Carta abierta al candidato de Podemos Julio Rodríguez

Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista / Presidente de Unión Romaní
Exdiputado de Almería por el PSOE

Estos días está usted en boca de todo el mundo. Y no es de extrañar. Usted no es de Almería y ni siquiera es andaluz. Pero eso ¡qué más da! La gente habla de usted no porque sea gallego, sino porque usted es un general de cuatro estrellas. Cosa que me imagino que debe ser importantísima (le ruego que perdone mi ignorancia en estos menesteres de galones y estrellas porque, como yo no hice la mili, no estoy muy al corriente. Gracias a que tengo a mi lado a mi amigo y hermano Paco El Brillantina, que es un gitano de Granada que sí hizo la mili, puedo saber algo del significado de los galones porque él me lo explica). Soy, mi general, un verdadero desastre. Yo no sé si será por un miedo atávico a los uniformes -transmitido durante generaciones por mi gente- o simplemente porque nosotros, los hombres y mujeres de izquierda, nunca hemos sido muy proclives a todo eso de la guerra. Usted ya me entiende.

Fíjese que siendo yo diputado por Almería me desgañité dando mítines por toda España tratando de convencer a los españoles que a la OTAN de entrada NO. Luego me la tuve que envainar cuando el líder de mi partido, don Felipe González, tocó a rebato y nos dijo que donde antes habíamos dicho “no”, ahora debíamos decir “sí”. Y ya me tiene usted, mi general, participando en mítines por todas partes diciéndole a gente que estar en la OTAN era buenísimo y que “de entrada SI" y para no salir jamás. O sea, que eso de la disciplina no es tan solo cosa de los militares.


También nosotros, desde nuestra insobornable militancia, obedecemos al que manda por un acendrado sentido de respeto y lealtad. Seguramente usted habrá leído que durante la República Española a quienes integraban la bancada socialista le llamaban “la minoría de cemento”. Aunque, por cierto -yo no sé si a mi mujer, Paloma, le gustará leer esto-, a mucha gente convencí para que votaran SI a la OTAN. Pero no logré convencerla a ella. Recuerdo que me decía, un tanto indignada: "Vamos a ver, Juan de Dios. Me has llevado contigo a infinidad de mítines y encuentros con la gente para convencerles de que, a la OTAN, de entrada NO. ¿Y ahora pretendes que vote que sí? No, hombre, no". Nunca he sabido lo que votó, aunque sospecho que al final, por no perjudicar al partido, se abstuvo o votó en blanco.

Le cuento estas cosas porque estoy seguro de que le gustará leerlas. Tengo entendido que usted ha sido un jefe importantísimo de la OTAN y que incluso ha participado en misiones arriesgadas que le han dado el beneplácito y la confianza de los jefes de Estado de los países más importantes integrados en la Alianza Atlántica. Pues muy bien, ¿no le parece? Lo malo, don Julio, es que a algunas personas no les ha gustado que sea usted candidato por Almería. Sus razones tendrán cuando, incluso, le han comparado con el mono Amedio. ¿Qué le vamos a hacer?

Ahora déjeme que le cuente algunas cosas de esa bendita tierra donde he pasado los ocho mejores años de mi vida política, porque yo, estimado Sr. Rodríguez, he sido un diputado cunero igual que lo será usted si logra ese difícil escaño con el que su partido cree que podrá acceder al Congreso de los Diputados. Verá, cuando el presidente del Gobierno don Adolfo Suárez disolvió las Cortes, tras la aprobación en referéndum de la Constitución, inmediatamente los partidos, como ahora, empezaron a formar sus candidaturas. Bueno, como ahora no. Aquellas elecciones de febrero de 1979 fueron únicas. Empezábamos a dar los primeros pasos firmes y seguros de la Transición. Ahoya ya teníamos Constitución y debíamos elegir un Congreso de los Diputados y un Senado que fueran capaces de poner en práctica los maravillosos deseos que se plasmaban en ese texto, para nosotros, casi sagrado.

En principio yo no quería ser cunero, porque yo quería ser diputado por Cádiz, que es mi tierra. Y así se lo dije a Alfonso Guerra, mi gran amigo, que siempre fue una persona con la que me he sentido profundamente identificado. Pero mi ilusión duró tan solo un segundo, porque me dijo: “Que se te quite de la cabeza. Ese territorio es de Manolo Chaves y ahí no se puede meter baza. He pensado que podrías ir el número dos por León o el cuatro por Valencia. Decídelo pronto porque las listas hay que cerrarlas ya”.

