Rafa Ávalos
Cordópolis
El calor aprieta. Antes de la noche más corta, un día duro. Como cualquier otro de un verano que comienza oficialmente ahora pero que está presente de un tiempo atrás en Córdoba. El albero dibuja un panorama alejado al secarral tórrido que es esta ciudad. Es como si una playa creciera en su interior. Suena el oleaje, que es la voz unánime de un público entregado desde el primer momento. O más bien desde la antesala del comienzo. La espuma toca la arena, primero levemente y después como un torrente tan imparable como insaciable. Todavía no cae la noche cuando los efectos de luz y de imagen sublevan las aguas, que están ya fuera, por completo, de control. Sobre el escenario está ya Poseidón hecho cantante, o al revés. Pisa la impresionante tarima con una excelente seguridad David Bisbal, que recuerda a sus seguidores que tanto él como ellos son Hijos del mar. Y de repente, casi sin esperarlo, el océano se traga la tierra en el Coso de Los Califas.
Bisbal, en el coso de Los Califas (Foto: Cordópolis) |
Si una palabra le define, al menos en esta ocasión, ésa no es otra que maremoto. Un tsunami llamado David Bisbal se eleva bajo el cielo de Córdoba dispuesto a devorar cuánto encuentre a su paso. Una hora antes del comienzo de su concierto, el que es de su retorno a la ciudad, una larga cola rodea la plaza de toros. Ése es el escenario elegido para un recital mágico o emocionante; emocionante o cálido; cálido o ligero; ligero o intenso… Y en los prolegómenos del espectáculo, que va a ser total, la locura se desata. La simple prueba de luz o de imagen -de dos grandes pantallas- conlleva un griterío descomunal. Son unas 8.000 almas las que se congregan en el Coso de Los Califas justo la noche que dicen es la más breve del año, la de San Juan. El aire es atorrante, como el fuego de una hoguera. Pero de un instante al siguiente surge, como de la nada, una inmensa ola. Es la que remueven los espectadores -y sobre todo las espectadoras- en la grada del coliseo.
Por más de cinco veces, y quizá unas diez, una marea humana recorre los asientos, y también el cemento, de la plaza de toros. Del mismo modo humedece el albero. Y es a las diez en punto, la hora señalada, cuando los componentes de la banda reciben un sonoro aplauso. Las palmas son estruendosas, pero no tanto como cuando aparece la estrella. Salta David Bisbal con valentía: viste chaqueta en una noche diurna en la que los grados no descienden. Todo lo contrario. “En los conciertos de Hijos del mar Tour el calor llega a niveles muy altos”, como ya avisara el propio artista un día antes de su cita en una ciudad que le quiere y a la que parece adorar. En el horizonte una ola se levanta. Poco a poco se torna gigantesca tras Mi norte es tu sur, uno de los temas de su último disco –Hijos del mar-. “Prefiero pensar que sí se puede tocar el sol, llegar al cielo antes que cierre”… Canta el almeriense otra canción de su último álbum -es Antes que no-, que en realidad tiene, en esos versos, un significado muy propio de Córdoba.
Tocar el sol es lo único que le queda a David Bisbal y a su entregado público, llegado desde diferentes puntos de Andalucía -e incluso de España y de fuera de la piel de toro-. Llegar al cielo antes que cierre es lo que consigue en una tarde perezosa, tanto que se prolonga hasta casi las once de la noche. El oleaje no afloja, más bien va cada segundo a más. Por fin, tras las diez y media el almeriense se retira la chaqueta. Y sin embargo no corre la brisa que secunde su gesto. El calor que menciona en más de cinco ocasiones persiste. Sobre todo con canciones de otros álbumes como Esclavo de tus besos, Sí pero no o Diez mil maneras. Después de esta última el cantante inicia una parte en acústico, en la que trata de recordar su gira por teatros de 2012. Lo hace con éxito a través de tres letras: Como la primera vez, Es tu ausencia y 24 horas. Es la demostración definitiva de que el Poseidón, como Julio Iglesias o Raphael, de este tiempo tiene capacidad para cualquier registro. Siempre con una potencia vocal digna de admirar -como lo es su dominio del micrófono, en cuanto a colocación, para atar en corto sus decibelios-.
El concierto es un espectáculo completo. Tanto que el almeriense, que ya lo confesara antes de subir al escenario en Córdoba, viaja del más apasionante ritmo a la balada, del sonido elevado a la sencillez de la guitarra. En ningún momento pierde la energía, hasta que llega el momento de presentar a una artista inalcanzable. Es de Córdoba y se llama Mercedes, aunque todos la conocen como Vega. No sólo canta sino que compone, y lo hace con tal genialidad que escribe para Raphael, para ella misma o para el propio David Bisbal. El artista de la tierra del Poniente andaluz le agasaja y vocaliza junto a ella, en unos minutos hechizantes, Lo tenga o no -tema que compusiera la brillante cantautora cordobesa y que es del álbum Hijos del mar-. Justo después aparece sobre el escenario Esperanza Garrido, una niña que es toda una mujer en el aspecto artístico. Una de sus elegidas en La Voz Kids 2017le replica con Dígale. El Coso de Los Califas vibra y la joven de Otura, de la provincia de Granada, demuestra su talento -tiene futuro si las compañías quieren-.