Emilio Ruiz
De las diversas convocatorias electorales, la de las elecciones municipales es la que requiere de mayor número de candidatos. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Almería: si contamos una media de tres candidaturas por municipio y una media de 12 candidatos a concejales por candidatura, son alrededor de 4.000 las personas implicadas. Una cuarta parte salen elegidos. Y entre éstos, muchos retornan al cargo pero otros se estrenan en política.
Esther Gómez |
Los partidos, a la hora de incorporar gente nueva en sus candidaturas, se fijan en personas “normales”, con buena imagen, no estridentes, preparadas, presuntamente receptoras del voto de su círculo amistoso y familiar… Pero no siempre les salen –a los partidos, digo- las cosas como piensan y se encuentran con algunos incómodos compañeros de viaje. Si hacemos un viaje por la geografía provincial y nos detenemos en sus Ayuntamientos, veremos que situaciones similares a las que describo son frecuentes. El catálogo es diverso: hay quienes el primer día piden un sueldo, quienes unen su voto al del adversario político, quienes votan ‘en conciencia’ (o sea, con la oposición), quienes proclaman que ‘me debo al pueblo’ (o sea, a su propio interés), quienes ceden la alcaldía al partido contrario ‘por el bien de los ciudadanos’ (o sea, por el suyo), quienes ‘caen en el olvido’ de acudir a un pleno precisamente el día que su voto es necesario, etc., etc.
Líbreme Dios de ubicar a la concejala de Plataforma Abderitana Esther Gómez en alguno de estos compartimentos. No la conozco y sería un ejercicio de irresponsabilidad hacerlo. Pero, a juzgar por lo que hace y escribe, un poco rarita sí es. Veamos. Esther encabezaba la candidatura de Plataforma –una especie de Podemos abderitano-, que obtuvo tres concejales (Rosa Rolán, de IU; el nuevo portavoz, Francisco Fernandez Guardia y ella). El PP consiguió nueve, el PSOE obtuvo ocho y Ciudadanos se hizo con uno. Un acuerdo de izquierdas hubiera conseguido la alcaldía, pero los de Plataforma consideraron que lo mejor era que siguieran gobernando quienes lo habían hecho hasta entonces. Nada que objetar.
Desde el minuto uno el grupo de Esther inició lo que –al menos de cara a la opinión pública- parecía una fuerte oposición. No había tema que se le resistiera. El PP era un demonio, y el alcalde, el mismo Satanás. La gestión, calamitosa. Promovió incluso mociones conjuntas de toda la oposición con foto incluida a la puerta del consistorio. No había tregua ni momento de respiro. A un complemento de productividad del marido de Carmen Crespo, funcionario municipal, no dudó en calificarlo como “sobre”-sueldo, destacando la connotación de la palabra “sobre”. Ante una oposición tan despiadada, la moción de censura se veía venir. Y, efectivamente, la negociación para formar una mayoría alternativa ha llegado.
¿Cuál es ahora la reacción de la guerrera Esther? Desmarcarse. ¿Por qué? Ella lo sabrá. ¿Hacía antes una oposición trucada, de cara a la galería, para justificar oscuras intenciones? También ella lo sabrá. ¿Y qué explicaciones da? Pueriles. Las típicas que se ajustan a los cánones del tipo de concejal que he indicado al principio. O sea, que ninguno de los otros 20 concejales piensa en Adra. En Adra solo piensa ella. Y como sólo es ella la que vela por Adra, hasta ha creado su propio partido. Lo hará unipersonal, si se le permiten. ¡Ay, Esther, Esther…!