Salí de su despacho, que entonces estaba en la calle Santa Engracia de Madrid, sumido en un mar de dudas. Y me decía: ¡Dios mío! ¿Qué hago yo en León, si no entiendo ni una palabra de minas, o en Valencia que para mí era una tierra de naranjas y bancales de arroz? Supongo, mi general, que yo me hacía las mismas preguntas que se estará usted haciendo ahora, salvo que, además de técnicas militares, usted sea un buen conocedor de los maravillosos frutos extratempranos que producen las plantaciones almerienses, o de los mármoles inigualables de Macael en la Sierra de los Filabres, o de la exquisitez de la uva de Ohanes que desde hace años destinamos a exportación.

Pasé un par de días muy angustiado hasta que se produjo la llamada mágica. A mí me llamó Carmeli Hermosin, que a la sazón era la secretaria de Alfonso Guerra. Y a usted, mi general, supongo que le llamaría quien ya es su jefe supremo, Pablo Iglesias. Carmeli, con la que he seguido manteniendo una fraterna amistad a lo largo de los años, me dijo que necesitaba tener en su poder, de forma inmediata, un certificado de penales -papel, por lo visto, muy importante para demostrar que uno es una buena persona-. Le dije que no lo tenía, ni posibilidades de conseguirlo en tan poco tiempo. Ella lo logró, no sé cómo, ni he querido saberlo nunca.

Lo cierto es que me dijo, cuando faltaban pocas horas para que se terminara el plazo de entrega de las candidaturas en la Junta Electoral Provincial, que mis penales ya habían sido entregados en Almería. Y en ese momento me convertí en candidato cunero por Almería al Congreso de los Diputados. ¿Ha cumplido usted ya con este requisito? No lo olvide, porque para esto los de la Junta Electoral Provincial de Almería -al menos en mi tiempo- son gente muy seria que no se dejarán impresionar, aunque usted se presente con su pecho adornado con la infinidad de medallas que con toda justicia usted habrá ganado.

Usted sabe, don Julio, que el Indalo es una figura rupestre del Neolítico tardío o Edad del Cobre. Su procedencia es almeriense y se encontró en una cueva del precioso pueblo de Vélez-Blanco, al norte de la provincia. Pues  bien, yo no sé cómo será su entrada triunfal en la tierra del Indalo. Yo le puedo contar la mía. Fue algo inolvidable. Llegué en el tren que hacía la ruta Madrid-Almería y en la estación estaban esperándome un grupo de destacados compañeros del partido. Viejos militantes socialistas que querían darme la bienvenida empujados por la lógica curiosidad de comprobar cuál podría ser mi primera reacción al llegar a una tierra en la que yo nunca había vivido y que, a partir de ahora, pasaría ser mi lugar de residencia. Pero en mi caso ocurrió algo más. Algo que yo entendí que era como un rito de iniciación para comprobar si efectivamente podía pasar la ITV a la que todo diputado cunero debe ser sometido. Yo no sé si harán lo mismo con usted, pero por si acaso yo se lo advierto.

Entre mis compañeros que habían ido a la estación a darme bienvenida estaba el secretario general de la agrupación provincial, quien, a bocajarro, me dijo: "Te hemos preparado hoy dos mítines en la provincia. Perdona que no hayamos podido avisarte antes, pero si no tienes inconveniente, antes de ir al hotel vamos a estos dos pueblos y luego te llevamos donde tú digas". Yo pensé: Dios mío, aún no he tenido tiempo de hablar con ellos ni un momento y ya me llevan a la cancha donde un candidato de izquierda tiene que fajarse bien si quiere realmente ganarse la confianza de sus potenciales electores.

Y sí, sí. Me llevaron a Tíjola. Municipio que tenía poco más de 3.500 habitantes, situado en el margen derecho del río Almanzora y al pie de la cara norte de Los Filabres. Por allí discurre el río Almanzora y el valle que lleva su nombre. Tíjola está a 100 kilómetro de la capital. En 1979 se encuadraba entre los pueblos de mayor pobreza de la provincia. Y su agricultura era una actividad muy poco rentable. Mientras íbamos de camino al pueblo mis compañeros me advirtieron que los obreros del lugar eran de los más explotados por los dos o tres caciques que eran los dueños del territorio. ¡Pues vaya panorama!, pensé. A ver como salgo del paso.

Llegamos a Tíjola y en una plazuela del pueblo, creo recordar, los escasos militantes del PSOE habían instalado una rudimentaria plataforma desde la que yo debía hablar a casi 200 tijoleños que esperaban conocer al candidato gitano del PSOE que debía representarles en el Congreso de los Diputados. El secretario general del partido me presentó muy cariñosamente, aunque me dio la sensación de que no se acaba de creer que yo pudiera ser verdaderamente rentable a la organización. También habló un militante local y finalmente me toco hacerlo a mí.

