Antonio Felipe Rubio
Periodista
Se le atribuye al canciller Otto Von Bismarck una frase epigramática dirigida al embajador del Gobierno de España que le visitó en la Corte prusiana (1863) y, como un cumplido no exento de retranca, le espetó: “Admiro a España. Estoy firmemente convencido de que es la nación más fuerte del mundo. Lleva siglos queriéndose destruir a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. El siglo XIX España escribía un ciclo decadente tras la reciente victoria ante la invasión napoleónica; y, más atrás en el tiempo, el Imperio, el Descubrimiento, la Reconquista…
La llamada (Foto: El Plural) |
No obstante, diversas y cruentas vicisitudes pusieron a prueba la tenacidad de un pueblo que siempre adoleció de catalizador de voluntades para alcanzar la cohesión de una nación, país o patria que, a la fuerza, se asumió en la dictadura franquista para, una vez superada, resurgir con denodado ímpetu el pulso destructivo, secesionista y revanchista que efímeramente sofocó la Transición para volver a desenterrar el gerracivilismo, las banderas de la contienda y el ansia de revancha.
El problema de España reside en los españoles que, por diversos motivos, no quieren serlo. Pero es que tampoco saben qué quieren ser una vez rotas las “cadenas” de tan sufrido calvario. Malograda la Transición, aparecieron diversos políticos de cierto nivel que han dirimido en unas excrecencias inasumibles para la convivencia. El nivel de tontos y bobos solemnes es abrumador; sin olvidar la fauna del “tiempo nuevo” que merece capítulo aparte.
La comunicación telefónica entre Rajoy y Trump ha dejado entrever la calidad política de algunos aspirantes a estólido del año. El ofrecimiento de Rajoy como “mediador de Hispanoamérica” se ha interpretado como humillación, bajeza, sumisión… y como dice Mario Jiménez “rememoración de la foto de las Azores (…) y Rajoy es el mayordomo de Donald Trump”. Y esto lo dice el personaje colocado por Susana Díaz en la Gestora socialista para realizar la complaciente labor de zapa que allane el terreno a la lideresa andaluza que aún no quiere pronunciarse como aspirante a la pretendida proclamación de la dirección del PSOE para no “contaminar” el 28-F. Ahora resulta que nos hemos vuelto exquisitos con el respeto por la efemérides y la simbología. Franco ponía música sacra en Semana Santa, y Susana no se postula por respeto a fecha tan señalada para Andalucía. ¡Hay que joderse cómo nos toman el pelo!
Rajoy es un “mayordomo” por intentar solucionar la acritud despertada ante las medidas de Trump en el entorno latinoamericano con el que, se supone, tenemos una responsabilidad histórica que trasciende más allá del común idioma. Intentar solucionar el problema entre México y USA es propio de mayordomos, según el lacayo del susanato. Pero no hablemos de las interesadas y retribuidas relaciones e importaciones ideológicas de la izquierda tradicional y advenediza con Cuba, Venezuela, Bolivia… para acrecentar el tribal odio que nace de los execrables regímenes de la administración de la miseria.
Si Rajoy es el mayordomo de Donald, ¿qué fue Zapatero con la Alianza de Civilizaciones? ¿Qué fue Felipe con el No a la OTAN para, después, reforzar los lazos con la Alianza? El “bobo solemne”, alma en pena por los pasillos de Bruselas, aislado, olvidado… un fantasma reclinado en un sillón removiendo papeles: “la Tierra no es de nadie, salvo del viento”; pero reforzó las fronteras con Marruecos en Ceuta y Melilla con la famosa frontera sirgada (cables entrelazados para dificultar el acceso). Zapatero vendía la Alianza de Civilizaciones que, como se puede comprobar, ha rozado el Nobel de la estulticia; pero Rajoy es el mayordomo de Trump por la “pelusilla” que aún subyace en eso de la responsabilidad de la Madre Patria. Von Bismarck no lo verá; pero, de seguir con esta cosecha de tontos y bobos, se hará realidad el intento que el barón prusiano creía imposible.