Antonio Torres
Director de Canal Sur
Un periodista andaluz es un referente en Europa por su tenacidad y verdad en unos tiempos del pasado siglo muy difíciles. Se vio obligado a irse de España para poder trabajar como lo hicieron millones de españoles. Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944) promulgó el sentido común y el respeto al otro. Por eso fue olvidado, denostado, durante mucho tiempo, incluso en algunas facultades de Periodismo y Comunicación.
Su obra A sangre y fuego demostró que los prejuicios de un bando o de otro no formaban parte de su trayectoria profesional. En los últimos años se le empieza a reconocer como un hombre que pasa a la historia como uno de los periodistas más valiosos que ha dado España. Conviene destacar el trabajo biográfico elaborado por la profesora María Isabel Cintas Guillén, que reunió todos los trabajos del maestro, en 2011, para que no fuera desconocido.
Manuel Chaves Nogales |
El miércoles vimos al ministro Margallo leyendo uno de sus libros en el Congreso de los Diputados. Los columnistas releen a Chaves y aconsejan a los políticos que le tengan como ejemplo. La dictadura le olvidó y en los primeros años de democracia tampoco se le tuvo en cuenta. En la Universidad llevo 15 años, junto al catedrático Quirosa, destacando el ejemplo del ejemplar profesional y novelista que las pasó canutas por ser un hombre de personalidad recia.
Hay mimbres para aprender de su talante. Los comunistas decían que era facha y los rebeldes que era comunista. Chaves Nogales tiene las claves del fundamentalismo: “Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, de ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Si, como me ocurría a veces, el capitalismo no prestaba de buen grado sus grandes rotativas y sus toneladas de papel para que yo dijese lo que quería decir, me resignaba a decirlo en el café, en la mesa de redacción o en la humilde tribuna de un ateneo provinciano, sin el temor de que nadie viniese a ponerme la mano en la boca y sin miedo a policías que me encarcelasen, ni a encamisados que me hiciesen purgar atrozmente sus errores. Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario. En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España…”.
Para Muñoz Molina, “Chaves Nogales es el hombre justo que no se casa con nadie porque su compasión y su solidaridad están del lado de las personas concretas que sufren; es el que ve las cosas con una claridad que lo vuelve extranjero. La contienda fue uno de esos escenarios extremos en el que examinan a todo el mundo. Salió de ella vencido y exiliado, pero con matrícula en sentido común, humanismo, moral y clarividencia".