Eduardo D. Vicente
Periodista
“Miré los muros de la patria mía, si en un
tiempo fuertes, ya desmoronados”, cantaba el triste poema de Francisco de
Quevedo para tratar de explicar los terribles estragos del paso del tiempo.
Nosotros podríamos decir algo parecido si recorremos los alrededores de La
Alcazaba y la examinamos lienzo por lienzo, torre por torre, almena por
almena, piedra por piedra. Entonces nos encontraríamos con un monumento
variable, lleno de contrastes en su conservación.
Detrás
de los muros de la fachada principal, que parecen más cuidados, al menos a
primera vista, se esconden trozos de muralla que muestran heridas profundas,
zarpazos que la erosión del tiempo y el abandono han ido agrandando hasta
poner en serio peligro la conservación del monumento.
La Alcazaba |
Algunas
de estas huellas se pueden ver también en la fachada principal. En uno de los
torreones que aparecen como centinelas cerca de la puerta de entrada, se ha
abierto en las últimas semanas (posiblemente por los continuos movimientos
sísmicos del invierno) un socavón de más de un metro de diámetro que
se ha llevado por delante el revestimiento de las últimas restauraciones
que se realizaron en esa zona en los años ochenta, dejando a la
vista la obra antigua, que empieza a verse afectada también por la erosión
constante que sufre esta zona de la muralla debido sobre a los vientos de
poniente y a los que soplan desde el mar.
La
torre agujereada muestra su deterioro sin reservas, coronando un trozo de
ladera que también se encuentran en condiciones lamentables, con las
pencas enfermas y con un elemento vegetal seco y deteriorado. Los más de
quince mil visitantes que han subido a ver La Alcazaba durante las
vacaciones de Semana Santa habrán podido ver y fotografiar con todo detalle
el mal aspecto que ofrece por fuera nuestro principal monumento, que se
acentúa además por los accesos tercermundistas que los turistas se
encuentran cuando ascienden por la calle de Almanzor, especialmente en el
lugar llamado patio del Rey Moro, convertido en una ruina absoluta que preside
un punto que es paso obligado de los visitantes.
Los daños en la estructura del monumento afectan con mayor crudeza a
la parte norte de la muralla, a la que da a la zona de la Hoya. Es La Alcazaba
más escondida, la que menos destaca por estar al otro lado de la puerta
principal, pero quizá, también la más bella.
A lo
largo de sus muros se pueden apreciar zonas donde el abandono ha llegado
al límite, abriendo grandes huecos entre las piedras por donde es posible ver
el cielo azul y donde se pueden observar con claridad los ladrillos
primitivos de la fortaleza. Es una zona que sufre más el problema de la humedad
al encontrarse en la parte umbría del recinto, donde solo da el sol a primeras
horas de la mañana y donde se acumula mayor cantidad de vegetación.
El
desgaste es intenso en un lienzo que se ha quedado fuera de las restauraciones
importantes y que posiblemente no haya sido retocado en los últimos cien años.
Nada parece más antiguo ni más deteriorado que este tramo de la fortificación:
almenas que se van descomponiendo por su base, grietas que se van agrandando
año a año y piedras que amenazan con venirse abajo arrastrando con ellas un
trozo de la muralla.
Alcazaba deteriorada |
En la parte del saliente del torreón que da a la calle de la Viña, hoy convertida en aparcamiento de coches, las rocas están horadadas, mostrando cuevas de grandes dimensiones que subrayan la sensación de abandono de este escenario . Da la impresión de que el torreón pende de un hilo y que en cualquier momento, por poco que pueda temblar la tierra, se venga abajo de forma irremediable.
La
Alcazaba, sus laderas y su entorno necesitan una actuación conjunta y urgente.
No se puede esperar más.