Antonio Felipe Rubio
Periodista
El primer capítulo del serial televisivo Mar
de plástico cumple con el protocolo elemental para un desarrollo muy
previsible y de escaso recorrido argumental. La trama, a través de los
personajes, su involucración en el caso y la idiosincrasia del entorno
concernido deja muy pocas opciones a la actuación intrínseca de los personajes,
dejando un enorme protagonismo al patético entorno social que es, en
definitiva, el que modela y condiciona el argumento contaminado por los nada
edificantes comportamientos: racismo, xenofobia, corrupción política,
corrupción empresarial, prácticas abusivas, mafia institucionalizada, vida
disoluta…
Una escena de la serie |
La chica asesinada y descuartizada es hija de
una alcaldesa que conoce y consiente el modelo de sociedad pletórico de
irregularidades e ilegalidades. Ya, en un primer affaire político, encontramos
a la alcaldesa induciendo a una renuente oposición a firmar un acuerdo de
dudosa legalidad. Posteriormente, el capataz, de perceptible
acento sajón, conduce una camioneta que recoge moros y tostaos (sic) en un
singular “mercado de trabajo” que se supone el procedimiento habitual y
consentido en la comarca, y que se asemeja al de las costas de Zanzíbar S.
XVIII.
Al negro sediento, ni agua. Un trabajador de
raza negra llega al bar, en ese momento ocupado por unos niñatos desocupados,
incultos, agresivos, racistas y muy pijos que, tras negarle solución a su sed,
sin otra encomienda la emprenden contra él a mamporros como simple desahogo.
El jefe de la cooperativa -consumado
corrupto- acostumbrado a comprar voluntades no duda en ofrecer prebendas al
policía (jefe de la Judicial) y le dice que a todos les gusta algo: dinero,
putas, juergas, armas… “a los civiles les ponen las armas”. Y así, ya se puede
adivinar el caudal de escrúpulos de este “empresario” que le dice a su
voluptuosa rusa lo que le cuesta ganar a 20 céntimos el pepino los 2.000 euros
que le sopla para un tratamiento de belleza.
En cuanto a la trama amorosa, tan
imprescindible en estos deficientes argumentos, se va a circunscribir al jefe
de la Judicial y a la viuda de su compañero en la campaña de Afganistán. Y especial atención al chico deficiente que
podrá jugar un papel determinante al presentarlo como refractario a las
mentiras en un ambiente en el que se prodigan corrupción, infidelidad,
deslealtad e ilegalidad. Este chico puede demostrar ser el único que se salva
de entre una fauna absolutamente deleznable.
Así las cosas, aún falta por desgranar un
asesinato. Pero lo más preocupante es el escenario recreado. Veremos más
racismo, puterío, derroche, abusos intolerables… y todo esto en un ámbito de
marcado acento agrícola que, según el guion preestablecido, se sustenta en el
desprecio a los derechos más esenciales.
Este modelo de sociedad no es tan ficticio; se
nutre de argumentos afortunadamente periclitados, pero que lamentablemente han
existido. Existió una vez (Sucesos de El Ejido) un asesinato, un linchamiento,
un enfrentamiento… y unas lamentables consecuencias para el sector agrícola que
-a la vista está- aún no nos hemos resarcido.
Un serial sobre las condiciones de trabajo de
chinos fabricando zapatillas de deporte de marca tendría la misma influencia en
los consumidores que los que hacen calabacines a base de mercados negreros,
odioso racismo, bochornosa incultura, insultante exhibicionismo… Y el
telespectador, seducido por el “realismo de la ficción” es muy libre de establecer
sinergias y empatías que, a buen seguro, veremos reflejadas en nuestros
intereses y Marca Almería.
Atresmedia ha ganado un seguidor de la serie.
Los almerienses nos hemos ganado una buena “hostia”.