Marta Rodríguez
Periodista
Lo de Almería con las ferias del libro es una historia de desamor desde que en 2011 desapareció el Festival del Libro y la Lectura, Lilec, capitaneado por El Gaviero Ediciones y Ana Santos. Después de años de experimentos poco afortunados y un par de ediciones en blanco, la pasada primavera parecía haberse puesto la semilla de algo nuevo. Sin tirar cohetes y con mucho que mejorar (Berta Vías y Eduardo Mendicutti apenas lograron reunir a una decena de personas cada uno), pero algo nuevo al fin.
Acto de presentación de la Feria |
Esas mismas diez personas que se antojaban insuficientes para escritores de cierta trayectoria y calidad contrastada, gustos aparte, habrían bastado para salvar los muebles de los cuatro encuentros con autores almerienses que se han desarrollado en lo que va de semana en la Feria del Libro de la Universidad. Habrían bastado para que el primer acto se celebrara, que no se celebró porque estrictamente como público sólo asistió una persona. Y habrían bastado para que los tres escritores que sí siguieron adelante con su presentación no se volvieran a casa descorazonados ante el nulo éxito de la convocatoria.
El lector podría llevarse la idea equivocada de que la causa por la que se ha dado esta situación está en los autores. Ni muchísimo menos. En los cuatro casos, se trata de personas que tienen cosas que decir: del valor del testimonio de Verónica Díaz, psicóloga que cuenta en su libro cómo superó el cáncer en la adolescencia, y el tirón de Fernando Martínez López, el escritor cuyas obras suelen auparse al número uno de los más vendidos en Almería, al renombre que tiene Miguel Ángel Muñoz en el mundo del cuento, avalado por el apoyo de Páginas de Espuma, pasando por el versátil talento de Juan Pardo Vidal.
Una de las razones por las que el público no ha respondido a la Feria del Libro de la UAL hasta el acto de ayer de Rosa Jové, pediatra defensora de la crianza de apego, es la falta de difusión. No se puede presentar un viernes una iniciativa que empieza el lunes y esperar que los almerienses, en general más amigos de propuestas como la Noche en Negro que de las letras, se movilicen.
En la biblioteca del campus que acoge buena parte de la programación apenas hay un triste cartel, los expositores de las librerías están solos, muy solos, y ayer algunos universitarios aseguraban no saber que, a sólo unos metros de donde estudian, tenía lugar un acto literario.
Y esto enlaza con lo que quizá ha condenado definitivamente a la feria: la falta de implicación de la comunidad universitaria. Ni alumnos ni profesores se han dejado caer por estos encuentros con autores almerienses cuando su experiencia podría haber resultado enriquecedora, no sé, se me ocurre, para estudiantes de Psicología, Enfermería o Humanidades. Igual hoy en día es una barbaridad, pero en mis años universitarios era muy normal que el profesorado nos obligase a asistir a proyecciones o conferencias.
Este artículo no pretende ser una crítica a la programación que pienso que, con su criterio habitual, ha diseñado el gestor Manuel García Iborra. Es una reflexión: organizar una feria del libro es mucho más que poner dinero y si de verdad queremos acercar las letras a los alumnos, mal vamos si paseamos a un puñado de buenos escritores por sus narices y no conseguimos que los escuchen.