Pedro
Manuel de La Cruz
Hace
unas semanas leí en un periódico un titular lleno de amarillenta
intencionalidad en el que se afirmaba con solemnidad que “Díaz dio a un
ex alto cargo un préstamo de 2,5 millones del fondo investigado”. Lo
sorprendente es que, tras tan insinuante titular, el texto de la información
manifestaba que la empresa del ex alto cargo fue fundada un año y medio después
de su salida de la Administración; que existía un informe que avalaba la
legalidad de la concesión; que el objetivo de la misma -en la que también
participaba como socio un especialista esloveno en biotecnología molecular- tiene como objetivo desarrollar y comercializar un test para la detección
temprana del cáncer; que la investigación se encuentra actualmente en fase de
validación clínica -tomando muestras de sangre a cuatro mil personas-, tanto
sanas como enfermas; que la comercialización comenzaría en Europa y después en
Estados Unidos; que ya hay dos farmacéuticas que están en contacto con las
empresa interesadas en invertir en el proyecto; que el promotor cuenta con un
formidable curriculum, que incluye másteres en la Ecola Centrale de
París y en el MIT de Massachusetts; y que en la actualidad se encuentran en
Silicon Valley para abrir una oficina comercial; y que en el proyecto
trabajaban ya veinte personas. Fin de la cita recogida del texto publicado por
el periódico en cuestión. ¿Dónde está la noticia? ¿En la concesión de la
subvención? No, porque, a la vista del informe técnico (no político), todo se
atuvo a la más estricta legalidad. ¿En el desarrollo del proceso de
investigación? Tampoco, porque continúa desarrollándose según lo previsto. ¿En
la inexistencia de interés general por el tema investigado? Menos todavía; hay
que ser demasiado imbécil para no respaldar una investigación serie y sólida
sobre el cáncer. ¿En la incapacidad profesional de quienes dirigen la empresa?
Resulta obvio que no es el caso, todo lo contrario; ¿en la inexistencia de
trabajadores? No puede ser, veinte personas trabajan en el proyecto.
La Voz de hoy |
Entonces
y a la vista de estos interrogantes y sus respuestas, ¿qué se pretendía con el
titular? Exactamente lo que usted está pensando: en tiempo de guerra cualquier
agujero es trinchera y el caso es disparar, aunque la bala mate a alguien que
pasaba por allí sin vinculación con la balacera.
Eludo
de forma intencionada hacer público el nombre del emprendedor, vinculado a
Almería, porque nunca me ha apetecido acompañar a los expertos en pozos negros
mediáticos. La mierda para el que se la trabaja. Lo
que resulta bien interesante es reflexionar sobre el riesgo de utilizar la
corrupción, no como una lacra a combatir, sino como instrumento para atacar al
contrario (con razón o sin ella, qué más da: “para el fraile todo es bueno pa
el convento”).
Esta
práctica, tan habitual en todos los partidos y, por tanto, con victimas
presentes y futuras en todos los bandos -los verdugos de hoy serán las víctimas
de mañana, al tiempo-, se ha apoderado desde hace años de la filosofía
editorial de no pocos medios nacionales; los locales, salvo excepciones
conmovedoramente digitales o marginales, no hemos caído en ese abismo, tan
pestilente, del torquemadismo inquisitorial. Una
vocación inquisitorial que no busca la información, sino su utilización
maniquea, interesada y zafia para satisfacer oscuros objeto de deseos
financiadores.
"Si alguien que ha permanecido durante un tiempo en la Administración pública va a ser, tras su marcha, sometido a la calumnia de un titular o al escándalo intencionado de un partido, ¿quién va a querer dedicarse a la gestión pública?"
Pero,
con todo y siendo grave la utilización partidista de la corrupción o el uso
maniqueo de la misma por parte de algunos, lo más inquietante es la influencia
negativa que estos comportamientos tan indeseables provocan en quienes -como el
caso del emprendedor de origen almeriense que nos ocupa- tienen la tentación de
aportar durante unos años su capacidad intelectual y profesional a mejorar la
gobernanza de una ciudad, de una provincia, de una región o de un país. Si alguien
que ha permanecido durante un tiempo en la Administración pública va a ser,
tras su marcha, sometido a la calumnia de un titular o al escándalo
intencionado de un partido, ¿quién va a querer dedicarse a la gestión pública?
La respuesta es fácil y desoladora: los que no tengan otro sitio donde cobrar
una nómina a fin de mes. Aquellos que gocen de indubitada capacidad profesional
huirán de dedicar una parte de su tiempo laboral a gestionar el espacio público
compartido, que eso es hacer política.
Será
entonces cuando -como en demasiados casos en la actualidad- a la política sólo
se dediquen los mediocres, cuando no los incapaces de hacer otra cosa que no
sea medrar a las sombra del granado de unas siglas en las que ni ellos creen y
de las que –Montoro dixit, pero vale para todos los partidos- hasta se
avergüenzan.
"Ya sé que defender a los políticos no está de moda. Que han sido muchos los que se han ganado el descrédito a fondo"
Persigamos
con las lanzas del sectarismo obsceno y de la calumnia disimulada a los
políticos que lo son o lo fueron; exijámosles que ganen salarios muy por debajo
de lo que ganarían en el desarrollo privado de su profesión y cubramos a todos -desde el presunto ladrón de Rato al irresponsable de Chaves o a los miles de
concejales, alcaldes y diputados honorables- del oprobio de la culpabilidad.
Hagamos todo eso y al final conseguiremos, entonces sí, que nos gobiernen una
banda de mediocres que solo aspiran al cielo o a llegar a fin de mes.
Ya
sé que defender a los políticos no está de moda. Que han sido muchos los que se
han ganado el descrédito a fondo. Lo que no es razonable es que metamos a todos
en el mismo saco revistiéndolos del velo escarnecedor de la maledicencia y la
sospecha. ¿Saben
por qué? Porque actuar así es abrir las puertas al neofascismo franquista. Y en
ese viaje, al menos conmigo y con este periódico, que nadie cuente.