El pueblo del fotógrafo

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Hay un lugar en el mundo, lejano y cercano a la vez, ignorado o desconocido. Ese lugar es real, Cespedosa de Tormes (Salamanca), y pervive en la mirada fotográfica interior de Juan Manuel Castro Prieto (Madrid, 1958). Es un lugar con una luz especial, que se apaga y resucita continuamente, alumbra y mantiene viva la mirada frontal, firme, sobria y austera de sus vecinos: Antonio, Tío Betina, El abuelo Isidoro, Orosia, Agustí, Olaya y Guillerma, Celes, Francisca, Luis y Nieves, Real Jaime, Irene…

Cespedosa, en el CAF

Todas las miradas pertenecen a Cespedosa y forman parte de la historia personal del fotógrafo, de su mundo de castellano viejo, el lugar de sus raíces, con una historia familiar de emigración a Madrid. Cespedosa siempre ha acompañado al fotógrafo en sus recorridos por el mundo, importantes proyectos fotográficos que han marcado, su identidad creadora con la imagen. Y ahora está su proyecto más personal, con la exposición Cespedosa, en el Centro Andaluz de la Fotografía (CAF) en Almería, una de las propuestas fotográficas más relevantes que han pasado por la sede del CAF. Cespedosa es ante todo auténtica, deslumbrante, antropológica, sincera, cuando realidad y fotografía se unen desde la mirada del autor para construir una verdad fotográfica que reconstruye la realidad olvidada.

Chema Conesa sitúa Cespedosa de Castro Prieto junto a Macondo de García Márquez en Cien años de soledad. En este sentido, según Chema Conesa, “la memoria es la patria de la introspección y explorarla es el método básico para encontrar los cimientos vitales para sostener un camino”. De ahí que califique la exposición de “búsqueda sentimental” y “una representación de un universo íntimo”.

El historiador de la fotografía, Publio López Mondéjar, sitúa la trayectoria más auténtica del fotógrafo en la fotografía viajera, donde se encuentra “el Castro Prieto más narrativo y autobiográfico”. Así se explica el reencuentro permanente del fotógrafo con el pueblo salmantino, por la atmósfera singular y el mundo que permanece en silencio. Según el historiador, “Castro Prieto nunca se ha alejado de Cespedosa, del universo abolido de sus antepasados, de la luz cenicienta de sus inviernos…., en un arriesgado peregrinaje al corazón de las tinieblas”. Y Vicenta Hernández anima al espectador a la reinterpretación, “su creación debe ser considerada como un regalo para que vuele nuestra imaginación”.

La exposición está estructurada en distintos momentos en el tiempo del fotógrafo: Primeras fotos (1977-1982), Bocetos (1992-2001), Escrito en las sombras (1982-1998), Círculo inverso (1996-2012), Una incierta luz (2007-2016).

La exposición permite viajar a Cespedosa desde cada imagen. Llegar al pueblo, ver la carga del tiempo en los muros de las primeras casas, las pintadas y sombras sobre el color mate donde permanece la luz. Hay que entrar en cada casa del pueblo, observar el espacio interior, cada habitación, lleno de las historias pequeñas que fueron; la vida que encierra cada objeto, cada rincón. Hay que mirar de frente a los vecinos que contemplan al forastero que llega y pasa. Los sobrios gestos cotidianos, de una vida tan cercana que nunca se ha ido y que contiene la verdad de una historia de seres anónimos. Y que la fotografía convierte en inmortales. Hay que recorrer los campos y caminos de las afueras, el horizonte y el paisaje tan próximos.

La singularidad de Cespedosa se proyecta desde la luz mortecina en cada imagen, la gran creatividad de Castro Prieto, en multitud de sombras, que están muy presentes en esta mirada, con una puesta en escena que se diversifica y construye una personal memoria histórica. El fotógrafo glorifica lo que permanece de la vida campesina, del mundo de la mesa-camilla, la esencia del lugar castellano. Cespedosa es el lugar interior de Castro Prieto, adonde “siempre vuelvo y siempre con la cámara intentando atrapar la raíz de mi sueños”. Y las sensaciones de cada viajero-espectador que se acerca con el máximo respeto a la eterna Cespedosa.