Paloma quiere ser monja

Emilio Ruiz

Cuatro Televisión estrenó el domingo el reality Quiero ser monja. Casi 1,4 millones de espectadores siguieron el primer capítulo. Durante seis semanas, cinco chicas ‘normales’ –por decirlo de alguna forma- han abandonado su vida seglar para convivir con distintas congregaciones religiosas. El objetivo es poner a prueba su fe y su vocación para ver si también ellas reciben la llamada de Dios; es decir, si se hacen monjas.

Paloma Cueto
Las cinco jóvenes parten de una posición común, su fe, si bien cada una de ellas la vive de distinta manera. Juleysi, por ejemplo, comparte su amor por Jesús con el que declara a su novio Alberto, al que quiere “mucho, mucho, mucho”, tanto que fue el joven quien le acompañó a la Casa Madre de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, de Granada, el día que se internaba en el centro. “¿Es tu hermano, no?”, dieron por sentado las monjitas al recibirla. “No, no, es mi novio”, declaró la joven con la natural sorpresa de las religiosas. “Tome el camino que tome, tú siempre estarás ahí, ¿verdad?", preguntó Juleysi a Alberto en la despedida, y el muchacho se quedó haciendo cruces como diciéndose que eso cómo se come.

Las demás chicas no confesaron sentimiento amoroso hacia varón alguno, y sí hacia todo lo relacionado con la fe cristiana. La auxiliar de enfermería María Fernanda lo tiene claro: “Para mí, lo más importante, aunque suene muy friki y muy raro, es Dios”. Janet y Jaqui son dos hermanas, optimistas, vitales y risueñ̃as, educadas religiosamente, para las que ser monja es “una forma de ser feliz a contracorriente”. La quinta aspirante a novicia es Paloma, una joven almeriense de 23 años, del Zapillo, que tiene doce hermanos y que desde hace varios años tiene relación con la Iglesia a travé́s del Camino Neocatecumenal (los Kikos).

Quiero ser monja es un reality y, como tal, puede ser clasificado dentro de las inmundicias televisivas que tanto abundan en todas las cadenas. Los críticos de televisión han recibido el primer capítulo con el mismo ‘cariño’ con el que tratan, por ejemplo, a Gran Hermano o Supervivientes. No son lo mismo. Algunos de esos críticos se sorprenden de que la Iglesia se haya prestado a participar en este juego ‘tan pecaminoso” de la telebasura. Creo, honestamente, que en este caso no les asiste la razón.

El programa tiene un punto de dignidad que no alcanza ningún otro reality. Las monjas se manifiestan con la misma bondad y espiritualidad que deben vivir de forma cotidiana en el convento. Las participantes, por su parte, se apartan totalmente de la frivolidad que es propia de este tipo de programas, y su fe parece sincera. Cuestión distinta es si después alguna de las cinco ha seguido o no la llamada de Dios. Vamos a hacer un poco de spoiler: las malas lenguas dicen que no.

Paloma, nuestra paisana, es, de las cinco candidatas, la de más firmes convicciones. Si esto es un juego, será para otras, pero no para ella. Para su familia, tampoco, como lo prueba el hecho de que fuera su padre quien le acompañara al convento. La chica transmite la sensación de que ella quería pasar algún día por esa prueba de fuego de la fe. “Cristo es mi hombre”, manifestó en el primer capítulo, y lo dijo con sentimiento y con el mismo convencimiento que cuando afirmó que encuentra “en la castidad y en la obediencia una complacencia”.

Paloma, en un momento de la oración

Un menú bastante modesto

Las monjas reciben a las concursantes

La vestimenta personal fue sustituida por esta más recatada