María Teresa Pérez Sánchez
Presidenta de Amigos de la Alcazaba
Como
en el relato bíblico, para los almerienses de mediados del siglo XIX la
Tierra Prometida estaba al otro lado de las murallas. O por lo menos unos
terrenos de prometedores beneficios, sobre todo en la parte oriental (donde
luego se abrirá el Paseo de Almería) y meridional (actual Parque de Nicolás
Salmerón). Así que las trompetas de Jericó sonaron en 1855 y las
murallas cayeron por iniciativa del Ayuntamiento, con la voluntariosa
participación de los almerienses. Hasta la propia Alcazaba podía ser objeto de
destrucción y si se si libró fue sólo porque su derribo no era rentable.
Todo se hizo por el “progreso”. Todo legalmente.
Ramón Orozco |
Antes,
en nombre del progreso se había aprobado la demolición de la Iglesia de
Santiago. Sus inútiles piedras, una vez secularizadas por la Desamortización,
debían servir para la construcción del ansiado muelle de poniente del puerto. Y
años después se volaron las atarazanas califales, que mil años antes había
mandado construir Abderramán III. Pese a la oposición de la Real Academia
de la Historia y de algunas otras personas decentes e ilustradas, se hizo… en
nombre del progreso.
Sobre
los escombros de la antigua ciudad conventual se parió la moderna ciudad
burguesa. El negocio de la destrucción de la ciudad fue fantástico y llenó los
bolsillos de los especuladores, especialmente los de la familia de Ramón
Orozco, el líder del Partido Progresista y el hombre más rico de la provincia.
Entre
1875-1925 Almería vivió uno de los momentos más prósperos de su historia, la
época dorada del mineral de hierro y la uva de embarque. Parte de esta
riqueza sirvió para que dos grandes arquitectos, Trinidad Cuartara y Enrique
López Rull, dignificaran la ciudad con bellos edificios públicos y hermosas
viviendas de estilo historicista. Un conjunto sencillo pero tan armonioso que
de haberse conservado, aquella Habana del Mediterráneo sería hoy una de las
más bellas y singulares ciudades de España.
Pero
otra epidemia destructiva-especulativa, la fiebre desarrollista de finales de
los 60 y años 70 del siglo XX, hizo estragos en aquella Almería horizontal al
amparo de unas élites rapaces y una sociedad civil desarmada por el franquismo.
Lo único rentable de nuestro patrimonio histórico parecía ser su destrucción.
Almería se esmeró en ello y pasó a ostentar el honor de ser una de las
ciudades españolas con más destrucción de su patrimonio en aquellos años, como
destacó El País.
Todo
era posible en el pasado, sin apenas leyes que protegieran nuestro patrimonio.
Hasta comprar y llevarse el patio renacentista del castillo de Vélez Blanco.
Pero la Democracia nos dotó de una Ley de Patrimonio que era una promesa de
respeto a nuestra herencia cultural y a la mejora de nuestra calidad de vida.
Sin embargo, en 40 años de democracia ninguna corporación municipal de Almería
ha afrontado con el entusiasmo necesario la defensa de nuestro
Patrimonio. Falta voluntad política.
Cada
vez que se va a destruir un edificio singular de aquella Almería horizontal Amigos de la Alcazaba siempre se encuentra con la mismo argumento: “Es legal”.
El derribo, por ejemplo, del Puerto Rico no se pudo evitar porque… “es
legal”. ¿Y por qué es legal? Porque el Ayuntamiento no lo tenía protegido
individualmente ni tampoco estaba protegido por el entorno del Mercado Central,
que todavía no está declarado BIC (sí lo está la Biblioteca Villaespesa). Es el
cuento del Gallo pelao, el cuento de nunca acabar.
Si
el patrimonio almeriense fuera un ave ya estaría considerado en vías de
extinción. Con un centro histórico gran parte perdido, Almería no puede
permitirse tener un Catálogo de edificios protegidos a todas luces
insuficiente. Así los Amigos de la Alcazaba lo hemos dicho en nuestras
alegaciones –no atendidas- al eterno PGOU. Así, la Consejería de Cultura
ha pedido al Ayuntamiento que amplíe ese Catálogo en hasta 300 edificios. ¿Por
qué no se amplía ese Catálogo? ¿Por el progreso?
La
conservación de nuestro Patrimonio Histórico es un objetivo estratégico
para Almería y sus ciudadanos. Por nuestra identidad, dignidad y calidad de
vida, pedimos al Ayuntamiento de Almería que aumente el número de edificios
protegidos.