Marcos Ana y Almería

José Luis Masegosa
Periodista

Quienes nos dedicamos a contar las historias que escriben las páginas de la Historia sabemos que la memoria de los medios es frágil, cuando no está ausente. Es lo que ha ocurrido en la mayoría de los medios provinciales con la muerte de Marcos Ana, el poeta y preso político que más tiempo -23 años- pasó en las cárceles de la dictadura franquista.

Marcos Ana, en Oria

Fernando Macarro Castillo, que era el verdadero nombre de Marcos Ana, seudónimo con el que quiso reconocer a su padre y a su madre, mantuvo un nexo de unión con nuestra provincia, que ahora, con motivo de su fallecimiento, se ha olvidado. Aunque su precario estado de salud le ocasionó varios aplazamientos, el poeta de la libertad y la reconciliación fue homenajeado por la Semana de la Memoria de Almería, en cuyo seno pronunció una conferencia con el título “Confieso que también he vivido”. 

En ocasiones, el autor de Decidme cómo es un árbol, memoria de la prisión y la vida, pasaba algunas temporadas en casa de unos amigos en Almerimar, donde disfrutaba de la luz del Mediterráneo que tanto le impresionaba. En 2010, el mismo año en que le fue concedido el Premio Internacional de Poesía “Villa de Oria” en su quinta edición, pude compartir una tarde inolvidable en su casa madrileña de la calle Narváez, en donde descubrí las huellas de los conflictos del siglo XX en poemas de Rafael Alberti, Dulce Chacón o Irene Némirovsky. Generoso hasta el extremo me obsequió con un ejemplar de una edición limitada de algunos de sus poemas y dibujos creados en tiempo de prisión.

Un año y medio después, en agosto de 2011, tras haber recibido la Medalla del Mérito a las Bellas Artes, Marcos Ana cumplió su compromiso con el pueblo orialeño. “Por fin, me parece mentira encontrarme en Oria”. Fueron sus primeras palabras tras descender del vehículo que le llevó a la villa que desde hacía casi dos años le esperaba. Tras la entrega del galardón pronunció una inolvidable conferencia, presidida por la libertad, la reconciliación y la inutilidad de la venganza.

Mediados mantel y mesa, este revolucionario nonagenario se expresó con la sencillez y naturalidad de quien empezó a vivir a los cuarenta y dos años bajo la permanente vigilancia de la policía política. Fluyeron las vivencias en la boca del poeta: La amistad con Pablo Neruda, a quien le “birló” la escritora y periodista Sara Vidal, y la mediación de Rafael Alberti para reconciliarlos; las peripecias de los largos años de prisión y los cantos de “La Pepa” a ritmo de chotis para recibir cada noche las “sacas” de fusilamiento… Era el relato vivo de un periodo indeseable de nuestra reciente historia contada por quien consideraba que la salud es la principal arma de un revolucionario.

Marcos Ana se ha ido, pero su casa y su corazón permanecen abiertos “como el mar”, y deja un testimonio ejemplar de dignidad, honestidad y lucha por la libertad. Un testimonio que también arraigó en Almería.