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Miguel Naveros, en clave de autor

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Frente a la realidad, Miguel Naveros Pardo (Madrid, 1956, Almería 2017) siguió su camino al lado de los derrotados, humillados y ofendidos. Y su mejor arma fue la palabra, en metamorfosis: la poesía, la novela y el periodismo. En clave de autor y de persona, Miguel Naveros siguió la senda de su padre, José Miguel Naveros Burgos (Almería 1908, Madrid 1985). “Mi padre era de los vencidos en la guerra”, confesó en una entrevista que le hice con motivo de la publicación de su primera novela, “La ciudad del Sol” (mención de honor del Premio Ramón Gómez de la Serna, 1999). Su novela es una visión sobre el siglo XX y el simbolismo de Almería, lejos de toda concepción de novela histórica. Muy presente su entorno más cercano, Miguel Naveros aludió cómo se forjó su espíritu por el eco del exilio en el entorno de su padre. “Esta novela no habría sido así, si yo no hubiera nacido de un derrotado”.

Miguel Naveros, a la derecha, con el autor de este artículo, a la izquierda 

En sus años de infancia y juventud (“pasé una infancia entre la realidad y la ficción”), se movió entre Madrid y Almería, muy cercano al espíritu de la Redacción Abierta del periódico Ideal-Almería, con el compromiso de un periodismo crítico forjado en los inicios de la Transición. Fue esta atmósfera lo que le hizo abandonar la docencia, después de un año de profesor de italiano en Alicante, para afincarse definitivamente en Almería en 1986, donde concluyó “La ciudad del Sol” (“Esta novela tiene mucho de diálogo conmigo mismo, y al terminarla la primera impresión que me quedó fue un enorme vacío”). En Almería consolidó su dedicación al periodismo, que había iniciado en Madrid. Primero fue una breve temporada en Ideal, donde se gestó por su mediación el proyecto cultural Alfaix, una idea de libro-periódico del poeta Ángel Berenguer, que transmitió Miguel Naveros y que se publicó en el Instituto de Estudios Almerienses, que el dirigió entre 2007 y 2011. Después, en La Voz de Almería, donde desarrolló su principal gestión periodística. “Yo llegué al periodismo por la literatura. Pero periodismo y literatura son códigos distintos. Y el periodismo es una escuela de análisis de la realidad”.

Junto al periodismo, Miguel Naveros continuó su trayectoria de novelista auténtico. Y así surgió su segunda novela, “Al calor del día” (2001), sobre la inmigración y la insolidaridad de Occidente, “yo escribo sobre la realidad que me duele”. Da prioridad a su condición de autor enfrentado al marketing editorial (“no me interesa”). En 2006 recibe el Premio de Novela Fernando Quiñones por “El malduque de la luna”, “escribo para interrogarme y aclarar dudas”, a la par que desmenuza diversas sendas de la palabra narradora, “me encanta el pulso con el lenguaje”.

El ciclo de la palabra narradora y la coherencia del autor novelista se cierra con los once relatos de “La derrota de nunca acabar” (2015), con una dedicatoria significativa de los momentos emocionales: “Para Isabel, bisnieta de un insigne derrotado y mi puente hacia el futuro. Para Belén, puente de mi vida hasta conmigo mismo”. La poesía es la primera palabra de Miguel Naveros: “Lo que más me emociona es la poesía… Lo último que haría en mi vida, si pudiera decidir, es leer un poema. Es el cauce expresivo por el que mejor veo la vida”. En 1988 organizó el I Aula de Poesía de Almería, por donde pasaron Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Luis Antonio de Villena, Carlos Barral, entre otros.

Su poética personal está encerrada en tres poemarios. “Óxido en cuerpo” (1986): “tal vez chirríen los gestos/el día que dos manos me digan/las palabras de la noche”. Después, “Trifase” (1988): “siempre queda un poema/prendido del tiempo/y de algún muro/como una gota anónima/que se columpia/en la sombrilla esquelética/de una calle”. Para concluir con “Futura memoria (Poema de mis tres muertes)” (1998), la historia (“…por más que hayamos entendido que es mejor, mucho mejor, no haber ganado…”); la vida (“…vida que resuelve la libertad en miedo y el amor en muerte”); el amor (“ella y yo mismo…,/ y solo por ella, sí, por ella, voy a seguir viviendo…”), su poemario más íntimo, dispuesto a la renuncia. Y donde puso una postdata: “… vida que no nos dio nadie, pero que nos quitan todos”. Fue su última palabra. Y ahora queda su memoria para siempre.