Eduardo D. Vicente
Historiador y periodista
Eduardo del Pino Vicente nos ha sorprendido estas Navidades con un hermoso libro, Almería. Guía sentimental de una ciudad, editado por La Voz de Almería. La portada es ilustrada con una fotografía de 1958 tomada en el barrio de La Chanca. El propio autor nos cuenta la historia de esa fotografía y de las personas que en la misma aparecen, principalmente, el semidesnudo niño Juan.
Juan Asensio Alonso tiene hoy sesenta años y vive lejos del barrio de La Chanca, tan lejos como queda la fotografía donde aparece retratado cuando era un niño y empezaba a dar sus primeros pasos de la mano de su madre. Juan es el protagonista de la fotografía de la portada de Almería. Guía sentimental de una ciudad, el último libro editado por La Voz de Almería. Su presencia llena la imagen de ternura: cogido de la mano de su madre en la misma puerta de su casa, en la calle Gordote, y con la mitad del cuerpo hacia abajo desnudo.
Juan Asensio es el niño de la portada del libro |
La fotografía, realizada en el invierno de 1958 por los curas marianistas, nos narra una escena cotidiana de cómo era la vida en en las laderas de los cerros del barrio de La Chanca, cuando era habitual que los niños se pasaran el día a medio vestir, correteando como felinos por las cuestas de tierra, con la libertad que les proporcionaba aquel grandioso entorno y aquellas formas de vida. La imagen nos presenta un cuadro que se repetía a todas horas en aquellas calles llenas de vida, cuando los vecinos se pasaban las horas en las puertas de las casas, cuando las sillas se colocaban en la calle que era donde calentaba el sol, cuando todo se compartía y todo el mundo se conocía, cuando todavía no había llegado la televisión y todo sucedía de puertas a fuera.
Juan Asensio Alonso cuenta que la fotografía está realizada en la calle Gordote, donde nació y donde estuvo viviendo hasta la edad de los catorce años. Él tenía dos años y está agarrado de la mano de una mujer joven, su madre, Ana Alonso Carmona, una muchacha en aquel tiempo, que exhibe una hermosa melena de color moreno y una belleza sencilla, acentuada por la grandiosidad del paisaje. La madre lucía un vestido negro cubierto con un delantal rosa que nos hace entender que la familia gozaba de una posición cómoda, dentro de las estrecheces del barrio y de las dificultades de la época.
“Mi padre trabajaba entonces como pescador antes de ingresar como obrero en la Junta de Obras del Puerto y en mi casa nunca nos faltó la comida, y hasta teníamos agua y luz eléctrica”, recuerda Juan Asensio. Su padre, Agustín Asensio López, contrajo matrimonio con Ana Alonso en el mes de septiembre de 1955 y un año después vino Juan al mundo. Fue el primero de una larga lista de hijos: Juan, Manuel, Ana María, María Dolores, Antonia y Agustín.
En la fotografía también se ve su querida abuela asomada a la puerta de la casa, mostrando un vestido celeste y cubierta por una de aquellas toquillas negras tan características en las mujeres de la época. Es una mujer de mediana edad, aunque entonces a los cincuenta años ya parecían ancianas. Se llamaba María Dolores Carmona Hernández y pertenecía a una de aquellas familias de pescadores que llegaron de Carboneras en los primeros años de la posguerra.
La imagen de la fotografía va ascendiendo la calle que aparece repleta de vecinos, de gentes que aquel día se habían alborotado ante la presencia de un grupo de sacerdotes que dirigidos por el cura don Marino Álvarez recorrían las cuestas del barrio para retratar los problemas de la vecindad. Entre aquellos vecinos estaban: Salvadora, Pepa Garbín, Máxima, Ana la roquetera, Tadea, los Castros e Isabel, la mujer que le ponía las inyecciones a medio barrio.
Era la calle Gordote, que formaba una pequeña isla con la calle de Enmedio y con la calle Barranquillo, un lugar donde apenas había un metro en llano, donde las rampas ascendían de forma vertiginosa desde abajo, la calle de Valdivia, hasta las cuevas del cerro. Las casas se sucedían a uno y otro lado de la cuesta. Eran casas que rebosaban humildad, casas pequeñas de un par de habitaciones, pero siempre limpias, siempre cubiertas por esa mano de cal que fue la pintura de los pobres. Y entre las casas, como si fueran las velas de un gran bergantín, las ropas blancas tendidas sobre cuerdas secándose al sol.
