Los intocables de Pablo Iglesias

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Podemos es la consecuencia de que algunos (demasiados) de los integrantes de la clase política estén dominados por la mediocridad, infectados de corrupción y doctorados cum laude en cinismo. En el invernadero de la política se ha cultivado en silencio y durante años la fruta prohibida de la corrupción y hubo que esperar a que el viento de la crisis se convirtiera en huracán y alejara la niebla de las complicidades tejidas, para que la podredumbre quedara a la intemperie. Ahí es donde nació el 15 M, Podemos y todas las tribus antisistema. La crisis y la corrupción cultivaron con eficacia probada la semilla necesaria de la protesta. Pero la semilla no germina sola. Necesita el acompañamiento de otros factores sin los que su conversión en fruto sería inviable. Podemos es el fruto consolidado de aquel caldo de cultivo, pero a su abundante cosecha electoral han contribuido decisiones y estrategias elaboradas en territorios menos románticos que los fuegos de campamento 2.0 y los laboratorios universitarios con tecnología y fondos bolivarianos.

Principales cabezas visibles de Podemos

Durante la visita de Rajoy a la feria del Libro de Almería y mientras el presidente en funciones recorría complacido los estands, busqué la oportunidad de escuchar con tanta atención como interés a una persona que ha practicado la cercanía con él en los últimos años. (No se equivoquen, no fue Rafael Hernando). En la plaza de la Catedral y bajo las ramas elegantes de una palmera, mi interlocutor reconoció con matizado desencanto que hace poco más tres años, desde algún despacho de Moncloa se alentó con sutileza la irrupción de aquellos jóvenes universitarios en platós cercanos. “Nos venía bien su posible presencia en la oferta electoral porque podía contribuir a restar votos a los socialistas y en la dualidad PP-PSOE el debilitamiento de nuestro adversario contribuía a la comodidad de nuestra permanencia en el gobierno al que acabábamos de llegar. Nunca lo reconoceremos en público, pero es verdad. Pasaron los meses y, tras el resultado de las europeas, empezamos a darnos cuenta que aquel experimento de laboratorio demoscópico- si le quita un puñado de votos a los socialistas por circunscripción, nosotros, que somos el partido mayoritario, nos beneficiamos- comenzaba a ser arriesgado. Una tarde -continuó contando- y, a través de un amigo común, le hice llegar a Rubalcaba, que todavía era el secretario general del PSOE, la idea de hablar con algunos medios para que esa presencia mediática dejara de ser tan abrumadora. Alfredo, que ya estaba de salida, contestó que si éramos nosotros los que habíamos contribuido a potenciar su presencia en esos platós, no le correspondía a él corregirlo. Mi respuesta a su decisión fue clara: Allá tú. A nosotros nos va a hacer daño, pero a vosotros os pueden destrozar”.

He regresado a aquella tarde a la puerta del palacio episcopal porque revela una realidad sin la que no es posible el atractivo de Podemos como marca electoral. Mientras los políticos tradicionales utilizaban la corrupción para usarla contra el adversario en lugar de alcanzar acuerdos que la erradicaran -que es lo que deberían haber hecho y hacer si tuvieran decencia democrática-, el “núcleo irradiador” de Podemos (así lo llamó Errejón en un exceso de pedantería) se dedicaba a practicar la vieja aspiración de Lenin cuando proclamó que a la revolución no le hacían falta periódicos de partido, sino periodistas aliados. A esa tarea tan vieja como inteligente se han aprestado durante años los dirigentes de Podemos y, frente al periodismo madrileño tradicional, fueron tejiendo una red de complicidades en la que políticos y profesionales de la tertulia convergieron en un interés compartido: Podemos aspira a desalojar a la antigua “casta” política del lugar que ocupa para ocuparlo ellos; los periodistas que les apoyan aspiran a desalojar del poder mediático a la “casta” periodística tradicional para ser ellos la nueva “casta” que les sustituya.

