El dilema del PSOE: susto o muerte

Emilio Ruiz

Los resultados electorales del 26 de junio fueron crueles con el PSOE. Por una parte, los electores les castigaron hasta darle en unas elecciones generales el peor resultado desde la reinstauración de la democracia. Ni siquiera pudo conservar los 90 diputados obtenidos seis meses antes. El presunto éxito de haber evitado el sorpasso no deja de ser más que un consuelo para gente sin pretensiones. Por otra parte, a la vez que la cruel derrota, las urnas concedieron al PSOE la llave maestra que abría las puertas de un nuevo Gobierno. Maldito honor.

Gestora del PSOE

Ni el 20-D ni el 26-J los socialistas supieron –o no quisieron- hacer una lectura correcta de los resultados ni sobre las posibles consecuencias de los mismos. Pedro Sánchez no fue, en ninguna de las dos elecciones, el único responsable de la catástrofe, pero sí era la cara visible. Debería haber asumido las oportunas responsabilidades, y en política eso se llama dimisión. No lo hizo el 20-D y debió hacerlo al menos el 26-J. Al no hacerlo, su figura cayó en el descrédito y, lo que fue peor, en el ninguneo de los llamados barones, que solo veían o querían ver o creían ver en él a un títere a la espera de noticias. De noticias de Susana, claro.

El famoso Comité Federal del 28 de diciembre –ratificado en julio de 2016-, que marcó la posición que  debía adoptar el PSOE con vistas a la formación de Gobierno, fue una censura en toda regla para el secretario general. Porque se le dio, y él admitió, una hoja de ruta que, tomara el camino que se tomara, le conducía al precipicio. No se puede desear al mismo tiempo: A) No facilitar que el PP gobierne + B) No intentar formar Gobierno con quienes propugnen la independencia (los nacionalistas) o el derecho a decidir (Podemos) + C) Evitar una tercera cita con las urnas. A, B y C, ligados, sumados, conducían a lo imposible. Lo decía Alfonso Guerra, lo decía Felipe González y lo decía cualquier socialista sensato que analizara la situación con una pizca de objetividad: A+B+C no puede ser.

El autor de este artículo, ante la sede del PSOE, el día que Pedro Sánchez presentó su dimisión como secretario general del PSOE

Como no podía ser lo que no podía ser, y además era imposible, la absurda situación que el PSOE se había creado le ha conducido al momento actual, un momento de zozobra, desconcierto, desconfianza y, lo que es peor, de enfrentamiento entre compañeros. Lo ocurrido en Ferraz el 1 de octubre no fue más que la antesala de lo que estos días se vive en las agrupaciones locales (en pocas, porque la mayoría rehúye el debate para evitar encontronazos) y también en las redes sociales, el lugar que los militantes, tradicionalmente desposeídos de un espacio donde hacerse oír, manifiestan ahora sus opiniones sin cortapisas ni influencias. El cabreo es general.

Hace unas semanas recogí la opinión de un grupo de socialistas acerca de la actitud que el PSOE debe de adoptar en el momento presente. Las pudieron leer en este periódico. De 23 opiniones, 22 se inclinaban por un voto negativo a Rajoy, incluso en el caso de que ello nos condujera a nuevas elecciones. Creo que ese criterio continúa inalterable. Pero la dirección del partido –la oficial y la real- sabe que una salida como esa, además de las consecuencias de tener al país sin Gobierno, puede conducir el partido hacia la irrelevancia, potenciando aún más al PP (ya se hizo el 26-J respecto al 20-D) y también posiblemente a Podemos. El dilema socialista es tremendo: susto o muerte.