Yo no sé, mi general, qué se siente cuando a uno le ponen un fusil entre las manos y le dicen: “¡Adelante, adelante, valientes!” Y digo que no lo sé porque yo no he tenido entre mis manos, jamás, un arma. Pero en aquel momento yo experimenté en mi interior un fuerte impulso que me hizo pensar -metafóricamente, mi general, no me mal interprete que yo soy un hombre pacífico- que a aquellos hombres y mujeres había que facilitarles las armas del conocimiento para que valientemente lucharan por la defensa de sus legítimos intereses. Los tijoleños me miraban incrédulos por lo que oían y pude observar como algunos, nerviosos, miraban a un lado y a otro como temerosos de que alguien pudiera verlos asistiendo a un mitin de quienes les habían dicho que éramos unos rojos peligrosos.

Recuerdo, mi general, que me aplaudieron con verdadero fervor. Incluso me pareció ver que había desaparecido del semblante de todos ellos la expresión del miedo con que acudían a un mitin al que los caciques del pueblo les habían dicho que no debían asistir. Me parece como si estuviera sucediendo ahora mismo, y han transcurrido ya casi 40 años, que uno de los asistentes, de esos que la imaginería popular presentan con la boina encasquetada hasta la cejas, se me acercó para darme la mano y aprovechar la cercanía para meterse la mano en el bolsillo de la raída chaqueta de pana que llevaba y enseñarme la papeleta electoral de un partido de extrema derecha que le había dado el dueño de la finca en que trabajaba con la indicación de que ése era el partido al que debía votar.

Y volvimos a Almería rápidamente porque esta vez nos esperaban en El Ejido. Hasta el momento creí que había pasado con buena nota la primera parte de mi ITV de candidato cunero. Durante el trayecto mis acompañantes se esforzaron en manifestarme que estaban contentos con la decisión del partido de enviarme a Almería y que si las cosas funcionaban mínimamente bien lograríamos darle la vuelta a aquella provincia, la más conservadora entre el resto de sus siete hermanas andaluzas. Eso sí, me dijeron mis acompañantes: "A donde vamos ahora no tiene nada que ver con el lugar de donde venimos. Vamos a una población donde la densidad de sucursales bancarias es más alta que en la propia capital de Suiza. Así que modera el lenguaje. Aquí no debes expresarte con la vehemencia con que lo has hecho en Tíjola, entre otras cosas porque la gente que te va a oír tiene otras necesidades que, aun siendo urgentes, no son tan perentorias como la de los ciudadanos del Almanzora, Los Vélez o de otras comarcas más del interior que ya irás conociendo".

Aquello, mi general, era otra cosa. Fíjese si ha pasado tiempo desde el momento en que le hablo. Pues ya entonces se olía el dinero en esta parte de la costa, rica por el cultivo de los extratempranos. Pues bien, hice mi discurso, lo salpiqué con algunas anécdotas de profundo contenido social e hice un llamamiento a la necesidad de la colaboración y la solidaridad entre los que más tienen y los que tienen menos. Eso sí, intenté dejar bien claro que, propiciando la existencia de un Gobierno progresista, a ellos, los que mejor vivían de la provincia, se les garantizaría su nivel de vida en la medida en que los más deprimidos y excluidos de la participación en la riqueza colectiva tuvieran garantizada una forma de vida digna y en libertad.

Bueno, me veo en la necesidad de finalizar esta carta. Felicítese porque le hayan destinado a Almería. Yo, aunque don Miguel de Unamuno dijera que “el hombre y la tierra que le vio nacer forman una unidad consustancial” sin renunciar a mis orígenes gaditanos, a mi amor por Cataluña en cuyo nombre firmé la Constitución Española, me considero más almeriense que otra cosa.  Pero para lograr esa identificación -y si usted me lo autoriza-, acépteme este consejo:  haga que los ciudadanos de Almería le quieran porque le consideren uno más de ellos. Y para eso hay que vivir intensamente la rabia contenida con que durante tanto tiempo se han sentido abandonados del poder central, como el orgullo que sienten por pertenecer a una de las provincias donde el paro ha sido menor de toda España.

Y oiga, ¿qué quiere usted que le diga? A usted le ha tocado la lotería, porque ir a una tierra que tiene más de 3.000 horas de sol al año, que tiene unas playas vírgenes que ya las quisieran otros, por no citar a nadie; y que, según he leído en una revista de antropología física, es el lugar de España donde los hombres son más virilmente atractivos y las mujeres las más guapas de España, por aquello de que en Almería llueve poco y por tanto la piel de los nativos es más tersa y delicada, es para darse con un canto en los dientes.

Lo malo será, mi general, si después de haber tenido al paraíso tan cerca, los almerienses le dan la espalda y se queda usted compuesto y sin escaño. Yo, sin embargo, diputado cunero, viví intensamente los ocho años en que fui, junto al resto de mis compañeros, la voz del pueblo de Almería en el Congreso de los Diputados. Y esa suerte y esas vivencias ya no me las podrá quitar nadie.