Lenox
Napier
Un mojaquero británico
Uno
de los éxitos de la
Consejería del Medio
Ambiente –y la verdad, no tienen muchos reclamos en Almería– es el Parque
Botánico del Boticario, ubicado en los Llanos de las Cañadas, en la capital. El parque fue pensado como un escaparate de todos la
flora almeriense puesta en un lugar, una estancia de catorce hectáreas. Un
grupo de jardineros, unos visionarios y un nutrido grpo de
contables, abogados y, sobre todo, políticos se pusieron mano a la obra en los
primeros años del siglo actual para conseguir fondos europeos para realizar en 2005, como
dice ‘Almeriapedia’, “…una extensión de 14 hectáreas en las
que se ha intentado recrear los distintos paisajes de la provincia y que
cuentan con más de 1.300 árboles, 2.000 arbustos y 75.000 plantas”.
Parque del Boticario |
La
verdad es que es una maravilla. Trabajaron bien los planificadores y el parque
nació dividido en varias zonas –un Jardín árabe (“una recreación del Jardín
del Paraíso”, como dice la misma fuente); un parque forestal, con muchos
ejemplares de árboles autóctono; zonas húmedas; un parque botánico; bancos, alamedas… y hasta unas cuantas maquinas tipo
“biopark” para los mayores. A su
lado, hay un restaurante privado, un parque infantil, un tipo que alquila
cochecitos de pedal y un amplio sitio para dejar el coche.
Lo
malo es que un parque así necesita mucha agua, mucho cuidado y un ejército de
jardineros. En una palabra, mucha pasta. Por esta sensible razón, la Consejería intentó (y
volvemos a la fuente antes citada) “…ceder al Ayuntamiento de Almería, pero sin
embargo, ni Junta de Andalucía ni Ayuntamiento de Almería se han puesto de
acuerdo para concretar dicha cesión”.
Así están las cosas. A consecuencia de esta negación, los del
parque tuvieron que sufrir algunas economías: por esto existen los contables.
La evidencia de varias visitas mías a lo largo de este año me enseña que no hay
ningún jardinero (quizás uno sale por los noches, de esto no se sabe). No hay
agua; hasta la recreación del Jardín del Paraíso está media seca, sin plantas,
y con sus acequias llenos de fango y basura.
Los árboles están más o menos bien, entre algunos secos o mal cuidados.
Los prolíficos chumbos (y nosotros pensando que el nopal fue “una planta
invasora”), cubiertos en enfermedad, mosca blanca y muertos. A lo largo de todo
el parque, en cuanto de “las 75.000 plantas”, sencillamente no queda ni una. La
zona húmeda tiene un escondite para contemplar a los pájaros, pero el agua está
muy sucia y, de pajaritos, no hay ni una. En el verano, durante otra visita
mía, tampoco había agua: lo que hay actualmente viene de la lluvia. Quizás la
cosa más chocante es el estado de las maquinas absurdas para los mayores: están
oxidadas, destruidas o sencillamente ausentes.
¿Un
desastre entonces? No, al contrario, es una maravilla. Catorce hectáreas de
alamedas arboladas, muy poca gente, una tranquilidad espléndida y un muy buen
bar a la salida, llamado El Álamo.