Pedro
Manuel de La Cruz
Cuando
en la última primavera saltó la noticia de que Antena 3 comenzaba a rodar los
primeros capítulos de una serie en Almería con el título Mar de plástico y un
metraje protagonizado por un crimen cometido entre invernaderos, no fueron
pocos los que se sobresaltaron. En la garita de la sensibilidad almeriensista
siempre hay un voluntario de guardia presto a dar la voz de alarma cuando se
avista en el horizonte un imaginario ataque a las esencias.
Aquí caen cuatro bombas atómicas y sólo viene a protestar desde Cádiz una duquesa millonaria a la que, en vez de agradecérselo, las autoridades, tan silenciosas ante un accidente de tono menor (en fin, sólo pudo haber provocado la desaparición de media España, una minucia, ya ven), solo se les ocurre descalificarla por lesbiana y roja. Claro que peor fue cuanto llegó Juan Goytisolo a describir con pulcritud literaria la vida -¿a eso se le podía llamar vida?- de miles de ciudadanos de
La Voz de hoy |
Las bombas de Palomares no despertaron ni la brisa tenue de la queja porque nunca nos dijeron -ni quisimos saber- de su peligro. El riesgo
verdadero para la provincia eran aquellas estampas construidas de palabras que
dibujaban la resignación ante la condena de la miseria, esculpían el
sentimiento desgarrador de la desolación y sacaban a la luz el insulto
insolidario del olvido.
"Gabriel Amat puede ser un tipo elogiado por unos y discutido por otros, pero lo que ni unos ni otros niegan es su capacidad para revertir un riesgo inexistente en un beneficio real"
Han pasado más de cincuenta años pero no hay que olvidar que, en aquella provincia de los sesenta, a Goytisolo -un catalán ilustrado que vino para contar las verdades que los intelectuales provincianos no tuvieron nunca la valentía de decir- fueron muchos los que se aprestaron a lincharlo desde la balconada franquista del patriotismo de aldea.
Y es que el aldeanismo nos ha perseguido y nos persigue. Cualquier crítica intuida recibe siempre la respuesta airada antes de que se produzca. La esperanza que queda es que, a medida que el viento del tiempo recorre el calendario y despeja de telarañas el entendimiento, cada vez son más los ciudadanos que abandonan la emoción prefabricada del victimismo y eligen la rentabilidad del razonamiento sosegado.
Prueba de lo anterior es la decisión de
La serie no ha dañado la imagen de la provincia, nuestros
agricultores continúan su espléndido trabajo sin perturbaciones televisivas,
los precios suben o bajan en el carrusel habitual del mercado y Almería sigue
siendo un extraordinario escaparate de producción intensiva, utilización
sostenible del agua y acogimiento de ciudadanos de otros continentes sin las
muestras de intolerancia que se dan en otros territorios considerados,
erróneamente, más tolerantes. No se ha producido el apocalipsis.
Lo que sí se ha producido es un pilar más en la construcción de la provincia como tierra de cine, como escenario natural privilegiado. Un pilar televisivo que se une a la cadena de rodajes que se están realizando en ese plató natural que nos concedió la naturaleza.
Gabriel Amat puede ser un tipo elogiado por unos y discutido por otros, pero lo que ni unos ni otros niegan es su capacidad para revertir un riesgo inexistente en un beneficio real. El cine y las series de televisión no pueden ser contempladas por sus argumentos como sombras capaces de oscurecer lo que la luz ilumina en medio de los claroscuros con que se dibuja cualquier realidad.
Bienvenida una segunda parte de Mar de Plástico y las que el share propicie y dejémonos de una vez de autos de fe provincianos. Almería no es ya la que, tan acertadamente, retrató Goytisolo en sus formidables libros de entonces y los almerienses de hoy no son los de ayer. Aunque algunos se empeñen en continuar viendo gigantes donde solo hay palabras o fotogramas. La función del victimismo anticipado ha llegado a su fin.