Antonio Gil Albarracín
Historiador
Uno de los grandes problemas que presenta la recuperación y conservación del patrimonio arquitectónico y etnográfico es la inexistencia en España de titulación específica de arquitecto restaurador, que existe en otros países, hecho que habilita a todos los arquitectos para intervenir en Bienes de Interés Cultural (BIC) a pesar de haber hecho manifiesta en muchos casos su carencia de sensibilidad hacia el patrimonio cultural, convirtiendo los BIC en campo de experimentación de ocurrencias aplicables a edificios de nueva planta, no a testimonios de nuestro pasado cuya manipulación, adulteración o destrucción suele ser irreparable.
Con metales se han realizado en los dos últimos siglos obras magníficas que han reinventado nuestro paisaje cultural. Sirvan de ejemplo la torre Eiffel en París, el museo Guggenheim en Bilbao o los centenares de bóvedas metálicas que se construyeron en mercados y estaciones ferroviarias prácticamente por todo el mundo. En la actualidad un número importante de edificios, rotondas y otros enclaves de nueva planta muestran realizaciones metálicas, más o menos afortunadas, según los casos, sobre las que nada tengo que objetar.
Sin embargo, la aplicación casi sistemática de metales en la restauración de BIC ha dado lugar a actuaciones desafortunadas. Algunas de ellas se concentran en tierras de Almería. El mausoleo romano de Abla, del siglo II de nuestra era, que se denominaba ermita de los Moros hasta 1983, en que identifiqué su carácter, ha sufrido una desgraciada restauración que ha supuesto la destrucción de la mayor parte de sus recubrimientos, para dotarlo de un estucado impropio, que posteriormente se ha retirado por ridículo, desencadenando un proceso de deterioro del monumento de difícil solución; asimismo se ha instalado una pretenciosa portada de acero corten que, junto a su entorno, encierra el monumento en un campo de ferralla que lo ningunea.
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Mausoleo de Abla |
La iglesia del convento de Mínimos de Vera, que el obispado de Almería vendió al Ayuntamiento a finales del siglo pasado, ha padecido otra restauración penosa. Su bóveda fue demolida y sustituida por lamas de aluminio, destruyendo la volumetría y acústica del templo. Además el conjunto de frescos rococó, que podían haber convivido con otros surgidos en la obra, fue destruido con rasqueta, alegando que eran “pinturas sobrepuestas”. Este disparatado atentado promovido por el Ayuntamiento de Vera recibió un “premio” de restauración.
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Convento de los Padres Mínimos, en Vera |
La intervención en fortificaciones puede incluir la violencia de bofetones pardos de acero corten que compiten en protagonismo y volumen con el monumento que pretenden recuperar. En la Alcazaba de Purchena los miradores sobre el río y otras muestras de acero corten adquieren un protagonismo que sería más adecuado fuera de dicho espacio histórico.
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Alcazaba de Purchena |
El castillo de Bacares es otra muestra desgraciada de exceso de feralla, que se acompaña de una pretenciosa construcción de nueva planta, en sustitución de un modesto edificio popular.
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Castillo de Bacares |
También resulta chocante la restauración del castillo de HuércalOvera, donde la intervención se ha centrado en su torre medieval, de alzado prismático, a la que se ha adosado un cilindro metálico para habilitar el acceso a la misma. Este volumen de acero corten ve acentuado su protagonismo por haberse sustituido la mayor parte de la pátina original por la blancura del nuevo material. Además en la inmediación del monumento otro prisma de servicio, en realidad un contenedor también de acero corten, completa con su contrapunto visual el conjunto resultante.
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Torre de Huércal-Overa |
No obstante, el acero corten monumental más conocido de la provincia de Almería es el aplicado a la muralla de la Hoya, probablemente para consumar la “inaceptable” realidad de que hubiera resistido un milenio sin haber sido desgraciada, pero de ello trataremos en otra ocasión.
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Acero corten la Alcazaba de Almería |