Manuel
León
Redactor-Jefe
de La Voz de Almería
En
el Pacífico Sur, a miles de kilómetros de España, hay un archipiélago por donde
corre sangre almeriense. Si alguien coge la guía telefónica de la Isla de Guam,
una antigua colonia americana junto a Filipinas, comprobará las decenas de
apellidos Artero que allí aparecen registrados. Algunos hoteles y restaurantes
llevan también este nombre, varios policías, empleados de banca y hasta el
delegado de la Federación de Fútbol se apellida Artero. Todo, por la carambola
de un desengaño amoroso ocurrido hace más de un siglo.
Era el año 1898, cuando
un mozo, hijo de una familia humilde de Mojácar, llamado Pascual Artero Sáez (1875-1956), que
disfrutaba de un permiso en su casa durante la mili, recibió un cable para que
se incorporara inmediatamente en San Fernando (Cádiz), porque en Filipinas se
había declarado la insurrección. Cuando llegó allí, las tropas ya se retiraban
y España había perdido la guerra. Se quedó con un piquete haciendo guardia en
un convento de Cavite hasta que le llegó el ascenso a sargento.
Pascual Artero (guampedia.com) |
De allí pasó a la Isla de Yap donde lo
capturaron y destinaron a un penal de presos políticos filipinos hasta 1901. Un
buen día, estando de guardia en el presidio, recibió carta de España. Era su
novia, Úrsula Flores, que le instaba a volver pronto a Mojácar, puesto que de
lo contrario se casaría con otro. Lloró de amargura el joven Pascual y recordó
todo lo que había sido su vida, todas las cosas por las que había luchado y
había sentido ilusión.
“Se derrumbaron con aquella carta todas las esperanzas
que había ido creándome a lo largo de años”, dejó manuscrito Pascual en sus
memorias. Y entonces tomó la firme resolución de no volver. Al poco tiempo,
conoció a una joven maestra chamorra en la Isla, Asunción Cruz, y se casó con
ella. Decidió quedarse en Guam, desertando del Ejército español, y empezó a
trabajar sembrando caña de azúcar por su cuenta.
Más tarde trabajó con los
ingenieros norteamericanos en la confección del mapa de la Isla, abriendo
caminos. Poco a poco, Pascual, que ya contaba con varios hijos mestizos, fue
prosperando y compró un rebaño de ganado. También se hizo contratista y se
quedó en subasta con la contrata de cemento, arena y piedra y con la exclusiva
de la venta de carne. La familia Artero sorteó la gripe del 18 que diezmó a la
población. Y desde entonces, el emigrado almeriense, que en Mojácar no había
pisado nunca una Iglesia desde su bautizo, se encomendó a Dios y a los frailes
capuchinos de la Isla.
Ensanchó aún más sus posesiones hasta convertirse en un
rico terrateniente con más fincas que el Gobernador. Los japoneses invadieron
Guam en 1941. Todo lo que había conseguido Pascual Artero lo podía perder de
súbito, sus tierras, sus posesiones, su ganado, sus negocios, todo estaba en
peligro bajo la metralla de la aviación japonesa. Los nipones arrasaron la Isla
y detuvieron a todos los americanos excepto al telegrafista Tweeed, a quien
Artero escondió en una cueva durante veinte meses. Al final de la Guerra, la
Marina Americana recompensó a Pascual con más tierras de la Isla de las que
nunca había soñado.
Llevaba Pascual 50 años en Oriente cuando pensó que no
quería morirse sin ver de nuevo su pueblo. Junto a tres hijos se embarcó para
dar la vuelta al mundo. Llegó a Madrid en 1949 y fue a Las Ventas a ver una
corrida de toros. Partieron en tren hacía Almería y después a Carboneras y
Macenas, donde Pascual abrazó a sus hermanas Juana y Beatriz con lágrimas en
los ojos. Estuvo también en Garrucha, en casa de su sobrino Pedro Flores.
La familia Artero en España (guampedia.com) |
Volvió Pascual a su querida tierra de Guam, donde murió con más de ochenta años
a sus espaldas, siete hijos, decenas de nietos y centenares de bisnietos. La
prensa de la época se hizo eco del viaje a España de Pascual Artero. A la
vuelta de Almería, ya en Madrid, en las puertas del hotel Astoria donde se
alojaba, lo asaltó una nube de periodistas que habían sido informados de la
llegada de un virrey o rajá oriental. Al día siguiente apareció la fotografía
del mojaquero de nacimiento en varios periódicos en el que los autores de los
artículos comentaban el deje entre malayo y andaluz que conservaba el rico
terrateniente.
Antes de volver a Guam, Pascual Artero entregó un donativo a sus
familiares para construir una iglesia y un cementerio junto a su casa natal,
que aún existe en ruinas en El Agua Enmedio. Entregó 25.000 dólares y la ermita
se construyó años después con el esfuerzo de los propios vecinos de la barriada
que acarreaban en borricos el agua y porteaban la piedra y la arena del río.
Las obras las dirigió el maestro alarife Pepe Villafranca ayudado por el tío
Moreno. En homenaje al donante, el templo se consagró a San Pascual Bailón y se
remató el edificio con unas bulbos de estilo oriental, a la manera de un
templo tagalo.
Hoy se celebra misa para la comunidad británica de Mojácar y se
celebra una eucaristía el día de San Pascual, durante el otoño. El cementerio,
sin embargo, no llegó a construirse nunca.