Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista
La Imagen y la Palabra. La poesía es de otro mundo. Pertenece al dolor. Es difícil sumergirse en el espíritu poético desde el mundo real, sin que el dolor emergente no constituya una guía espiritual para cada autor y que el lector de poesía tendrá que desvelar. Por eso se entiende que Julio Alfredo Egea (Chirivel, Almería, 1926) manifestara con motivo de la publicación de su libro Los asombros (1996): “Aunque tengo un sentido íntimo en mi poesía, miro mucho alrededor y escribo cuando me duele algo”.
El poeta y el fotógrafo |
Esta actitud enigmática renace años después, cuando el fotógrafo Rodrigo Valero sitúa al poeta al otro lado del ojo fotográfico y establece una nueva dimensión del poeta a través de una serie de retratos. Así surge la interpretación del fotógrafo en el libro Poeta Julio Alfredo Egea. Fotografías de Rodrigo Valero (Instituto de Estudios Almerienses, 2016), donde comparten el escenario las fotografías de Rodrigo Valero y los textos de 44 autores que han aportado sus palabras para este camino de imágenes. Una puesta en escena que transmite la mirada del poeta, según el fotógrafo.
Desde la contemplación es fácil interpretar que hay un mundo de Julio Alfredo Egea, original y único, que nace reflejado en los periódicos. Queda constancia como un retrato peculiar, una visión que podría resultar inédita por lo cercana que resulta la trayectoria cotidiana del escritor observado por el periodista. En momentos muy concretos el periodista se acerca desde su territorio, acompaña al poeta en su búsqueda, en el encuentro con el dolor, toma anotaciones y escribe. El lector se encuentra, desde este punto de vista, entre la contemplación de la realidad y la interpretación de un personaje insinuado desde el escenario informativo.
El tiempo es importante. Transforma la lectura de los hechos y aporta novedades a la interpretación de las ideas. Compañeros en muchas situaciones por el paisaje indefinido, a veces entre las palabras de la poesía y el pensamiento de la información. Ejercicio difícil, averiguar fronteras. El poeta se encuentra al otro lado con la pretensión del informador de entrar en el dolor del verso, en las cosas escritas, en los mundos interiores que trascienden. Surgen los decorados ajenos en torno a la obra del poeta. El mundo de los versos es inaccesible desde el exterior. No existen ni puertas ni ventanas. Es un enigma para el lenguaje oficial. El paso del tiempo ofrece otra dimensión de los hechos contados.
Como toda creatividad literaria y poética, que profundiza en lo ficticio, que permanece oculto, en busca permanente de la verdad, el poeta sólo se explica desde esta sensación de lo individual en la naturaleza. Julio Alfredo Egea dijo en 2001: “Yo escribo por necesidad, no por artificio”. Para sobrevivir al dolor. En el dolor poético de Julio Alfredo Egea desvela su pacto íntimo y secreto con la naturaleza oculta, “yo no creo en una vida sobrenatural sin pájaros”. Y de ahí su Arqueología del trino: “Creo en la resurrección de las alondras y en la segura salvación del trino”.
La lectura, al cabo de los años, hace que, en medio del artificio que envuelve el mecanismo de la fama temporal, adquiera nitidez el gran retrato del escritor, solo entre sus libros y personajes. Los recortes de prensa, a pesar del lento envejecimiento del papel, proclaman con respeto su imagen desde este refugio para la resistencia, desde un periodismo de la interpretación como símbolo de esta zona liberada que sobrevive con orgullo. El lector a solas con la sombra del poeta, es lo que vale al final. Y siempre junto al dolor. Síntesis de la realidad, para sentir lo vivido.
Y a todo este proceso interior le ha puesto imagen la mirada de Rodrigo Valero, con su manera de interpretar a Julio Alfredo Egea a través de la fotografía.