A sus órdenes, mi general

Pedro Manuel de La Cruz
Director de La Voz de Almería

Sostenía yo hasta hace apenas un año que Pablo Iglesias pasaría a la historia por conseguir con su inteligencia marxista (de Groucho: tengo unos principios, si no les gusta los cambio por otros, ya saben) lo que Franco no pudo con todo el armamento de su crueldad: destruir el PCE. Aquella previsión está a punto de cumplirse después de los dos referéndum a los que han respondido un tercio de los simpatizantes y militantes censados de IU, avalando un acuerdo con Podemos del que, en el primer referendum, solo se conocía la voluntad de alcanzar un acuerdo a cualquier precio porque se ignoraba todo lo demás, y, en el segundo, lo importante eran los escaños a conseguir porque todo lo demás no importaba.

Julio Rodríguez
Cautivo por las deudas y desarmado por la ley electoral el ejército rojo, las tropas podemitas han alcanzado sus últimos objetivos: El PCE ha terminado. Así podría rezar el último parte de una guerra que comenzó cuando Iglesias y quienes le acompañaban abandonaron IU para destruirla desde fuera. Lo que no supe ver entonces es un matiz no menor, intencionadamente ensombrecido por el  tactismo estratégico de Podemos. El PCE quedará recluido a la noche oscura de la irrelevancia de guardarropía, pero el comunismo nunca ha estado más cerca de ser determinante en el futuro de España.

"Tampoco entiendo el nivel de ¿dignidad? del general para aceptar la designación digital a ser candidato por Almería"

Durante dos años Iglesias, Errejón, Monedero y Bescansa
han gestionado con acierto una percepción ideológica de Podemos más cercana del populismo transversal que del comunismo transiberiano. La algarabía del 15 M, del que alguna compañía copió un spot de telefonía móvil; el asamblearismo escénico, en el que todos aparentan decidir lo que ya ha decidido el líder; la invención de una terminología renovadora que sólo pretendía la sustitución de una casta por otra; el cambio de la geometría política tradicional de izquierda y derecha por otra más perpendicular dividiendo a los ciudadanos en modernos bloques inmobiliarios en los que unos están arriba y otros abajo…toda aquella escenografía milimétricamente estudiada corre el riesgo ahora de saltar por los aires destruyendo la estrategia de Errejón -el más listo de la partida, no se equivoquen- de llegar a la sociedad neocomunista revestidos del pontifical estético de la transversalidad que todo lo abarca para que todo quede oculto.

El acuerdo entre Podemos e IU -quizá sería mejor escribir la compra-venta- táctica de sus potenciales votantes- hace carne de realidad aquellos versos de Gabriel Celaya (que con tanto sentimiento pero tan mal cantaba Paco Ibáñez) de “Nosotros somos quien somos, basta de historia y de cuentos”. 

A partir de ahora el telón ha caído. La opción electoral entre IU y Podemos es -con toda legitimidad y orgullo (aunque no sé por qué algunos de sus defensores tratan de ocultarlo; bueno, usted y yo sí lo sabemos)- la opción electoral comunista del próximo 26J; con matices 3.0, sí, pero legítimamente comunista al cabo. Como lo ha sido Izquierda Unida desde su fundación, aunque ahora con estética confluyente entre liturgia de guerrilla en las redes, nacionalismo de campanario y el peronismo de amplio espectro ideológico que dibujaron Juan Domingo y Evita.

También lo era antes. Lo fue en las europeas de 2014 con aquel programa que pronto hubo que esconder en el que se prometía la llegada al paraíso antes de asaltar el cielo; lo fue, esta vez sí, sin maquillajes falsos, en las autonómicas andaluzas liderado por Teresa Rodríguez, de Izquierda Anticapitalista; lo fue en las generales de diciembre y lo ha sido en estos cuatro meses de teatralización permanente y en sesión continua.

"Si Iglesias lo exhibe de feria en feria como potencial ministro de Defensa, ¿por qué lo envía a Almería y no lo coloca en un puesto de salida en Madrid (rompeolas de todas las Españas)?"

En el viaje de ida y vuelta que es la política, los comunistas se diferencian en muchas cosas de las demás opciones. Pero una de las características que más le definen es su convicción de que todos los que no son comunistas están obligados a explicar por qué no lo son. Desde el principio de la historia del comunismo, sus defensores han asumido el don papal de la infalibilidad. En el discurso de Iglesias la duda nunca encuentra acomodo; el error tampoco; y la posibilidad de que el adversario se acerque, aunque sea tangencialmente, al acierto es una hipótesis de imposible veracidad.

