Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista
Un caballo corre con las crines en llamas, como alas por la velocidad, como el viento. Hacia el infinito. El caballo puede cambiar de rumbo en cualquier momento y entrar en una vía imaginaria, espontánea; una ruptura con la rutina en que puede transformarse en ocasiones la viabilidad del sentir poético, esa cadencia repetitiva, como un ritual, que provoca el éxtasis con cada palabra. Es la figura simbólica de la portada del poemario Memorial Shadow (Editorial Nazarí, Colección Duraxa, 2016) de Pilar Quirosa-Cheyrouze (Tetuán, Marruecos, reside en Almería desde 1960). El poemario está estructurado significativamente por tres territorios interiores, predeterminados por la autora: Luz, Sombras y Destino. Y que ha orientado como pórtico de entrada, en cada propuesta, desde la referencia significativa a la poesía de Paul Verlain, Silvia Plath y Alejandra Pizarnik. Tres imágenes muy conectadas con el pensamiento de la ausencia, especialmente por las dos poetas. Sobre todo la referencia a Silvia Plath. Como sombra hegemónica que acompaña en este camino poético.
En un acto de presentación del libro |
Memorial Shadow es en cierto modo una ruptura de la autora, avanza en la observación, en la melancolía y en el pesimismo de la contestación contra la realidad decadente. Pilar Quirosa-Cheyrouze consolida el camino que ya trazó en circunstancias anteriores, en torno a la influencia del cine y de la música, más allá de lo meramente formal, donde el eco de las imágenes, la armonía de las canciones y el sentir poético acompaña a las ideas.
En este proceso de ruptura, “ya nunca seremos los mismos”, la autora abre su interior, resquebraja la materia corporal en un itinerario que casi siempre mira al Sur, con las mismas estrellas. Mira de frente las contrariedades personales e ironiza con ello, desplegando su insinuado sarcasmo contra la adversidad. Por eso no tiene inconveniente en incorporar la frialdad de un lenguaje clínico a las sombras más personales del momento, para dejar constancia del rastro de la batalla. Ello le permite reflejar su obsesión por los silencios, para mostrar el regreso al pasado, Y junto al sentimiento cinematográfico más personal va incorporando el cosmos, la música, el arte, la literatura, la naturaleza, donde el árbol es el símbolo del Yo personal, junto a la idea de la Palabra. Y así queda firme y seguro el nuevo territorio, el destierro, que la ruptura ha provocado.
Pilar Quirosa-Cheyrouze regresa al origen, como una referencia de la verdad del pasado, como auténtico, que es en realidad el presente. El pesimismo poético adquiere así carta de naturaleza universal, para redimirse de los tiempos de la perdición, entre el encuentro con nombres, lugares y canciones (por ejemplo, importante trascendencia con Leonard Cohen). El Yo poético entra en diálogo consigo mismo, el otro, que permite la invasión del lector, tan lejano y cercano a la vez y que transmite su propia sombra de acompañamiento al camino cerrado.
Estas sombras de lo poético determinan un itinerario por la inevitable y denunciada decadencia, el secuestro de la actualidad; deja que se produzca la invasión de las nuevas tecnologías, del ciberespacio, que corren paralelos a los caballos, las hormigas y el cosmos. La huida y el silencio van así de la mano. Sin posibilidad de abandonar las sombras del poema. Comparece así la verdad encerrada de las palabras, para una rendición de cuentas de los sentimientos que la han acompañado por su trayectoria creativa, donde “las sombras han desbordado los horizontes del camino”. Es el momento final de la melancolía biográfica.