Antonio Jesús Rodríguez Segura
Diputado delegado de Cultura
A estas alturas nadie tiene duda ni dentro ni fuera de nuestro país de la grandeza y la solidez alcanzada por España en todos sus extremos. Hemos sido capaces de hacer una transición modélica, ejemplo de todas las llevadas a cabo en el mundo entero a lo largo de todo el siglo XX. Hemos sido capaces de superar una etapa tremendamente negra, o más bien roja, por los regueros de muerte y de sangre que ha dejado el terrorismo. Hemos sido capaces de consolidar la democracia a través de la alternancia, por cierto, en toda España menos en Andalucía. Hemos sido capaces de superar una crisis económica muy distinta de la que globalmente ha azotado a muchas economías mundiales. Y, sin embargo, no somos capaces de entender una máxima en democracia, y si me apuras una máxima de vida, que no es otra cosa que entender que gana aquel que tiene mejor resultado que los demás, y en lo referido estrictamente a la política, eso significa que debe gobernar quien gana, que es el que quieren los ciudadanos que gobierne.
Tres grupos: los que no 'quieren' a España, los que 'pasan' de España y los que 'trabajan' por España |
Esta situación insólita deja clara la existencia de tres grupos o masas sociales en nuestro país, los que “no quieren” a España, los que “pasan de España” y los que “trabajan por España”. Los que no quieren a España: éstos están perfectamente identificados, presumen de no quererla, es más, abogan abiertamente por destruirla y rodeados de dos ideales fundamentales se aprovechan del mar revuelto. Estos ideales son fundamentalmente el anarquismo y el separatismo.
Los últimos están más identificados que los primeros, se aprovechan de la desesperación de las gentes en sus territorios de influencia, pero, si cabe, tienen menos culpa que los primeros, porque muestran abiertamente sus principios y sus objetivos, con lo cual el que quiera seguirlos y además apoyarlos tiene al menos la misma culpa de quienes los lideran.
Los primeros, los que agitan el anarquismo social, son mas “peligrosos”. Son profesionales de la comunicación política, de esto no me cabe duda, quizá que algo de esto debiéramos haber aprendido todos hace mucho tiempo, pero armados de ese talento, lo utilizan para ganar adeptos a través de la manipulación y la mentira.
Qué sorprendente es, cuando menos, que durante los años en los que España caía desenfrenadamente al abismo, por una serie de condicionantes externos, pero también por una pésima gestión económica interna, estos “salvapatrias” no salían a las calles, no montaban manifestaciones para corregir la deriva de los responsables políticos del Estado. Disfrutaban viendo España caer, porque solo en los lodos del fondo ellos podrían sacar rédito a su mensaje. De estos, la sociedad no espera nada, solo quieren romper España y lo sabemos, así que si cabe podemos decir que para la causa “están amortizados”.
Los que pasan de España: aquí también hay dos grupos, los que nos les importó que se hundiera y les da exactamente igual su futuro, y los que son “como el muñeco de la comunión”, o dicen serlo a través de presentarse como aquellos que nunca han roto un plato, que van por encima del bien y del mal, que no se han arrugado en su vida las entretelas ni se han manchado los zapatos, lo que viene siendo una clara representación del que en su vida no le ha un palo al agua, nunca podrá equivocarse si no hace nada.
Estos últimos no permiten que se forme Gobierno porque consideran ellos que “no hay que hablar de sillones”. Esto es increible, tendrían credibilidad si dijeran que no hay que hablar de que Rajoy ocupe el sillón de presidente del Gobierno, o mejor, deberían decir que si hay que hablar de sillones, de que el sillón de presidente no sea para quien ha ganado las elecciones, sino para quién ellos digan, lo que viene siendo imponer la voluntad de los perdedores, sobre los que democráticamente han ganado las elecciones.
Me hace especialmente gracia lo de los sillones. No es justo que este nuevo aire de supuestas nuevas formas de hacer política tome por tontos al resto de los mortales. ¿Alguien se puede imaginar un candidato a presidente del Gobierno, a alcalde de su ciudad o de su pueblo, o a presidente de su comunidad de vecinos diciendo “Vótenme ustedes que si gano yo, ya veremos a ver quién gobierna…”? Esto es vergonzoso, queridos politólogos de la nueva ola, la política es la defensa de las ideologías de un grupo de pensamiento parecido dirigidos por un líder que está llamado a dirigir, a gobernar, a liderar, y ese líder es el que cuando gana tiene que ocupar el sillón de mando, y esto no solo es así, sino que debe serlo.
A los primeros, los que hundieron España y les da igual su futuro, les diré que la historia de sus siglas está muy por encima de quien las lidera de forma atropellada en este momento. Además les diré que el objetivo principal de una organización política es ganar las elecciones, y, después de esto, su segundo objetivo debe ser quedar segundos. Cuando esto pasa, las aspiración debe ser a recuperar el primer puesto cuanto antes y no a caer en el tercero o en el cuarto, como parece ser que están abocados.
Los que trabajan por España: estos son sencillamente todos los demás, los que siguen empeñados en hacer nuestro país cada día más grande, los que tienen como prioridad seguir creando empleo a través el crecimiento económico, los que tienen como prioridad la unidad de España en su integración europea, o la seguridad de los españoles ante un nuevo desafío terrorista mundial, mucho más complejo del que fuimos capaces de vencer en España, y que por eso y precisamente por eso, necesita más unidad y contundencia que nunca. A esos tres grandes retos, le añado un cuarto no menos importante, modificar las leyes lectorales y si es preciso la Constitución para hacer frente a los que no quieren España.