El periodismo que hoy se hace en Madrid -de forma abrumadora en las cabeceras digitales, más atemperado, por pudor, en las de papel y descarado en algunas emisoras y canales de tv-, es un periodismo del siglo XIX practicado con tecnología del XXI en el que la trinchera se ha aliado con la red y en el que la opinión sectaria y la información apresurada se han impuesto al análisis riguroso y a la noticia contrastada. La diferencia entre los panfletos incendiarios de las últimas décadas del diecinueve y primeras del veinte y las cabeceras de trinchera y los show televisivos de ahora es que en aquellos había ética y en estos solo hay estética. No sé a ustedes, pero a mí, al contrario que al coro de los defensores de la buena nueva podemita, no me escandaliza que la situación que vive Venezuela haya entrado, por el desfiladero del interés electoral, en el argumentario de campaña.

Reconozco que no estoy la misma altura que los predicadores del periodismo madrileño. Afortunadamente, claro. Eso explica que, donde algunos se alarman- ¡hablar de Venezuela en la campaña electoral, qué espanto!”, dicen estupendos-, otros valoremos ese argumento como una bala más de la abundante metralla electoral que todos utilizan con tino y sin mesura. Si aquel abrazo en la plaza Sintagma entre Iglesias y Tsipras -“Syriza, Podemos, unidos venceremos”, ¿se acuerdan?- era saludado por la trompetería mediática aliada como la entrada de los dos profetas de la nueva política en la Jerusalén griega de la vieja Europa, ¿por qué es censurable hablar de las obscenidades antidemocráticas y económicas desde las que se gobierna un país del que tanto apoyo recibieron y al que tantos elogios (pagados o convencidos) dedicaron? ¿Grecia entonces sí y Venezuela ahora no? ¿Por qué?

Como, tirando del hilo de las contradicciones, habría que peguntarse también, por qué es nepotismo que el hermano de Chaves fuese nombrado director general de la Junta y, sin embargo, sea una decisión intachable que Carmena haya elegido a Luis Cueto, marido de su sobrina, para dirigir un área del ayuntamiento que ella preside; como habría que reflexionar qué razones asisten para que la inclusión de Ana Botella como concejala en el Ayuntamiento de Madrid fuese entonces censurable y, en cambio, no lo sea ahora la elección de Irene Montero y Tania Sánchez en la candidatura al congreso. Quienes sostuvieron con vehemencia que Botella entró en la candidatura del PP por ser la mujer de Aznar no pueden ahora indignarse porque, desde la otra acera ideológica, alguien sostenga que Sánchez y Montero lo estén en la candidatura de Podemos por ser la ex pareja y la pareja actual de Iglesias. O, acercándonos ya al pantano de la corrupción, quienes, con razón sobrada, gritan contra los fraudes de Rato, no pueden evitar que muchos se sorprendan cuando responden con el silencio -y, a veces, la defensa- a las trampas de Monedero a Hacienda.

Llegados a este punto cabría preguntarse dónde se esconde la razón de esa sinrazón que supone ver como aceptable –cuando no acertado- en Podemos lo que es inaceptable en Ciudadanos, PSOE o PP. Las respuestas serán muchas, pero una de ellas- y no menor- está en la sabiduría de la dirección de Podemos de revestirse de una pátina de intocabilidad mesiánica diseñada por su estado mayor y en la que las redes sociales son la infantería y los púlpitos televisivos y digitales el generalato.

Tras la estudiada cursilería preadolescente –“la sonrisa de un país”, dice su eslogan; como si la ñoñería fuese a acabar con el paro, la desigualdad y la corrupción-, se esconde un intento premeditado de situar a quienes no compartan su camino en una posición cercana al reaccionarismo derechista. Ellos son intocables porque, en su catecismo laico, son un compendio de virtudes sin posibilidad de error alguno; todos los demás- como el demonio en el Ripalda católico- son la encarnación del mal sin posibilidad alguna de bondad.

Con esta estrategia el acierto ha sido pleno. En su batalla por asaltar los cielos, la crisis abonó la tierra, la devastación social y laboral creó la semilla, la corrupción insoportable de la clase dirigente la perfeccionó, el PP en su laboratorio demoscópico la hizo crecer, el entontamiento acomplejado de la dirección del PSOE les impidió hacerle frente y la trompetería mediática vio en la batalla la oportunidad de tomar por la palabra el Poder de la comunicación. Podemos no va a llegar al gobierno, pero, en su corta marcha hacia él, ningún partido contó con más aciertos propios y más errores ajenos. Y lo peor es que algunos, en el PP y en el PSOE, siguen tocando la lira.