Qué hacer ante el problema del agua en Almería

Pedro Manuel de La Cruz
Director de La Voz de Almería

Para los que venimos de una cuenca poblada de arrieros y estraperlistas las fronteras no pasan de ser una línea burocrática dibujada en un mapa administrativo. Nada, por tanto, de lo que ocurra en Granada, Málaga, Jaén o Murcia nos será nunca ajeno, aunque algunos (quizá habría que decir mejor muchos) no se hayan bajado todavía de la alsina y crean que el mundo limita al norte con la fuente de su pueblo y al sur con sus complejos.

De ese despropósito aislacionista no tienen solo la culpa los que nos aislaron; también la tienen los que se complacieron en ella; el Almería madre de la vida padre que proclamaban las pegatinas en los seiscientos cuando por aquí campaban la tristeza en los ojos, el polvo de mineral en los terraos y la incultura en las casas, es un ejemplo de esa complacencia tan inútil, tan estéril.  Por eso sigo desde hace años con interés el clamor persistente mantenido por nuestros vecinos murcianos, tan grande, que han sido capaces de concretarlo en solo tres palabras: agua para todos. Es una plegaria que a veces se hace grito y abandona la huerta sedienta, los barrancos desiertos y las torrenteras vacías para ocupar las calles y los templos de quienes no atienden sus peticiones.

Mesa del Agua de Almería

Hace unas semanas más de cuatro mil personas del campo de Cartagena tomaron las calles de la capital murciana “armados” de 506 tractores y 150 camiones para impedir que sus tierras mueran de sed. Ahora, esa reivindicación frutalmente propagada contará con el acompañamiento de otros muchos agricultores de toda la región que llevarán su protesta a Madrid. No sé los que irán en esta peregrinación al Ministerio de Agricultura; seguramente muchos. De lo que no tengo duda, ninguna duda -ninguna- es de que siempre serán más de los que irían en una protesta reivindicativa similar organizada por almerienses y para que llegara más agua a Almería.

Los españoles somos tipos capaces de hacer un Dos de mayo; y un tres; y un cuatro; pero al quinto día aparece el cansancio y al sexto la desidia. Los almerienses no tenemos esa actitud tan inconsistente, no: aquí no llegamos ni al primer día. Ni al primer día y, algunos de nuestros políticos, a la primera reivindicación.

Si los socialistas no fueron capaces de protestar ante el gobierno de Zapatero cuando decretó la revocación del Plan Hidrológico Nacional, ahora han sido los populares, indignados y con razón entonces, los que se han abstenido ante una propuesta de resolución del Parlamento andaluz en la que se insta al gobierno de Susana Díaz a que exija al gobierno de Rajoy que adopte medidas para que el agua desalada cueste igual en todas las geografías provinciales. Su abstención delata servilismo y, en su silencio de ahora, llevan incluida la incapacidad para continuar criticando a los socialistas por la decisión de ayer.

El agua -que es el principal problema de la economía provincial- no es una excepción en esta constante de indolencia. En aquel tiempo en que Almería estaba aislada y sin autovías, Fausto Romero, en uno de sus luminosos raptos de lirismo épico, apeló con tanto romanticismo como escaso éxito a la necesidad de que los camiones almerienses -varios miles en nuestra provincia- colapsaran el tráfico recorriendo, el mismo día y a la misma hora, los seiscientos kilómetros que nos separan de Madrid. Como era de esperar nadie consideró su utopía; un día de protesta por mil años de indolencia, olvido y abandono era un peaje demasiado caro.

El problema de la comunicación por carretera está, aunque tarde, solucionado. Ahora, el problema es el agua para regar porque su escasez -que ya padecemos y que llegará a ser mayor- puede convertir, como escribió Alvarez de Sotomayor en La Seca, “nuestros campos en una calavera y nuestros cauces una sepultura”. No es un verso lírico con mayor o menor belleza poética. La ausencia de agua no solo puede impedir el futuro; puede arruinar el presente y hacernos regresar a un pasado en el que solo pensarlo da espanto.

Hasta que llegaron la desaladoras y el trasvase del Negratín, cada vez que los almerienses han tomado las calles para pedir más agua, siempre lo han hecho detrás de un santo: por la mañana para que lloviera y, por la tarde, para que dejara de llover. Como el agua baja del cielo es a él al que debemos dirigir las plegarias. Cuanta incultura por Dios.

Afortunadamente aquella superchería ha sido arrumbada al pintoresquismo de guardarropía por el cemento de las tuberías y la tecnología de las membranas, pero todavía no nos hemos dado cuenta que para que el agua riegue nuestros campos hay que reivindicarla con más fervor (eludo por educación la palabra que están pensando) y de forma mayoritaria. Aprendamos de nuestros vecinos murcianos cuando tienen lo que hay que tener y hacen lo que hay que hacer.

Sentarse a mirar el río puede ser placentero, pero para disfrutar del beneficio enriquecedor de sus aguas hay que mojarse.