Iván Almansa Molina
ivanalmansa91@gmail.com
Si
un comportamiento político ha molestado tanto o más a la sociedad española que
la corrupción, los engaños u otras malas actitudes asociadas al grueso de
nuestros gobernantes es la pasividad a la hora de abordar con determinación
las tareas verdaderamente importantes. La política local, como fiel reflejo
que suele ser de su equivalente nacional, no está exenta de estos mismos
defectos, siendo en ocasiones incluso más directos y palpables. Los afectados
por una mala gestión a pequeña escala no son grupos anónimos, sino nuestro
vecino de al lado, nuestro hermano o nuestra madre. Por suerte, en estos
pequeños pueblos, el político medio no tiene mucho que robar y no necesita de
mentiras grandilocuentes para acceder al poder. Sin embargo, cuanto más reducida
sea el área de poder, mucho más chirría la falta de voluntad política. El
gobernante corre, en estos casos, el gran riesgo de defraudar si se revela como
una figura sin actitud, sin ideas claras ni explicaciones concisas acerca de
sus decisiones.
Olad |
Digo todo esto por la reciente
demostración de falta de voluntad política acontecida en Olula del Río. Olad,
una empresa con una trayectoria intachable en el servicio de atención a
personas dependientes, ha sido relegada de su actividad por decisión del
Ayuntamiento, para devolver este servicio a la Diputación de Almería, que
actualmente tiene contratada para tal labor a Clece, macrocompañía de nivel
estatal que acumula
denuncias y críticas por malas conductas con sus trabajadores. Esta
resolución se justifica desde el consistorio mediante ambigüedades, datos
mareantes, incomprensibles e incluso contradictorios.
Evidentemente el alcalde y su equipo
de Gobierno están en el derecho de hacer lo que crean más conveniente para el
pueblo, por impopular que pudieran ser algunas medidas. El quid de la cuestión
es que, visto con un mínimo de objetividad, las motivaciones detrás del despido
de Odad parecen obedecer más a una postura de comodidad que de búsqueda del
beneficio ciudadano. A continuación justificaré mis palabras mediante una
enumeración de las grandes equivocaciones a la hora de tratar este asunto:
1. No se ha tenido en cuenta la
opinión de los usuarios sobre el cambio, llegando a manifestarse algunos en
contra de la medida. Olula del Río es un pueblo pequeño, por lo que muchos
beneficiarios de la ayuda a domicilio valoran el trato cercano que la empresa
ofrecía. Las propias gerentes de Olad trabajaban también en casa de algunos de
estos usuarios, por lo que las sugerencias y demandas que pudieran tener
llegaban siempre de forma inmediata y sin intermediarios.
2. Según aseguran los técnicos de Diputación, todo seguirá igual y el servicio no sufrirá alteraciones porque, de
hecho, se va a mantener en plantilla a todas las trabajadoras de la anterior
empresa. Es decir, la causa por la que se prescinde de Olad no es por
deficiencias en su actividad o en la calidad del trabajo realizado, sino por
una simple cuestión pecuniaria.
3. La empresa era «del pueblo». Este
factor me parece esencial a la hora de juzgar la dejadez con la que se ha
abordado el asunto. No es un tema de sentimiento de pertenencia o de
sensiblería, sino de pragmatismo: que el servicio de asistencia a personas
dependientes estuviera gestionado por gente de la localidad repercutía
positivamente en la propia economía del pueblo, debido a que se daba prioridad
de contratación a los vecinos del municipio y contribuía a diversificar el
panorama laboral de la zona. Es lógico pensar que una empresa multimillonaria
como Clece —perteneciente al grupo ACS, que preside el insigne Florentino
Pérez— vaya a mirar mucho menos por el bienestar del pueblo que los
habitantes del mismo.
4. Otras poblaciones de la comarca,
como Serón, Albox o Líjar, son capaces de mantener empresas del mismo perfil sin
los problemas en los que se lleva escudando el equipo de Gobierno de Olula del
Río desde hace casi dos legislaturas.
5. Y, por último, es lamentable la
falta de explicaciones coherentes y sinceras que se han dado a los afectados
—trabajadoras, usuarios, familiares y gestores—, quienes han descubierto
de la noche a la mañana que les obligaban a aceptar un cambio sin previo aviso
y sin una argumentación sólida.
En conclusión, Olad reunía todas las
condiciones para ser un ejemplo de progreso y modernidad: gestión sobresaliente
por parte de olulenses, una plantilla bien formada —gracias a los esfuerzos de
la empresa en este sentido—, y opiniones favorables por parte de los usuarios y
sus familias. Reunía, vuelvo a insistir, todas las cualidades para ser
defendida por un alcalde atrevido y capaz de arriesgar más por el bienestar de
su gente, fuera del signo político que fuera, en lugar de la frialdad y cobardía
gestora por la que se ha optado.
Por todo esto, tomada ya la decisión
de manera irreversible, solo queda reclamar un poco de sinceridad; una
respuesta clara, sin eufemismos ni rodeos, que confiese que todo lo que se ha
hecho ha sido solo por motivos de comodidad económica que rozan el pasotismo. Y
es que la única explicación que cabe es bien sencilla: falta de voluntad
política.