Antonio Felipe Rubio
Periodista
Reiterados
argumentos vamos a escuchar hasta la saciedad relativos a bien general,
sacrificio, diálogo, altura de miras, actitud estadista, nuevos tiempos… y lo
que ha votado el pueblo o lo que los ciudadanos han querido. Esta fragancia
dialéctica intenta perfumar un ambiente maloliente en el que impera un
insoportable hedor de hipocresía y corrupción.
El Rey y Pedro Sánchez |
No
existen nuevos tiempos cuando de alcanzar el poder se trata. Las tretas para
alcanzar la gloria se reflejan en infames glosas que se remontan a los albores
de la civilización. Matar, mentir, embaucar, pactar, comprar, vender, boicotear,
amar, odiar… son acciones y sentimientos que jalonan el camino hacia la
consecución del poder en la historia de pueblos que han sufrido la devastación
y la miseria o gozado de progreso y bienestar. La
fina línea que define el modelo de civilización viene determinada por modelos
corruptos que saturan al pueblo hasta conducir a reacciones revolucionarias
que, pasado el tiempo de instalarse y volver a corromperse, logran superar los
niveles de desgracia que pretendían paliar.
El
pueblo se equivoca, por supuesto que se equivoca. Y se equivoca con mayor
intensidad en proporción a su predisposición al engaño y al desprecio de sus
gobernantes. Al insultante esplendor de los zares, la Revolución Bolchevique.
A la lisonja versallesca, la Revolución Francesa. A la penuria e
incertidumbre, ¡Heil Hitler! Claro, estos ejemplos no se coligen con
situaciones actuales, salvo que busquemos en latitudes norcoreanas o hambrunas
bolivarianas (el yihadismo merece capítulo aparte).
Winston
Churchill perdió la elecciones tras
ganar la guerra en Gran Bretaña. Y es que la reconducción de una crisis o los
signos de recuperación no son tan expresivos como la promesa de inminente
utopía que satisfará, inmediatamente, las necesidades de los más
desfavorecidos; el típico espejismo populista. El
mejor ejemplo de crisis es arrojar un vaso de agua al suelo. El ejemplo de
recuperación es recoger el agua vertida e introducirla en el vaso. Otro camino
o versión de recuperación no contempla más recurso que dejar el agua en el
suelo, buscar agua de otros manantiales (impuestos, recortes, ruina) y mantener
el vaso (un chupito) medio vacío, y decir a la gente que contiene néctar del
Olimpo.
La
corrupción en destacadas filas del PP y las fragancias emergentes destilan una
sensación metálica y eléctrica tal que la reacción de la pituitaria ante una
herida cortante inesperada, pero fruto de una imprudencia al manejar un
utensilio cortante (voto). Y habremos de estar atentos a los mensajes que
admitan posibilismo y sinceridad.
La
“sinceridad” del mensaje se refleja en una foto de El Mundo: Pedro Sánchez;
atril transparente que descubre una nota manuscrita “hay que decir que primero
están los intereses de España antes que los del partido”. Y me pregunto,
¿alguien subiría a un taxi cuyo conductor llevase anotado en el parabrisas “tengo
que circular por la derecha”? ¿Alguien se pondría en manos de un cirujano
leyendo una chuleta “el bazo está a la izquierda”? ¿Necesita un cajero del
banco un cartel “no quedarme con dinero de los ingresos en metálico”?
Pues
tenemos a un negociador de pactos que puede ser presidente del Gobierno de
España y que necesita anotar, por si le olvida o no lo tiene claro, que antes
están los intereses de España que los del partido. Pues eso, si sale con barba, San Antón, y si no, la
Purísima Concepción.