Antonio
Avendaño
Director
de Andaluces.es
La formación de Gobierno en España se ha convertido en un asunto indescifrable. La distribución de escaños en el Congreso ha querido que el PSOE, aún obteniendo los peores resultados desde 1977, desempeñe un papel fundamental en la formación del nuevo Gobierno. Por otro lado, el partido vive unos momentos delicados con la puesta en entredicho de la figura de su secretario general, Pedro Sánchez. El papel de Susana Díaz ocupa las páginas de los periódicos y los espacios de las tertulias. El director del periódico digital Andaluces.es, Antonio Avendaño, suele estar muy bien informado de todo lo que se cuece dentro de la cocina socialista. Reproducimos a continuación su artículo titulado "La hora de Susana Díaz":
Susana Díaz |
La
primera conclusión generalizada de todos los observadores es que en el PSOE hay
una batalla interna por el poder porque los principales barones territoriales
piensan que Pedro Sánchez no es el líder adecuado para sacar al partido de la
delicada situación en que lo colocaron los ciudadanos en 2011 y de la cual no
ha conseguido recuperarse. Como España misma, el PSOE es hoy un tablero donde
se juegan varias batallas simultáneamente, sin duda, pero la principal de
ellas es la que intenta dirimir la crucial pregunta de quién manda aquí.
Recordémoslo de nuevo: un partido que no tenga debidamente contestada esa
pregunta no es un partido de fiar.
"Nada de esto habría ocurrido si Susana Díaz no hubiera querido que ocurriera"
Formalmente
manda Pedro Sánchez, pero el Comité Federal y la previa del Comité Federal han
demostrado que materialmente no es así: los principales líderes territoriales
no quieren que Sánchez siga siendo secretario general. Naturalmente, él no está
de acuerdo: es lo que suele pasar con los secretarios generales, con todos los
secretarios generales independientemente de sus méritos para haber llegado al
cargo.
¡ES
ELLA, ES ELLA!
La
segunda conclusión igualmente generalizada es que nada de esto habría
ocurrido si Susana Díaz no hubiera querido que ocurriera. Todos los dedos –con
razón o sin ella es, a estas alturas, lo de menos- señalan a la presidenta
andaluza como muñidora de la crisis orgánica del partido y, por tanto, es a
ella a quien ahora mira todo el mundo a la espera de que remate la faena que ha
empezado. En esta difícil partida del PSOE contra sí mismo se la juega Pedro
Sánchez pero también se la juega Susana Díaz: no Javier Fernández, Ximo Puig o
Emiliano García, pues ellos no aspiran a cetro que ostenta Sánchez.
Desde
que se celebraron las elecciones, la presión ha estado dirigida a Pedro
Sánchez, que se ha defendido como gato panza aunque haya salido fuertemente
debilitado de la batalla. Ahora todas las miradas y todos los análisis se
han vuelto hacia Susana Díaz. La convicción generalizada es que es a ella a
quien le toca mover pieza: ciertamente, en política una cosa es mover pieza y
otra muy distinta contarle a todo el mundo que la mueves. Los tiempos del
periodismo y los tiempos de la política son muy distintos, tanto que el
político que los confunde comete un error fatal y está perdido, mientras que el
periodista que lo hace también comete un error pero ni es fatal ni él está
perdido: simplemente está pensando en cambiar de empleo.
LAS
NAVES INCENDIADAS
Si
Pedro Sánchez quemó sus naves al proponer una estrategia de negociación con
Podemos para formar gobierno que no contaba con el apoyo de los líderes
territoriales, Susana Díaz ha quemado las suyas en este Comité Federal donde
las cartas han quedado boca arriba. La partida para derrocar al rey ha
comenzado y ya no es posible volver atrás. La reina quiere ser el rey y ya no
es posible volver atrás porque todo el mundo sabe -o cree saber, dalo mismo-
que eso es así.
Solo
hay dos desenlaces posibles de la batalla, que además será una batalla cruenta:
o Pedro o Susana. No hay más. Díaz tendrá que promover la convocatoria de un
Comité Federal si Sánchez se niega a ello, ese Comité tendrá que fijar cuanto
antes la fecha del congreso para elegir secretario general y en ese congreso
Susana Díaz tendrá que postularse para liderar el partido. Si no lo hiciera
así, nadie entendería a qué diablos está jugando Díaz, como nadie entendió en
su día a qué jugaba -mejor dicho, a qué no jugaba- Eduardo Madina. ¿Ganaría
Díaz ese cónclave? Seguramente, pero el precio de la victoria será alto.
No
obstante y aunque se resolviera el enojoso asunto del congreso, quedaría
pendiente otra importantísima cuestión: la de quién será el candidato a la Presidencia del
Gobierno. Podría no ser Díaz, pero eso equivaldría a algo así como dejar las
cosas a medias, y además sería difícil de explicar a los militantes y
simpatizantes socialistas: bastante más difícil, incluso, de lo que sería para
Díaz explicar a los andaluces que dejaba la Presidencia de la Junta apenas un año y
medio después de haber adelantado las elecciones para ganarla. Si Díaz fuera
secretaria general pero no dejara la
Junta y a su vez el candidato a la Presidencia del
Gobierno de España, elegido por primarias o no, fuera otra persona, el choque
de legitimidades sería inevitable y la crisis interna sería una mera
cuestión de tiempo.
UNA
OPCIÓN IMPROBABLE
Otra
posibilidad, seguramente la que acaricia Ferraz, es que Sánchez logre ser
presidente de Gobierno antes de que se celebre ningún congreso socialista. Pero
no parece probable, tanto por el hecho de que el Grupo Socialista en el
Congreso no le es fiel y los líderes territoriales tampoco, como porque sería
una operación de altísimo riesgo para el PSOE, tanto como lo fue el tripartito
catalán para el PSC.
Hace
un año y medio todas las miradas se giraron hacia Susana Díaz tras la dimisión
de Alfredo Pérez Rubalcaba. Díaz, no sin pensárselo mucho, declinó
entonces la invitación generalizada de que tomara las riendas del partido.
Entonces no lo hizo porque entonces podía no hacerlo: ahora no puede no
hacerlo. Su proclamación habría sido entonces un paseo militar sin muertos ni
heridos; ahora puede conseguir el cetro pero antes tendrá que librar una guerra
que, como todas las guerras, necesariamente habrá de ser incierta y
necesariamente ocasionará importantes daños internos. Pero la suerte está
echada. En 2014, Susana Díaz pudo elegir; ahora no puede.