Hace
unos días alrededor de doscientos almerienses desayunamos con Darwin en El
Ejido. Fue en las IX Jornadas de la Agricultura Almeriense,
cuando en la primera mesa redonda, Antonio Jiménez, director técnico de Koppert
España, recurrió a una cita del naturalista británico para defender que no es
más fuerte quien más resiste, sino quien mejor se adapta a las circunstancias.
Fueron cuatro horas de reflexiones muy interesantes sobre algunos puntos cardinales -residuos 0, más productividad o menos coste, luces y sombras de la producción ecológica, retos en investigación y formación-, pero, todos ellos, tratados desde el rigor que impone un mismo universo: la necesidad de adaptarse a la realidad presente y futura y a sus condicionantes. Darwin puro.
La Voz de hoy |
Hasta casi
antesdeayer la cultura agrícola se había cimentado sobre la acumulación de
experiencias marcadas por lo imprevisible. El clima, los productos, la tierra,
el agua, todos eran factores dominados por los astros o la divinidad. Las
rogativas al santo o la ofrenda al dios de la tormenta -un día para que
lloviera y acabar con la sequía; al día siguiente para que dejara de llover y
evitar la inundación- eran (casi) las únicas armas para procurar la bondad de
la cosecha. El oscurantismo se mantuvo hasta el siglo XIX y tuvieron que pasar
miles de años para que la hoz fuera sustituida por la cosechadora.
"La realidad evoluciona a una velocidad espectacular y las miradas al cielo han sido sustituidas por la investigación en el laboratorio"
Hoy la realidad evoluciona a una velocidad espectacular y las miradas al cielo han sido sustituidas por la investigación en el laboratorio. La ciencia ha echado raíces en el campo. Y lo mejor está por llegar. No es la última una frase para la esperanza. Es la constatación, en solo seis palabras, de uno de los argumentos expuestos por Jerónimo Pérez Parra en su ponencia del lunes cuando aseguró que las necesidades alimentarias de los 9.000 millones de personas que en 2050 poblarán el planeta exigirán que la producción actual aumente en un setenta por ciento.
Esta es una de las
fortalezas de la agricultura intensiva, su capacidad productiva. Una
capacidad que, como mínimo, multiplica por cuatro a la agricultura tradicional,
además de producir fuera de los meses habituales de verano. Y, por si esto
fuera poco, lo hace consumiendo menos agua. Esa es nuestra fortaleza: Podemos
producir más en un momento en que la demanda de productos agrícolas dibuja un
perfil en permanente aumento, no sólo por el crecimiento demográfico, sino por
su aportación saludable. Pero esta realidad no es un camino a recorrer desde la autosatisfacción. Es un
trayecto salpicado de fortalezas, pero también de debilidades.
"Es mucho lo recorrido, pero es mucho lo que queda por recorrer. Y para ese camino, nada mejor que asumir la filosofía darwiniana de la adaptación"
Paco Góngora, alcalde de El Ejido, las señaló en su intervención con rigor incuestionable la necesidad de mantener la sostenibilidad de los aportes hídricos apuntando a un trasvase de cincuenta hectómetros anuales desde la presa de Rules -al cabo, decía Góngora, muchos de los habitantes del Poniente almeriense vienen de su zona de influencia-; el tratamiento de los restos vegetales en búsqueda de subproductos, como ya se está investigando en Las Palmerillas; la ordenación territorial para evitar riesgos ante lluvias torrenciales; la mejora de infraestructuras, tanto dentro como fuera de los invernaderos; la concertación de precios para no estar sometidos a los vaivenes con la creación de un mercado interprofesional de ámbito europeo; la mejora en la planificación de los cultivos; y la continuidad permanente en la innovación que ya llevan a cabo empresas privadas y organismos públicos o privados con ayuda de las instituciones, como son los casos de Tecnova, Ifapa, institutos municipales de investigación y otros.
Vamos, que es mucho lo recorrido, pero es mucho lo que queda por recorrer. Y
para ese camino, nada mejor que asumir la filosofía darwiniana de la
adaptación. Escribió Santa Teresa que Dios también está en los pucheros; la agricultura
almeriense también demuestra que Darwin desayuna cada mañana en la calidez
esperanzada de nuestros invernaderos.