El origen del nombre de Almería

Enrique Cabrejas Iñesta
Investigador de la Historia del Lenguaje


El nombre de Almería es un acrónimo ibérico que en español significa costa de la sal. Me hago cargo de que esta afirmación les deje atónitos, no puede ser de otro modo; pues voy a transmitirles una epistemología que ha estado inédita durante miles de años. Esta novedosa teoría del conocimiento tiene un razonamiento que se puede sustentar empíricamente. Verán, no hay consenso en cuanto a su nombre fundacional. Todavía se discute sobre derivaciones y traducciones del topónimo; sin embargo para quien suscribe es fácil comprenderlo convencido de que cualquiera que sepa leer griego antiguo podrá reconocer las raíces que integran el nombre; pues / AL • MER • ÍA / se trata de un acrónimo ibérico-helénico, que define aquello tan peculiar de la zona y por lo que fue conocida.

En ibérico AL- significaba (SAL), que junto a -MER- que significaba (COSTA) más la desinencia -IA que significaba (DE) obtenían un cristalino lema: ALMERÍA

Pero ¿de qué se trata? Almería toma el nombre como resultado de su abundante sal. Sí, tan fácil de ver como eso y en este caso la que proporcionan las salinas del área almeriense y granadino. Estas ocupan una extensión de terrenos inundables aprovechando el desnivel que tienen con el mar y a través de numerosos canalillos que desembocan en el salar aportando también agua de lluvia. Se encuentran paralelos a la línea de costa y es que el vocablo se debe y tiene origen en la playa de las Salinas, porque aunque se tenga en la actualidad por más cierto, el topónimo no derivaría del fenicio ni tampoco del árabe. Es el hecho de una explotación salinera que se remonta al periodo ibérico dado que el nombre lo dieron ellos, por otro lado incluso, existen evidencias arqueológicas de que en periodo romano tenían una considerable industria de la salazón. Y es que en ibérico AL- significaba (SAL), que junto a -MER- que significaba (COSTA) más la desinencia -IA que significaba (DE) obtenían un cristalino lema: ALMERÍA y aunque lo desconociéramos hasta hoy significa COSTA DE LA SAL.

Los íberos y los celtíberos son quienes fundaron nuestras ciudades. Este país es distinto y único. Nosotros somos quienes somos y con sus señas de identidad gracias a que generaciones después heredamos su civilización ibérica. Todo aquello que les rodeaba lo llamaron por su peculiaridad, apariencia o por sus creencias e incluso re-nombrando sus lugares de procedencia. En cambio los romanos lo hicieron de otro modo, aplicando un extremado rigor administrativo a todo aquello que ya tenía una denominación y que luego latinizado sería el nombre conocido y además oficial. Luego, los árabes los tradujeron naturalmente al suyo pero imitando la vocalización genuina. Todos esos lugares, tuvieron una denominación conocida para sus habitantes pero con la llegada de los extranjeros y sus nuevos idiomas pasaron de su propio lenguaje a extraviarlos. Sin embargo, la sabiduría popular perduró y son modo y costumbre con los cuales aún nos expresamos en nuestros territorios.

El Golfo de Almería fue un destacado centro de salineras y las condiciones óptimas de la costa almeriense lo convirtieron en un importante núcleo industrial, comercial y económico. Así pues, el Reino de Granada en su época nazarí heredó esas sucesivas y extraordinarias ventajas que comprendía las provincias Almería y de Granada que prosiguió con las iniciales factorías ibéricas, y antes de los recién llegados moriscos, lo hicieron también fenicios, cartagineses y romanos. Todos estuvieron persuadidos en la fabricación de salazones y la explotación salinera de la zona. Es importante señalar que el concepto de la “sal” se asocia a la “vida” y eso abarca a todas las civilizaciones, confiriendo un estado sea bien de fortuna o de infortunio; derramarla era mala señal y peor augurio.

Los saleros solían ser piezas preciadas de orfebrería que se alojaban en el centro de la mesa de los pudientes. No tenerla equivalía a un desastre económico y su despilfarro síntoma de opulencia desmedida. Como saben, la conservación de alimentos es una de sus mejores propiedades y como bien de trueque o intercambio era altamente valorada y solicitada. Quienes dominasen las explotaciones de las salinas podrían ejercer con mayor eficacia el poder. Se les suponía reinos ricos. Se comerciaba con ella no unicamente para emplearla en recetas culinarias y en la gastronomía que sin menoscabo de su importancia culinaria tenía distintos usos religiosos, sociales y terapéuticos. No es extraño que Almería en toda época fuera un enclave codiciado por todos los colonizadores emergentes, desarrollando entornos industriales y comerciales relevantes. Los expertos sostienen que las salinas de Cabo de Gata se formaron en periodos cuaternarios trasformándose en humedales de una incipiente “Anta • Lycia” (Anda-Lucia).

Y es que cuando se trata de documentar la historia antigua, y en concreto la del sur de la península, con frecuencia las referencias nos conducen hasta los fenicios y tartesios, incluso a los omeyas que les debemos mucho en patrimonio; sin embargo, a través de mis investigaciones constaté que existe una laguna temporal donde se obviaron hechos relevantes y que se desconocía un periodo anterior lleno de grandes episodios históricos. Conocerlos es fundamental para comprender nuestra historia. También la de la antigua Andalucía. Como quiera que, quien suscribe este artículo, a través de sus propios estudios ibéricos adquiriera los conocimientos necesarios puede pormenorizar hechos que sucedieron entonces y que no se pudieron explicar con anterioridad. Pude documentar sobre pueblos que ocuparon un territorio específico en el mapa de Andalucía y que nos colonizaron llegados desde la lejana Asia Menor conocida entonces como TEKE (actual Turquía). Formaban una poderosa y gran coalición helena: Cario, Lydios y Lycios. Y hoy puedo anunciar que tenemos numerosas evidencias de que los Licios se desplegaron por la Andalucía occidental, los Lidios por la Andalucía central y los Cario por la Andalucía occidental, pero se les llamó con otro nombre que no fue el suyo propio: iberos y celtíberos.