Juan Asensio Alonso, el niño medio desnudo de la foto, cuenta que aunque hace muchos años que dejó el barrio, todavía tiene presentes sus primeros recuerdos, cuando los niños se pasaban los días subiendo y bajando los cerros, cuando eran tan libres que no habían oido hablar nunca de la palabra libertad. “Nos gustaba mucho jugar con las cometas que nos fabricábamos nosotros mismos con papel y cañas y con la harina que utilizábamos como pegamento. Subíamos a lo más alto del cerro y aprovechábamos el viento para echarlas a volar”.
Juan Asensio Alonso cuenta que la fotografía está realizada en la calle Gordote, donde nació y donde estuvo viviendo hasta la edad de los catorce años. Él tenía dos años y está agarrado de la mano de una mujer joven, su madre, Ana Alonso Carmona, una muchacha en aquel tiempo, que exhibe una hermosa melena de color moreno y una belleza sencilla, acentuada por la grandiosidad del paisaje. La madre lucía un vestido negro cubierto con un delantal rosa que nos hace entender que la familia gozaba de una posición cómoda, dentro de las estrecheces del barrio y de las dificultades de la época.
“Mi padre trabajaba entonces como pescador antes de ingresar como obrero en la Junta de Obras del Puerto y en mi casa nunca nos faltó la comida, y hasta teníamos agua y luz eléctrica”, recuerda Juan Asensio. Su padre, Agustín Asensio López, contrajo matrimonio con Ana Alonso en el mes de septiembre de 1955 y un año después vino Juan al mundo. Fue el primero de una larga lista de hijos: Juan, Manuel, Ana María, María Dolores, Antonia y Agustín.
El libro de Eduardo del Pino |
En la fotografía también se ve su querida abuela asomada a la puerta de la casa, mostrando un vestido celeste y cubierta por una de aquellas toquillas negras tan características en las mujeres de la época. Es una mujer de mediana edad, aunque entonces a los cincuenta años ya parecían ancianas. Se llamaba María Dolores Carmona Hernández y pertenecía a una de aquellas familias de pescadores que llegaron de Carboneras en los primeros años de la posguerra.
La imagen de la fotografía va ascendiendo la calle que aparece repleta de vecinos, de gentes que aquel día se habían alborotado ante la presencia de un grupo de sacerdotes que dirigidos por el cura don Marino Álvarez recorrían las cuestas del barrio para retratar los problemas de la vecindad. Entre aquellos vecinos estaban: Salvadora, Pepa Garbín, Máxima, Ana la roquetera, Tadea, los Castros e Isabel, la mujer que le ponía las inyecciones a medio barrio.
Era la calle Gordote, que formaba una pequeña isla con la calle de Enmedio y con la calle Barranquillo, un lugar donde apenas había un metro en llano, donde las rampas ascendían de forma vertiginosa desde abajo, la calle de Valdivia, hasta las cuevas del cerro. Las casas se sucedían a uno y otro lado de la cuesta. Eran casas que rebosaban humildad, casas pequeñas de un par de habitaciones, pero siempre limpias, siempre cubiertas por esa mano de cal que fue la pintura de los pobres. Y entre las casas, como si fueran las velas de un gran bergantín, las ropas blancas tendidas sobre cuerdas secándose al sol.
Juan Asensio Alonso, el niño medio desnudo de la foto, cuenta que aunque hace muchos años que dejó el barrio, todavía tiene presentes sus primeros recuerdos, cuando los niños se pasaban los días subiendo y bajando los cerros, cuando eran tan libres que no habían oido hablar nunca de la palabra libertad. “Nos gustaba mucho jugar con las cometas que nos fabricábamos nosotros mismos con papel y cañas y con la harina que utilizábamos como pegamento. Subíamos a lo más alto del cerro y aprovechábamos el viento para echarlas a volar”.