He conocido a muchos comunistas admirables; tipos -como Antonio Muñoz Zamora- a los que quise y querré por su ejemplo, su sacrificio y su bondad. Pero también he conocido a otros -uno de ellos dirigente provincial en Almería y agente del entonces CESID a la vez- con más cinismo que un cardenal ateo pero tan amantes de los altares que, como Anguita, siempre trabajaron para convertir al partido en una iglesia laica en el que el líder se cree a rajatabla el versículo del evangelio de San Juan en el que Jesús dice a sus discípulos “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

El psicodrama no es que el líder se crea de verdad que ha sido ungido por la mano de Dios, con el fanatismo redentor que ese delirio conlleva; la comedia (o la tragicomedia personal de quienes le siguen) es cuando sus disciplinados discípulos tienen que predicar una fe, no solo en la que nunca creyeron, sino que contradice el evangelio proclamado hasta entonces.

"Lo sarcástico de tanta extravagancia será ver a aquellos inquisidores almerienses del militarismo aplaudir en la plaza del pueblo a un general de la OTAN convertido en cunero por el dedo del dios laico del populismo y, en posición de firmes, gritar a una sola voz y con ardor guerrero: ¡A sus órdenes, mi general!"

Lo siento por mis amigos de Podemos e Izquierda Unida en Almería, pero tan asamblearios, tan democráticos, tan antimilitaristas y tan republicanos como son, van a tener que ir a predicar por los barrios la buena nueva de que el voto útil del 26J lo encarna en Almería un candidato que desconoce todo de la provincia, que ha sido nombrado “a dedo” desde Madrid despreciando cualquier opinión de los militantes de Podemos e IU en la provincia, que es un abanderado de la OTAN y que defiende sin matices la monarquía constitucional.

Que por segunda vez consecutiva Iglesias mande y ordene (los verbos son intencionados) a un cunero a encabezar la lista por Almería porque no le encuentra acomodo en otro lado, sin importarle lo más mínimo lo que aquí piensen sus seguidores, me trae a la memoria aquellos versos del Piyayo en el que decía que “A chufla lo toma la gente; a mí me da pena y me causa una decepción imponente”.

Es verdad que Almería siempre ha sido tierra de cuneros; que ni PP ni PSOE alzaron nunca la voz contra estas actitudes tan soberbias (allí tragan todo lo que les echen, piensan en Madrid). Pero Podemos era “lo nuevo”, la opción electoral que nos redimiría del paleolítico político de los últimos treinta años. Pues no. No hay diferencia entre este comunismo punto 0 y la vieja casta.

Bueno, sí la hay. Hernando, Arenas, Narbona o Ramírez Heredia eran civiles con experiencia -buena o mala, que cada uno juzgue- en Ayuntamientos, Diputaciones, Gobiernos o estructuras ministeriales en los que tuvieron contacto con la gestión multisectorial, así en la gestión local (Hernando) y el medio ambiente (Narbona), como en la integración racial (Heredia) o el gobierno central (Arenas).

El candidato Julio Rodríguez viene del ejército del aire y es un militar que, desde su escaño, podrá defender la mejora de la Base de la Legión en Viator (lo que está por ver: durante sus años de JEMAD creo que nunca la visitó y, en cualquier caso, las mejoras en la Legión se deciden desde el Estado Mayor no desde un escaño, para qué nos vamos a engañar), pero lo que no acabo de ver es cómo puede defender un ex JEMAD sin ningún conocimiento de la provincia (ni la ha visitado y, quizá, ni sepa dónde está) los intereses agrícolas almerienses ante Bruselas o la llegada del AVE a una provincia que ni conoce, ni le importa y a la que, como diputado, vendrá de visita. ¿No había en Almería ningún militante de Podemos o de IU con capacidad para encabezar la candidatura? No hay peor desprecio para uno mismo que sentirse despreciado por los demás y, además, aplaudir la ofensa.

Como tampoco entiendo el nivel de ¿dignidad? del general para aceptar la designación digital a ser candidato por Almería porque, en las demás circunscripciones, o hay otros más capacitados, o no tiene el acta garantizada o no se atreven a ponerlo por miedo a la protesta de a quienes se humilla designando a un “paracaidista” foráneo, despreciando, así, a los militantes de esa provincia.

Julio Rodríguez ha aceptado el destino (¿o mejor el destierro?) almeriense con tanta disciplina castrense como impostura. Si tan altas son sus capacidades –Iglesias lo exhibe (no voy a ser tan cruel de acordarme ahora como Rosalía Martin del mono Amedio de nuestra infancia)-, si Iglesias, ya digo, lo exhibe de feria en feria como potencial ministro de Defensa desde hace un año, ¿por qué lo envía a Almería y no lo coloca en un puesto de salida en Madrid (rompeolas de todas las Españas), Zaragoza (ciudad en la que vive) o Galicia (comunidad de la que es natural)?

Cantó John Lennon que “la vida es lo que va pasando”. Y lo que pasará es que, dentro de unos días, lo sarcástico de tanta extravagancia será ver a aquellos inquisidores almerienses del militarismo aplaudir en la plaza del pueblo a un general de la OTAN convertido en cunero por el dedo del dios laico del populismo y, en posición de firmes, gritar a una sola voz y con ardor guerrero: ¡A sus órdenes, mi general!

Claro que para siempre quedará ya la duda de cuántos de ellos mantendrán hasta el 26J la posición de descanso.