Antonio Felipe Rubio
Periodista
Mucho se dice y se escribe sobre corrupción
para abrigar eufemísticamente comportamientos execrables e inadmisibles en un
régimen democrático regido por el Estado de derecho. Me pregunto a qué punto hemos llegado para
admitir como cotidiano y natural convivir y estar sometidos al gobierno
protagonizado por auténticos traidores. Sí, no se trata de buscar la
estridencia mediante gruesos conceptos, es adaptar el comportamiento con el
lenguaje.
El niño de Bescansa |
Ya tuvimos un notable traidor que prefirió
eludir sus responsabilidades ante la crisis en beneficio de sus intereses
partidistas. Perdimos casi dos años con ZP calificando de antipatriotas,
tristes, agoreros… a los que urgiesen a tomar medidas ante una crisis cierta
que, aún en campaña, Solbes negaba la evidencia ante un perplejo Pizarro.
Ahora, los traidores no se dedican a negar la evidencia o abocarnos a la ruina
por la senda del sectarismo; simplemente, delinquen, se ciscan en las leyes
vigentes y alardean de desmantelar el Sistema por el procedimiento de la
traición que, cuando cuenta con ayuda externa (enemigo), se tipifica como alta
traición.
Secesionismo, independentismo, derecho a
decidir… son eufemismos en clave política de una acción que, emprendida y
continuada al margen de la Ley, es simple traición. Amenazar con quitar el
sueldo a los funcionarios públicos que se declaren no independentistas (San
Hipólito de Voltregá) es bullying laboral y traición. Si el portavoz de la CUP
en Barcelona vomita “si el rey quiere corona, corona le daremos, que venga a
Barcelona y el cuello le cortaremos”, es traición, amenaza… y la madre que lo
parió.
Esto no es cuestión de exhibicionismo de
bebés en el hemiciclo, estética rastafari o incendiarios juramentos. Se ha
traicionado al electorado que, por supuesto, no ha querido esta macedonia de
posibles pactos que auspicia Pedro Sánchez; otro Zapatero corregido, aumentado
y urgido a tomar el más sinuoso y tortuoso camino para salvar su cabeza sin
importar qué infringe para infligir un daño de angustiosa reparación.
Y no entro en las expediciones/romerías para
cursos de formación para la autodeterminación de los pueblos a bordo de fletes
aerotransportados de la dictadura bolivariana o la posible financiación de la
dictadura iraní. Y, según tengo informado, la cosa no se queda ahí; hay más, y
más degradante. Al traidor también le adorna la cualidad de
caradura cuando la displicencia alcanza el grado de descarado desprecio.
En nuestras coordenadas locales hemos reaccionado
con airado corporativismo ante los llamados paracaidistas o cuneros que se han
llevado lo suyo por parte de la crítica; sin embargo, la eximente es notoria
cuando se trata de radicales de la izquierda en posesión de bulas y coartadas
progresistas.
Recuerden, si pueden, que hubo una vez un tal
David Bravo que se presentó -lo presentó-Podemos desde Sevilla, y vino a
Almería; reconoció conocer nada de la provincia; prometió visitar Cabo de Gata;
salió elegido diputado por Almería; recogió su credencial un propio… y aún está
por aparecer en carne mortal por esta tierra que tanto le premia con la
negación de un profundo rechazo y merecido chorreo. ¿Se imaginan esto en un
diputado del PP o C´s? Bueno, mantengo la esperanza en la anunciada visita al
Cabo; al fin podrá distinguir la diferencia entre los accidentes geográficos
costeros (cabo), y la definición de su comportamiento político (golfo).