a un pueblo donde la tensión se palpa en cada calle, en cada esquina. Conflictos raciales, pero también políticos y económicos. La tensión siempre a flor de piel y más ahora que una de sus vecinas ha sido asesinada brutalmente. Todos son sospechosos de la muerte de Ainhoa, la hija de la alcaldesa, que ha aparecido desangrada y decapitada en uno de los invernaderos de un terrateniente (Pedro Casablanc) que, como casi todos en Campoamargo, oculta algo.
Como principal modo de ganarse la vida, los invernaderos. Esos en los que en los días de mayor calor la temperatura bajo el plástico que los recubre se hace tan insoportable que traspasa la pantalla contribuyendo a crear esa atmósfera asfixiante que caracteriza una serie cuya cabeza más visible es Rodolfo Sancho, un actor en perpetuo estado de gracia desde hace años. Esos mismos invernaderos que vistos desde el aire simulan un mar de plástico y en los que el sistema de riego expulsa sangre humana en una de las escenas más impactantes del piloto.
Héctor, el personaje de Rodolfo Sancho, es un sargento de la guardia civil sin uniforme y con un pasado afgano traumático que acaba de llegar por voluntad propia a un pueblo donde la tensión se palpa en cada calle, en cada esquina. Conflictos raciales, pero también políticos y económicos. La tensión siempre a flor de piel y más ahora que una de sus vecinas ha sido asesinada brutalmente. Todos son sospechosos de la muerte de Ainhoa, la hija de la alcaldesa, que ha aparecido desangrada y decapitada en uno de los invernaderos de un terrateniente (Pedro Casablanc) que, como casi todos en Campoamargo, oculta algo.
Porque, como buen thriller ambientado en un reducido
espacio asfixiante, los secretos, las envidias y las rencillas están
a la orden del día. Nadie es lo que parece y lo que parece, no suele ser. Quizá
el mayor defecto de Mar de plástico, que cuenta con una fotografía y un montaje
sobresalientes, sea el abuso de clichés como el novio despechado y primer
sospechoso, las relaciones interraciales mal vistas, el tonto y el borracho del
pueblo, la tensión sexual no resuelta… o el batiburrillo de acentos que no gustarán
en el sur.
Destaca lo bien rodadas que están las escenas de acción y lucha, algo que puede parecer poco creíble en un país donde el espectador no está acostumbrado a ver a los suyos en esta tesitura. Rodolfo Sancho sale airoso de un par de secuencias de lucha como si fuese el mismísimo Matt Damon en la piel de Jason Bourne. Y sí, esos planos aéreos y esaatmósfera recuerdan a la aplaudida La isla mínima y a True Detective. Sancho aprueba. Sobresale, como siempre, Pedro Casablanc como, se presume, uno de los malos de la historia. Y llaman la atención dos personajes femeninos, el de la agente Lola (Nya de la Rubia) y la joven racista Pilar (Andrea del Río).
Mar de plástico tiene entidad propia y varias escenas impecables. Solo le falta dejarse llevar por le conflicto y la acción y resolver con mano izquierda la investigación de un asesinato que, bien conducida a lo largo de los 12 capítulos restantes, puede perdurar en la memoria del espectador. De ellos depende.
Destaca lo bien rodadas que están las escenas de acción y lucha, algo que puede parecer poco creíble en un país donde el espectador no está acostumbrado a ver a los suyos en esta tesitura. Rodolfo Sancho sale airoso de un par de secuencias de lucha como si fuese el mismísimo Matt Damon en la piel de Jason Bourne. Y sí, esos planos aéreos y esaatmósfera recuerdan a la aplaudida La isla mínima y a True Detective. Sancho aprueba. Sobresale, como siempre, Pedro Casablanc como, se presume, uno de los malos de la historia. Y llaman la atención dos personajes femeninos, el de la agente Lola (Nya de la Rubia) y la joven racista Pilar (Andrea del Río).
Mar de plástico tiene entidad propia y varias escenas impecables. Solo le falta dejarse llevar por le conflicto y la acción y resolver con mano izquierda la investigación de un asesinato que, bien conducida a lo largo de los 12 capítulos restantes, puede perdurar en la memoria del espectador. De ellos depende.