Antonio Felipe Rubio
Periodista
Uno de los aspectos más positivos en el anunciado por el alcalde Plan Estratégico de Almería es la participación de una “empresa especializada” en estos menesteres. Ciertamente, una empresa solvente en esta materia que evalúe las potencialidades de la ciudad es lo más indicado para proyectar el futuro a raíz del conocimiento que pueda adquirir sobre experiencias anteriores, consecuciones, frustraciones, servidumbres… en definitiva, aciertos y fracasos, y la etiología que los motivó.
La historia de Almería, aunque milenaria, se queda muy corta en hitos industriales, burguesía, revolución urbanística y fomento de los recursos. Almería conoció momentos históricos que se resumen a la minería practicada en su agreste geografía y un corto periodo de exportación de la uva variedad Ohanes. En ambos casos (mineral y uva de barco), el puerto fue determinante para ese desarrollo industrial con un importante impacto en las infraestructuras que facilitaron la actividad económica. Para la uva se aprovechó el tinglado del puerto bajo el que se almacenaban los barriles que embarcarían en pequeños esquifes hasta el vapor fondeado en la dársena. Era un proceso con muy pocas pretensiones de estabilidad y facilidades; más bien algo improvisado y sin excesiva confianza en su continuidad o perfección en el proceso industrial para dotarle de agilidad y competitividad.
La actividad mejor diseñada fue la minería, pero no precisamente la autóctona. Los inversores extranjeros vinieron a dejar su huella de cómo han de hacerse las cosas con sentido práctico, eficacia y rentabilidad. Prueba de ello es el hoy abandonado complejo minero de las Menas de Serón, un amplio poblado que contaba con suministro propio de energía, dispensario médico, plaza de toros, sala de juegos, viviendas con agua corriente, calefacción… y todas las comodidades, algunas inexistentes entonces en la capital. Al margen de la instalaciones centrales, la minería dispuso una importante red de cables (transporte aéreo) para el traslado del mineral a las centrales acopio que desembarcaban en la mar, bien desde el mismo cable o mediante la vía férrea (Minas de Alquife) que, gracias a ellas, se dotó por primera vez de electrificación la actual -invariable hasta la fecha- y única línea férrea que “disfrutamos”.
Otro logro de la colonización industrial fue el Cable Inglés, Toblerone y la vía cruzando la avenida Cabo de Gata. El Cable Inglés supuso un gran impulso para la exportación de mineral y era lo más avanzado de la época en cuanto a ingeniería y eficacia. Estas impresionantes instalaciones fueron durante décadas la construcción más relevante de la capital y se instalaron con la clausula de su desmantelamiento una vez cesase la actividad minera de las compañías extranjeras; extremo que desatendieron, quizá por el escaso respeto que les infundía una ciudad que hubo de soportar, silente, decenios de contaminación y servidumbre… y ahí nos dejaron el mojón.
No es la primera vez que se intenta un plan estratégico. Ya hubo sanedrín y consejos de “sabios” que intentaron ponerse de acuerdo y a lo único que llegaron fue a la escenificación de reproches y algún que otro disparate. Si el diseño de la ciudad del futuro se fundamenta en similar formato, estaremos abocados a otro “éxito” como el de la Mesa de las Infraestructuras o los nutridos consejos locales con todos los agentes políticos y actores sociales que vendrán a dotar de contraste y animación a los seminarios y debates que contarán con el dopaje de protagonismo, sectarismo y frustración ya conocidos.
Analizar nuestra reciente historia y observar las potencialidades, al margen de intereses de parte y con inequívoca profesionalidad, será determinante para encauzar con acierto el futuro de la ciudad. Pero, como siempre, alguien con galones vendrá y enmendará la plana a los expertos. Y no se cansen; cada pueblo es fiel reflejo de quienes lo habitan y lo regentan.