Mario
López
Martínez
Incluso
los niños de una generación tan aborregada como la mía, cuando veíamos la
"aventura" semanal de los payasos de la tele, sabíamos que, tras rodar
el episodio, el señor Chinarro se llevaba muy bien fuera de las cámaras con
Gaby, Fofó y Miliki. Por
irnos un poco más adelante, los niños que lloraban con la muerte de Chanquete
no dudaban de que Antonio Ferrándiz era un señor muy simpático que gozaba de
excelente salud.
Todo
esto viene a cuento de la insistencia obsesiva de muchos en remarcar el
carácter de "ficción" de Mar de Plástico, la teleserie
recientemente estrenada en Antena 3, y que la propia cadena publicitaba a bombo
y platillo como ambientada en Almería. Hasta
ahí llegamos. Sabemos que en la realidad no existen esos personajes tan
estereotipados, que Rodolfo Sancho no es guardia civil (aunque fuera del plató,
y ante periodistas, ejerza como denunciante anónimo de las más graves
aberraciones que imaginar se pueda) y que en el Poniente no hay ningún gran
terrateniente, y menos aún llamado Rueda. Entonces,
¿debemos ignorar con displicencia todo lo que rodea a la serie?
Un momento del rodaje |
Para contestar
a esa pregunta, propongo dar un cierto rodeo, indagando en las técnicas de
comunicación del lenguaje audiovisual. La
"suspensión de la incredulidad" es el mecanismo mediante el cual el
espectador deja de lado su sentido crítico, ignorando incoherencias o
incompatibilidades de la obra en la que se encuentra inmerso, permitiéndole
adentrarse y disfrutar del mundo expuesto en la ficción. Sabemos que no existe
ningún Imperio Galáctico, pero saltamos de alegría cuando los rebeldes
destruyen la "Estrella de la
Muerte ". Sin
embargo, para que este mecanismo funcione, el cine debe utilizar las adecuadas
técnicas narrativas, interpretativas y visuales. En caso contrario, la obra cae
en el ridículo o, lo más frecuente, en el tedio. Es el típico "no me he
metido en la película".
Una
de las técnicas más efectivas para alcanzar la citada "suspensión de la
incredulidad" es la ambientación. El entorno visual, las situaciones
anexas o paralelas a la acción principal, las anécdotas, por muy
circunstanciales que estas sean, etcétera. Lo que nos lleva al concepto de
verosimilitud. Cuanto más verosímiles resulten todos esos añadidos a la trama
principal, más se va a meter el espectador en la misma.
Concretando,
que es gerundio. En la serie de la que hablamos encuentro que operan, al menos,
cuatro grandes mecanismos de ambientación:
Primero.
La fotografía. Aunque se ha criticado mucho que copie a "La Isla Mínima ",
resulta indudable que el trabajo es brillante. Nadie que haya visto lo poco
atractivo que resulta un paisaje de invernaderos puede negar lo beneficiado que
sale estéticamente el campo almeriense.
Segundo.
El habla. Decir patético, grotesco o surrealista es quedarse corto. Un
batiburrillo de acentos absolutamente ajenos a Almería, además pésimamente
logrados, que en lugar de ambientar la historia lo único que consigue es mover
a la hilaridad.
Tercero.
La tierra. Otro gran fiasco. En lugar de aprovechar las potencialidades
visuales de técnicas agrícolas como los cultivos hidropónicos, en fibra de
coco, o los adelantos tecnológicos en subastas y riegos, se limitan a abusar de
planos generales de las matas en los invernaderos o, directamente, meten la
pata hasta el fondo metiendo aspersores que aquí, sencillamente, no existen.
Por no hablar de la referencia a "tierras en barbecho", como si
estuviéramos en los campos cerealísticos de Castilla.
Y
cuarto, dejamos para el final lo más polémico. El fenómeno de la inmigración.
Casi desde la primera secuencia, se hace flotar en el ambiente el paralelismo
de Almería con la Alabama
del siglo XIX. Bares en los que se niega agua a un negro, cuadrillas de
emuladores del juez Lynch a los que únicamente les falta la túnica y el
capirote blancos, y la cruz de fuego, rusas despampanantes y ociosas
regodeándose de las desgracias de otros extranjeros, o reyertas masivas entre
los propios inmigrantes.
Lo
que nos lleva a la pregunta del principio. ¿Debemos prestarle atención a lo que
únicamente es una serie de ficción? En mi opinión, sí, y mucha, pero no por las
razones por las que en principio cabría pensar, sino por otras aún más
alarmantes. Entiendo
que, si la serie intenta retratar al campo almeriense como inmoral, corrupto,
anárquico y racista, no lo hace para denunciarlo, sino únicamente para darle
verosimilitud a la trama principal. Es decir, que se trata de un presupuesto
previo al rodaje, o incluso previo a la redacción del guión. Lo que sale en la
serie es exactamente aquello que fuera de Almería se entiende que ocurre aquí
en la realidad.
Sin
necesidad de recurrir a conspiraciones externas de competidores agrícolas, o de
cadenas de distribución europeas, la explicación es tan sencilla como
desoladora. Antena 3 TV quiere, legítimamente, ganar dinero. Para ello rueda
una serie de ficción. Para tener más audiencia, resulta imprescindible meter al
espectador en la trama. Para ello, hay que hacerla verosímil. Y, en última
instancia, la verosimilitud se busca, con mayor o menor acierto, en aspectos
sórdidos pero de los que no cabe duda de que previamente ya habían calado en el
español medio. No es nada nuevo que los buitres se nutran de carroña.
Lo
cual nos lleva a una pregunta de mayor enjundia. ¿Cómo hemos llegado a este
punto? ¿Qué se ha hecho tan rematadamente mal para que tantos y tantos aspectos
positivos de nuestra agricultura jamás lleguen a ser percibidos por la sociedad
española? Lo cual sería merecedor no de otro texto, sino de una tesis doctoral.
Únicamente apuntar el carácter endógeno y endófobo de muchas de esas causas.
Empezando por aquellos que, cuando se conocieron las declaraciones del actor
protagonista sobre los enterramientos en el desierto (según él, conocidos y
tolerados por la sociedad almeriense), desde el minuto uno se apresuraron a
desviar la atención con el consabido "es ficción". Siguiendo por
algún profesor universitario de la extrema izquierda, generosamente regado con
subvenciones de la Junta
de Andalucía, que se dedica en su cátedra a denigrar sistemáticamente el modelo
agrícola almeriense. Continuando con unos poderes públicos indolentes,
incapaces de solucionar temas tan sensibles como la falta de seguridad o el
(casi nulo) tratamiento de los residuos agrícolas (eso sí que hay que
agradecerle a la serie que no lo haya mostrado). Y terminando, cómo no, en
muchos empresarios incumplidores de las mínimas obligaciones laborales.
De
cualquier modo, todas estas disquisiciones serán probablemente estériles dentro
de unos pocos años. Parafreseando al replicante de Blade Runner (eso sí que es ficción),
la agricultura almeriense se perderá en el tiempo "como lágrimas en la
lluvia", víctima de la falta de infraestructuras que permitan a sus
productos salir a competir a los mercados en igualdad de condiciones. Y, con
ella, se perderá toda la riqueza con la que Almería ha contribuido al país, y
de la que únicamente las migajas han venido de vuelta.