Emilio
Ruiz
Situémonos
en las jornadas previas al 20-D. La opinión unánime de los sondeos marcaban el
siguiente panorama: por un lado, victoria del PP, que podría formar Gobierno
con el voto positivo o la abstención de Ciudadanos; por otro, la duda de si el
segundo partido más votado sería el PSOE o Podemos. ¿Qué pasó en las
elecciones? Pasaron tres cosas: una, que el PP fue, efectivamente, el partido más
votado; dos, que C’s no cumplió expectativas y sus diputados no eran
suficientes para investir a Rajoy, y tres, que Pd’s no pudo dar el sorpasso al PSOE.
A nuevo
panorama, nuevas estrategias. La del PP fue, desde el minuto cero, echar la
pelota al tejado de Pedro Sánchez y requerir su voto y el de Ciudadanos “ante
el peligro de los populistas y los secesionistas”. Ciudadanos se sumó a la idea
y apuntó también al PSOE. Podemos se sentía cómodo viendo al PSOE sumido en la
depresión. Y el PSOE, anclado en el desconcierto y con las baronías con los
nervios a flor de piel. En el trasfondo, la repetición de las elecciones, con
dos seguros beneficiarios: Rajoy, que se merendaría a parte de Ciudadanos, y
Pablo Iglesias, que haría lo propio con el PSOE.
La
situación socialista era, pues, muy delicada. “Tome el camino que tome –se
decía- va camino del desastre”. Para salir del atolladero había que emplear
fórmulas imaginativas, y es lo que está haciendo Pedro Sánchez. En mi opinión,
de forma inteligente para los intereses de su partido. Primero, ha marcado
territorio respecto a Rajoy (“nadie nos ha votado para elegir un presidente del
PP”). Y después, ha deshecho el embate de sus barones, algunos de los cuales han buscado más el titular de un telediario y la satisfacción de su ego que la
solución al problema que se les planteaba.
Pero, sobre todo, donde Pedro Sánchez se
está mostrando más hábil es en el tratamiento de Podemos. Si hace unos días
Pd’s se vislumbraba como futuro triunfador –junto al Partido Popular- en la
salida de esta enrevesada situación, hoy se ve a Podemos como un partido
fragmentado y desconcertado y con un Pablo Iglesias incapaz de cumplir los
compromisos que había adquirido con sus confluencias territoriales. Iglesias
está viendo que no hay que prometer lo deseable sino lo posible. Su puesta en escena del viernes fue bochornosa.
Pedro Sánchez se va a presentar en el comité federal del día 30 con la sensación de
que puede ser el próximo presidente del
Gobierno. Y se va a presentar con algo aún más valioso: con la sensación de que
la presión que sobre él se ha ejercido –y aún se ejerce- está siendo desviada
hacia un Pablo Iglesias que tiene que elegir entre hacer presidente a Pedro
Sánchez y prescindir de muchas de sus líneas rojas –principalmente, el derecho
a autodeterminación- o ir hacia un adelanto electoral.